"Quiero grabar algo como el 'Sketches of Spain' de Miles Davis pero con la corneta"

Quini de Triana | Corneta de la Banda de las Tres Caídas

El corneta estrella de la Semana Santa sevillana lidia con una crisis de "miedo escénico" mientras da forma en su cabeza a un disco experimental

Hace unos años creó su propio método para aprender a tocar la corneta que ha presentado en 'masterclasses' por toda España

Quini de Triana, retratado en el Parque Alcosa, el barrio donde ha vivido siempre.
Quini de Triana, retratado en el Parque Alcosa, el barrio donde ha vivido siempre. / José Ángel García
Francisco Camero

14 de abril 2019 - 06:30

Sevilla/Ya dejó dicho aquel titán de la novela francesa del XIX de cuyo nombre no nos acordamos ahora que el gran problema de la vida son las expectativas. Bien mirado, podría también haberlo dicho, en este preciso instante, Joaquín Eligio Brun. Y de hecho es exactamente lo que nos cuenta mientras estamos sentados charlando en un bar del Parque Alcosa, donde siempre ha vivido, pese a que es conocido por su vinculación con otro barrio de la ciudad.

Quini de Triana, como es conocido por todo el mundo, familia, amigos y apasionados en general de la Semana Santa, es la estrella de la Banda de Cornetas y Tambores de las Tres Caídas de Triana, una institución de la música cofrade en toda regla. En la banda toca la corneta, un instrumento de la tradición popular, de llave, limitadísimo en su rango expresivo –hay notas y tonos que el instrumento, por su propia constitución, no puede alcanzar–, y que él, sin embargo, ha sido capaz de exprimir aportando además un sello propio, intuitivo, lírico y doliente. Él se limita a apuntar que su corneta suena "un poquito flamenca".

Y el problema –el problema entre comillas– de este sevillano de 36 años es que muchísimas personas lo señalaron hace años como un genio intuitivo de la corneta, y que él, en aquella época en la que no era habitual –como sí lo es ahora– que la gente lo parase a veces por la calle para hacerse fotos con él, cuando todavía los chiquillos que empezaban en las bandas no lo saludaban muertos de vergüenza y con temblor de manos, le dio motivos a toda esa gente al crear, de hecho, uno de esos momentos íntimos y rituales que, acumulados y vibrando en las retinas y en los oídos y en la memoria año tras año, explican la impresionante potencia sentimental con la que se vive la Semana Santa en las calles de esta ciudad.

"El solo más complicado que yo tocaba, el que a mí me dio relumbrón, es el de Señá Santana. La tocamos siempre cuando ya vamos de recogida con el Cristo de las Tres Caídas, que es mi Cristo, porque yo nací en Alcosa pero mis padres vivían en Triana, mi padre se crió allí en un corral de vecinos y el tío, cuando le dieron la VPO aquí, guardó durante años debajo de la cama el colchón de su casa en el que nació. Por eso, porque la vinculación familiar, yo me siento también trianero y mi ilusión fue siempre tocarle a mi Cristo, al principio no me planteaba nada más".

"El problema llega cuando dejas de tocar para ti y lo haces para que los demás piensen 'hostia, cómo toca"

"No lo pensé demasiado, pero un año, después de doce horas tocando, cuando pasábamos por Santa Ana me dio por improvisar el solo de la marcha. Y ya cogí la costumbre de hacerlo siempre allí en ese momento, a la vuelta de la cofradía. Todos los años cambiaba el solo, hacía una cosa diferente, y se creó ya ese runrún. En 2010, por culpa de la presión, o por querer prepararlo demasiado, me equivoqué en una nota y desde entonces... Me dio un mareo, me pudo la presión. Que me la puse yo solo. Me olvidé de tocar para mí, tocaba ya para que la gente viera cómo le daba la vuelta de tuerca al solo. Ya en los siguientes años empecé a dejarle el solo a otros compañeros. Me lo quité de encima. Y creo que no voy a volver a ser yo hasta que no vuelva a tocar ese solo allí. Que puede ser este año o el próximo o dentro de tres, no lo sé, pero ese bloqueo lo tengo que vencer".

Aquella nota mal colocada resonó demasiado tiempo en su cabeza y desencadenó una crisis que rompió, finalmente, en forma de "miedo escénico". "Cuando te miran tanto, a veces tocas ya para que los demás piensen hostia, cómo toca. Con eso me tiré un tiempecito perdido. Porque tú tienes que tocar primero para ti, sentirlo tú de verdad. A veces, tocando, me he metido tan dentro de lo que estaba tocando, pensando a veces en familiares que ya no están, que llegaba un punto en el que no sabía dónde estaba. Con los ojos cerrados, todo oscuro, negro, y te olvidas de todo, es como un trance, sólo estás tú y el sonido. Cuando eso pasa, uf, no hay nada como eso", cuenta Quini.

"Me siento músico, a secas, y para hacer música tienes que abrirte, experimentar, hacer cosas nuevas"

"Pero ahora me pongo atacado. Saber que hay gente pendiente de lo que haces es jodido, esperando el fallito... Yo ya soy un amargao, como decía Paco de Lucía... Y mira que yo me he puesto delante de 20.000 personas con Alejandro Sanz, he teloneado con Pájaro a Bob Dylan, que por cierto es un capullo y tenía prohibido que se le acercara nadie a menos de diez metros... Pero estoy seguro de que volveré a disfrutar como antes. Estoy en una etapa feliz de mi vida y eso ayuda", dice este músico cuyas inquietudes, ahora, van también más allá del repertorio cofrade.

