Reflejos de la mejor Pagés
A veces, como se ve en la poesía, lo más íntimo, lo más personal, es también lo más universal. Es lo que sucedió anoche en el teatro Maestranza. Esperábamos un tú a tú con María Pagés y nos lo encontramos, por supuesto, pero tan lleno de experiencias, de nostalgias, de músicas, de poemas... que acabó por convertirse en un precioso espectáculo que todos disfrutamos con los sentidos y con el corazón.
Siempre hay momentos en la vida, sobre todo al final de algunos períodos, en que hay que ser ser egoísta y hacer algo para uno mismo. Y a María Pagés, siempre atareada con su compañía, con sus hermosas escenografías, con la realización de sus ideas coreográficas, le llegó ese momento justo cuando el mítico Barysnikov -casi nada- la invitó a su Centro neoyorkino y le encargó, sencillamente, algo personal.
Así nació este Autorretrato que anoche se estrenó a nivel nacional. En él, la sevillana se ha mirado con calma al espejo y, de algún modo, ha hecho una especie de balance, para sí misma y para los demás, de toda su trayectoria personal y artística. El espectáculo es, pues, sobrio e intimista de planteamiento, aunque tan rico en contenidos que acaba por implicar en la escena, de forma suave y sin alardes, como quien no quiere la cosa, a quince artistas entre músicos y bailaores.
María aparece igualmente sobria, sin flores ni peinetas. Sólo una trenza y eso sí, un maravilloso vestuario que parte del negro para subir gradualmente hasta el color y que potencia su ya estilizada y sensual figura. Dentro de esa intimidad, que se crea especialmente con la iluminación, todo fluye sin obstáculos, llenándose poco a poco de matices y de tonos diferentes. En medio de todo, María está sencillamente inmensa. Con su baile estilizado de pájaro a punto de levantar el vuelo, baila y baila con placer. Flamenco, por farrucas -magníficamente acompañada por su elenco masculino-, martinetes, tientos tangos, alegrías... y pura danza con los poemas de Saramago de fondo -uno en la voz del propio escritor y otro en la suya propia-, y en las Nanas de la Cebolla, que retoma y reinventa de forma admirable. Luego nos da una lección de castañuelas y de humor en unos hilarantes tanguillos (homenaje también a los ajetreados viajes de su compañía) y dedica guiños a sus trabajos anteriores. A La tirana, con el juego de cuadros, con los encantamientos del espejo que te devuelve tu imagen y te persigue, o te devuelve otra, alguien diferente. A Banana Republic, su espectáculo más visto, a Canciones antes de una guerra... Al final, juega con un impresionante mantón de flecos dorados has ta que el público, su público de Sevilla, se le entregó sin condiciones.
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