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GRIGORY SOKOLOV | CRÍTICA

El tiempo dentro de un piano

Sokolov en la penumbra del Maestranza.

Sokolov en la penumbra del Maestranza. / José Angel García

El tiempo y el tempo se combinan en las manos de Sokolov en una alquimia en la que el trascurrir de los instantes y el pulso interno de la música acaban confundiéndose en un fluir continuo y sin limites. El gigante ruso atrapa en sus manos las notas y los silencios que entre ellas dan sentido de continuidad temporal al discurso sonoro, haciendo que parezca que entramos en una dimensión sonora y cronológica diferente a la del mundo que nos rodea. Sin aspavientos, sin gesticulaciones innecesarias, sin inmutar el rostro, tan parco en gestos externos cuanto de expresivo es el discurso musical que aflora de entre sus dedos. Es, en definitiva, un pianismo trascendido a la propia fisicidad del instrumento y del sonido y que ata al oyente en un trance estético difícilmente igualable en la actualidad.

Por mucho que se hayan escuchado las polonesas de Chopin, en nada se parecerán a las que Sokolov nos iluminó en su recital. Por medio de sutiles retenciones, en un subyugante uso del rubato que modela el tempo interno a su antojo sin que parezca que nada se mueve de su sitio, el pianista nos fue llevando a su manera íntima de sumergirse en estas piezas, tan aparentemente de salón, pero que aquí sonaron como joyas de melancolía y de sentido contemplativo. Tras un acentuado trino en la zona grave con cruce de manos, el segundo tema emergió en la op. 26/1 con delectación y melancolía. Su capacidad de establecer toda una paleta de gradaciones dinámicas, junto con el uso expresivo de los pedales (el sostenuto especialmente) y en combinación con la sutilidad de su pulsación hicieron de la op. 26/2 y de la op. 44 una muestra de sensibilidad y de capacidad de decir algo nuevo, íntimo y arrebatador a la vez. Ya en la famosa Polonesa Heroica volvió a demostrar que no es pianista que se deje llevar por arrebatos de cara a la galería, prefiriendo un tono de controlado entusiasmo combinado con la fuerza emergente, volcánica, de su mano izquierda en la sección central, todo un apabullante ejemplo de crescendo controlado compás a compás.

Todo esto y más fue lo que Sokolov nos mostró en su acercamiento a la op. 23 de Rajmáninov, en una galería de colores, de intensidades y de refinamiento en el fraseo, desde el volcánico nº 2 a la intimidad inconmensurable, la sutilidad más inefable, del cierre del nº 10.

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