"Yo me siento músico. Y soy un músico cofrade cuando estoy con mi banda. Pero cuando estoy con Pájaro, Raimundo Amador, Daniel Casares, Esperanza Fernández, Javier Barón, Carmen Linares o Miguel Poveda, cuando estoy tocando con cualquiera de ellos, yo soy músico", dice el Quini, que en los últimos años, mientras trata de sacudirse ese bloqueo –no descarta, dice, tomarse "un año sabático"–, se ha propuesto "demostrar que la corneta no es sólo para música sacra o de Semana Santa" y ha desarrollado además un curioso método propio de aprendizaje de las claves del instrumento que se dedica a difundir en masterclasses por todo el país, aunque él, genuinamente humilde, prefiere quitarle pompa al asunto.

"¡Es que yo no soy un maestro! Yo prefiero seguir aprendiendo –dice–. Pero me llamaron una vez de Lorca, fue bien, y después me pidieron que fuera a Cazorla, y aquello ya empezó a desbordarse. Se llamó, sin más historias, Curso intensivo de corneta. Pero me dijo un amigo que por qué no le ponía masterclass, como que ese nombre vendía más, y la verdad es que a mí eso me da igual, pero bueno, así se quedó. Mi maestro fue Julio Vera, pero yo he intentado siempre empaparme de mis compañeros, de todo el mundo. Lo que enseño es lo que he aprendido, no engaño a nadie: consejos que he leído de trompetistas, técnicas de respiración, lo que he visto en muchos tipos de músicos, porque hasta de los malos puedes sacar cosas. Todo eso yo lo he ido apuntando y de ahí salen mis temarios", explica.

El músico sevillano, momentos antes de la entrevista.
El músico sevillano, momentos antes de la entrevista. / José Ángel García

"Porque con la corneta ocurre –continúa– que, como no se enseña en los conservatorios, como no hay una manera reglada de estudiarla, al final es todo muy intuitivo. Y siempre he pensado que tenía que haber otra manera de aprender esto. Recuerdo que de pequeño, cuando quería entrar en la Banda del Divino Perdón de Alcosa, donde empecé, me dijeron: tú ponte allí en la esquina y cuando te suene medio bien algo te acercas y si vales, a lo mejor te meto. Yo me dije: ¿cómo? Ni de coña iba a estar yo allí unas pocas horas solo todos los días, qué va, y me propuse que eso iba a hacerlo sonar como fuera. Miraba mucho. Siempre he sido muy observador. Cómo se ponían la boquilla, cómo gesticulaban, cómo cogían el aire... Y escuchaba las marchas allí al fondo, porque los mayores estaban como a cien metros, y yo intentaba tocar lo mismo que ellos", recuerda.

"Sin darme mucha cuenta, poco a poco, he ido metiendo la corneta en sitios curiosos, el instrumento va teniendo cada vez más cabida en otras cosas", dice sobre esas colaboraciones que él mismo mencionaba antes, la más frecuente con Andrés Herrera Pájaro, heredero espiritual de Silvio, amigo de sus padres y vecino de toda la vida en Alcosa, que ha tenido en Quini a un aliado imprescindible para darle el aire adecuado –nunca mejor dicho– a sus deliciosos temas de surf cofrade.

"Siempre he sido muy bohemio, Pájaro me ha dado la vida al descubrirme el rock"

"Yo he sido siempre muy bohemio, no me he puesto límites con la música nunca, ni tampoco doy el perfil de cofrade engominado, con patillas y chaquetita, yo voy con mis camisas de flores, no de El Caballo, voy de otro rollo, porque soy así, ya está. No tomo alcohol ni he probado el tabaco, y mucho menos los alucinógenos, pero para hacer música hay que abrirse, experimentar, sacar cosas nuevas. Y yo, como te decía antes, me siento músico, a secas. En ese aspecto, a mí Pájaro me ha dado la vida al descubrirme de verdad el rock. No me des a elegir entre él y mi banda, porque sería como elegir entre mi padre y mi madre. Me quedo con los dos porque necesito a los dos".

Tiene gracia que el Quini, tras un coloquio sobre música cofrade celebrado recientemente en el Cicus, nos fuera presentado, informal y cariñosamente, como "el Miles Davis de la corneta". Porque resulta que el músico tiene al respecto una inquietud muy específica. "Tengo el gusanillo de grabar algo, hacer un rollo a lo Sketches of Spain", dice sobre el célebre disco del gran tótem de la trompeta jazzística del siglo XX. "Pero con la corneta, claro. Quiero rodearme de buenos músicos, meter batería, guitarra eléctrica, mucho viento-metal, cuerdas, hasta un sitar. Que un tema suene flamenco y otro a la India. Meterle sordina a la corneta, sonidos raros, incluso un pedal, que es algo que le vi hacer a un trompetista americano viejo. Llevo dos o tres años dándole vueltas. Ahí ando, preparando el puchero. Primero quiero seguir enriqueciéndome, creciendo, pero en cuanto me sienta preparado lo haré, yo no voy a dejar de tocar sin antes haber hecho algo así, porque me lo pide el cuerpo”.

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