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Un asunto del diablo | Crítica
'Un asunto del diablo'. Paolo Maurensig. Traducción de Carlos Gumpert. Gatopardo, 2019. 136 páginas. 15 euros
Antes de que la editorial Gatopardo diese a conocer en España sus últimos trabajos, habíamos leído de Paolo Maurensig en traducción La variante Lüneburg (Tusquets, 1995), una turbia metáfora sobre la crueldad encarnada en una partida de ajedrez, y la no menos ambigua Canon inverso (Mondadori, 1997). El talento de Maurensig presenta varios frentes: es la suya una literatura de imaginación, más vinculada a la mitología centroeuropea que a la mediterránea (el ajedrez, la música, la frase reflexiva y casi germánica, el gusto por la tranquila aventura intelectual), articulada por un estilo felizmente indiferente a las modas, que evoca la solidez de los clásicos.
En suma: un autor de una maestría indiscutible, que desarrolla su obra en ese (ideal) punto de encuentro entre el género fantástico, el policíaco, el filosófico, y que es siempre una gozada encontrar en los estantes de novedades de la librería.
En esta ocasión, el interés de Maurensig se inclina del lado de la propia literatura: literatura sobre literatura, como indica bien a las claras, ya desde el inicio, que el lector recorra un manuscrito que a su vez da cuenta del texto encontrado en un sobre donde un hombre relata a otro hombre una historia… Este conjunto de muñecas rusas conduce hasta un pequeño pueblecito de un cantón suizo, Dichtersruhe, con una peculiaridad: todos cuantos lo habitan quieren ser escritores.
Todos guardan en el cajón una novela inmortal, un libro de versos revolucionario, memorias o ripios de un valor incalculable, y todos, naturalmente, caerán bajo el hechizo de la vanidad en cuanto el diablo en persona se presente en la localidad con la promesa de publicarlos o convocar un premio. La trama, afín a otras del autor, le sirve para retratar la sordidez y el candor de ese submundo de aspirantes a escritor que ya ha comenzado a solapar al de los escritores mismos, y que hace que debajo de las piedras crezcan como hongos genios instantáneos dispuestos a cualquier cosa por verse impresos entre dos guardas.
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