Brumas y transparencias románticas

ROSS. 4º de abono | Crítica

Leonel Morales y Pablo González enfrentados a Brahms.
Leonel Morales y Pablo González enfrentados a Brahms. / Guillermo Mendo

La ficha

ROSS

**** 4º de abono del Ciclo 30 Aniversario. Solista: Leonel Morales, piano. ROSS. Director: Pablo González. Programa: Concierto para piano y orquesta nº1 en re menor Op.15 de Johannes Brahms; Sinfonía nº8 en sol mayor Op.88 de Antonin Dvorák. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves, 25 de marzo. Aforo: Media entrada.

14 de febrero de 2021. En Sevilla y provincia se contabilizan 514 nuevos contagios del virus de la covid. La tasa a 14 días está en 473,8 casos por cien mil habitantes en la provincia y 430,4 en la capital. Hay 549 hospitalizados (124 en UCI). Ese día el Teatro de la Maestranza presenta la primera de las tres funciones de Un ballo in maschera con más de un 50% del aforo ocupado, un aforo que irá incrementándose hasta el 75% (así por ejemplo se celebraron las dos funciones de El barberillo de Lavapiés un mes después). La sesión es matinal porque por entonces tiendas, bares y restaurantes tienen obligación de bajar la persiana a las 6 de la tarde. Los cines están cerrados. No hay casi turistas. Las iglesias tienen aún baja afluencia.

25 de marzo de 2021. 289 nuevos contagios. Tasas: 126,4 en la provincia y 101,7 en la capital (la más baja desde el 3 de septiembre). Hospitalizados: 196 (50 en UCI). Bares, restaurantes y tiendas abiertos hasta las 22:30. Cines abiertos. Iglesias abiertas ofreciendo a feligreses y curiosos sus concurridos cultos de Cuaresma y Semana Santa (dicen que pueden mandar a la policía a cerrarlas; entrarán con bazuca, supongo). El Maestranza es obligado a cerrar desde mañana y hasta el 9 de abril (los 200 espectadores que serían permitidos resultan por completo inviables; todo el mundo es consciente de eso), dejándose entre medias algunos de los espectáculos esenciales del actual curso (Argippo de Vivaldi, que afecta además gravemente al Femás; el 5º de abono de la ROSS, uno de los programas más esperados de la temporada de la orquesta; el concierto de la OJA, con estreno incluido).

En último término, estas cancelaciones son poco importantes en medio de las tragedias provocadas por la pandemia. Se asumen y punto. Lo grave es que en una situación como esta, absolutamente anormal y excepcional, los administrados comprueben con horror que quienes los gobiernan se dedican a dar palos de ciego para ofrecer la impresión de que están haciendo algo (algo bueno). La sensación de arbitrariedad que soporta esta incomprensible medida es por completo desalentadora.

Y así, con esa sensación de desaliento, se ofreció esta especie de náufrago en medio de la nada que vendrá, este primero de los dos previstos conciertos de abono que tenía que ofrecer la ROSS esta semana. Visitaba la orquesta después de bastantes años sin hacerlo el pianista hispano-cubano Leonel Morales, que se enfrentaba a uno de los mastodontes del repertorio, el Concierto nº1 de Brahms, una obra en la que el instrumento solista está tan integrado en la orquesta que resulta de vital importancia que el director no se limite sólo a acompañar el tipo de lectura que prefiera el solista, sino que entre ambos haya auténtica comunión. Fue la del comedimiento y la penumbra, una visión clara y limpia por parte de Morales (delicadísimo en el Adagio), con apreciable relieve dinámico en la orquesta, curvilínea, pero en la que dominaron los timbres graves y las sonoridades más suaves (introducción casi completa en torno al mezzopiano, clímax siempre muy controlados). Un Brahms hecho más de sombra que de luz, con detalles de fraseo estupendos (ese matizado crescendo en en el pasaje fugado del rondó) y una sensación de gravedad que no se disipó ni en un final que resultó incluso brumoso y fue rematado por un acorde conclusivo opaco.

El contraste con la de Dvorák fue radical. Desde ese canto inicial de los cellos sobre pizzicati de violas y contrabajos y la aparición fantasmal de la flauta, casi levitando sobre la cuerda, la lectura de González estuvo otra vez llena de matices dinámicos, de inflexiones de fraseo (esos silencios del Adagio, esos rubatos del Finale, con los violonchelos cantando otra vez con delectación), pero ahora el color pasó a primerísimo plano de una interpretación tan brillante en lo tímbrico como transparente en las combinaciones texturales.

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