Palabras, solo palabras

Un hombre de paso | Crítica de teatro

Los tres protagonistas de 'Un hombre de paso' en un momento del estreno.
Los tres protagonistas de 'Un hombre de paso' en un momento del estreno. / Juan Carlos Muñoz

La ficha

* ‘Un hombre de paso’. Dirección: Manuel Martín Cuenca. Dramaturgia: Felipe Vega. Intérpretes: Antonio de la Torre, María Morales y Juan Carlos Villanueva. Iluminación: Juanjo Llorens. Escenografía: Esmeralda Díaz. Vestuario: Pedro Moreno y Rafael Garrigós. Lugar: Teatro Lope de Vega. Fecha: Jueves 27 de enero. Aforo: Completo.

En el Lope de Vega ha sido difícil encontrar una entrada este fin de semana. El motivo, la vuelta a los escenarios de Antonio de la Torre, muy conocido por sus magníficos trabajos en el cine, dirigido por Manuel Martín Cuenca, igualmente celebrado por dirigir películas como Caníbal o El autor.

También el tema, dos versiones encontradas del Holocausto nazi, se presentaba atractivo dentro de su dureza. Es lógico, incluso loable, que en estos momentos en que la intransigencia y la xenofobia se extienden como una mancha de aceite, se utilice el escenario para denunciar los horrores que los hombres (y las mujeres, claro) pueden cometer contra sus propios congéneres.

Pero el teatro no es solo texto; si así fuera, bastaría con interpretar a Shakespeare para acertar. El teatro son acciones, emociones, conflictos, ritmo… y mucha energía. Necesita actores que, para sostener a sus personajes, trabajen su cuerpo y su voz para que se les oiga, para que se les entienda, y sobre todo para que se les crea.

Desafortunadamente, en Un hombre de paso hay muy poco de todo eso. Hay un texto de Felipe Vega, más documental que teatral, basado en una obra del también cineasta –e hijo de judíos- Claude Lanzmann, y tres personajes. Una periodista (María Morales), la más creíble, la más humana, que, treinta años después del Holocausto, entrevista a Maurice Rossel (Antonio de la Torre), un miembro de la Cruz Roja que pudo entrar en Auschwitz y luego escribió un informe extrañamente amable sobre el terrible campo de exterminio, y Primo Levi, el escritor italiano que, tras sobrevivir a uno de los campos, dedicó su vida a contar su experiencia para salvaguardar la memoria y evitar el olvido del mundo.

No hay más conflicto que el que seguramente vive Rossel en su interior ante la evidencia de su ligereza, pero –además de que se le oye poquísimo a pesar del micrófono- sale de escena antes de mostrarlo. Por su parte, Levi (Juan Carlos Villanueva), que tampoco vocaliza demasiado, se limita a recitar algunos de los pensamientos que expresó en sus libros. Como el hecho de que los enemigos estaban fuera, pero también dentro de los barracones de los prisioneros, porque un ser humano al que le han arrebatado su dignidad puede ser increíblemente cruel con los que tiene a su alrededor.

Palabras terribles que, al estar apoyadas en una interpretación realista y absolutamente monótona en el sentido literal del término (es decir, en un único tono) se quedan en eso, en meras palabras. Tal vez en un teatro de bolsillo, o con una cámara filmando y proyectando en escena primeros planos…

Porque tampoco hay acciones –únicamente gestos repetidos, como el de fumar- ni una dirección que proporcione algunas puntas al desarrollo de la obra. Solo un poco de música sonará casi una hora después del comienzo.

Lo cierto es que el público salió bastante desilusionado del teatro, pero era un estreno absoluto y podemos esperar que todos hayan tomado buenas notas para remediar los posibles errores.

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