Sublime arte del bodegón

Seff 2011

André Wilms y el niño Blondin Miguel en una imagen de 'Le Havre', de largo, la mejor película del festival.
André Wilms y el niño Blondin Miguel en una imagen de 'Le Havre', de largo, la mejor película del festival.
Manuel J. Lombardo

09 de noviembre 2011 - 05:00

Le Havre. Director: Aki Kaurismäki. País: Fin-Fra-Ale. Año: 2011. Duración: 91 mins. Con: André Wilms, Kati Outinen, Jean-Pierre Darroussin, Jean-Pierre Léaud, Blondin Miguel.

Con Kaurismäki aprendimos, y no sólo gracias a Juha, que para invocar las esencias del cine mudo no hacía falta imitarlo plano a plano o hacer de él un pastiche nostálgico en busca del aplauso fácil. Todo su cine, desde Crimen y castigo a Le Havre, integra la gramática visual, la inteligente candidez, la depuración del trazo, el gusto por la singularidad y la elocuencia de los rostros y los cuerpos (aquí, los de viejos conocidos, algo más achacosos, más sabios por tanto: Wilms, Outinen, Léaud, Darrousin, Didi, Piazza, Étaix) y el marxismo melancólico de algunos maestros de referencia, para disolverlos en un universo personal e intransferible por el que se cuelan, además, las inconfundibles ráfagas del gélido viento del norte templadas por los vapores de la más dulce de las borracheras y el sonido crujiente de tangos pretéritos.

Con Kaurismäki aprendimos y seguimos aprendiendo también que esto de la Europa unida y el bienestar procede siempre del sacrificio y la dignidad de los desposeídos, de esa clase trabajadora y popular que el cine tal vez nunca debió haber abandonado como horizonte para su proyecto humanista regenerador, socialista y revolucionario.

Atravesada por ese dislocado anacronismo accionado por los resortes de una generosa cinefilia -de Chaplin a Renoir, del realismo poético al polar de Melville, de Ozu a Bresson-, Le Havre dibuja sus bodegones de esperanza, solidaridad comunitaria y triunfo proletario desde la sencillez y la deslumbrante pureza de su puesta en escena, con la ayuda de esos botes de pintura que acompañan siempre a Timo Salminen, fiel director de fotografía, como económico material base para la estilización del mundo con unos precisos toques de color aquí y allá.

Un mundo, lo mismo podría ser Helsinki que París, Londres que el Medio Oeste estadounidense, impulsado por las fuerzas universales del melodrama comprometido con redentor y emocionante happy end, un mundo que nos reconcilia de nuevo con el cine como refugio y arma de presente mientras esa otra gente realmente fea y pobre de espíritu parlotea a la nación ante las cámaras.

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