El jardín particular de Rocío Molina y Elena Córdoba

Impulso II / Festival de Itálica

Rocío Molina y Elena Córdoba en un momento de su improvisación.
Rocío Molina y Elena Córdoba en un momento de su improvisación. / Guille García

La ficha

'Impulso II'. Intérpretes: Rocío Molina, Elena Córdoba (baile) y Luz Prado (violín). Iluminación: Sergio Collantes. Lugar: Monasterio de San Isidoro del Campo. Fecha: Sábado, 06 de julio. Aforo: Lleno.

Rocío Molina continúa con su ciclo de Impulsos que la llevan, camaleónica y siempre curiosa, a compartir su arte, en diferentes medidas, con el artista o la artista que la acompaña.

En el primero de los celebrados en el monasterio de San Isidoro del Campo, Riqueni, enorme compositor y guitarrista, pero poco dado a los experimentos y los work in progress, ofreció un concierto en toda regla -¡y qué concierto!- al que Molina se entregó sin ambages. El de este sábado, sin embargo, sí ha sido un auténtico laboratorio donde lo conceptual estuvo siempre por encima de la mera exhibición o de la búsqueda de unos resultados estéticos que llevaran al contentamiento o al acostumbrado entusiasmo de los espectadores.

Sin más dramaturgia que la que podía surgir de sus acciones –recordemos que el trabajo no se presentaba como un espectáculo, aunque siempre tuviera presente al público- las tres protagonistas (Molina, la veterana bailarina y coreógrafa de danza contemporánea Elena Córdoba y la violinista Luz Prado) se marcaron y siguieron rigurosamente unas pautas. La primera de ellas: abrir sus cuerpos –o su música-, desde la inmovilidad, como se abren las flores a una determinada hora del día. De ahí el pequeño y rudimentario jardín circular que eligieron como único elemento escenográfico.

Luego se fueron poniendo límites físicos, típicos del entrenamiento del actor y poco practicados por los flamencos. Límites que se vieron más claros en Rocío Molina, llena de energía y en el punto más alto de su madurez física, que en una Elena Córdoba –más de 20 años mayor que Rocío- más vuelta hacia dentro y, por tanto, más hermética. Porque ese era, sin duda, uno de los alicientes de este trabajo: unir a dos bailarinas no sólo de diferentes géneros, sino de edades y de energías absolutamente diferentes. Elena Córdoba, por su parte, lleva años centrada en investigar el cuerpo, tanto en su interior –determinadas vértebras, el proceso de envejecimiento…- como en sus manifestaciones externas.

Rocío Molina buscando el equilibrio con su peculiar y pesado tutú.
Rocío Molina buscando el equilibrio con su peculiar y pesado tutú. / Guille García

Así, mientras Prado exploraba los sonidos más inusuales que puede producir un violín, probando incluso a tocar con su arco una cuerda que atravesaba diagonalmente la escena, Molina absorbía sus movimientos, incluso fragmentos enteros de bailes, ralentizaba sus encuentros con el otro cuerpo, y cambiaba su peso y su centro de gravedad apoyándose en la pared para zapatear o intentando bailar con el lastre de la tierra encima, es decir con el mencionado jardincillo colocado a modo de tutú. A pesar de todo, como las flores en primavera, su fuerza brotaba irrefrenable de vez en cuando, como en los electrizantes verdiales de su Málaga natal, que bailó al ritmo del violín y la voz de Luz Prado para deleite de sus admiradores.

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