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Los Voluble | crítica

Bailamos juntos, luchamos juntos

  • Los Voluble presentaron en la noche del sábado su espectáculo visual y musical "Flamenco it's not a crime" en la Bienal ante un público entregado a ellos que llenó el patio del Monasterio de San Jerónimo

Pedro y Benito Jiménez, los Voluble, y Juan Moneo en la pantalla

Pedro y Benito Jiménez, los Voluble, y Juan Moneo en la pantalla / José Antonio Jiménez

En el montaje que Los Voluble presentaron anoche en el Monasterio de San Jerónimo el flamenco estuvo siempre presente: entre el house, el hip hop, el reguetón; desde el primer plano hasta el rincón del fondo; pero siempre ahí, tan hegemónico como subversivo, con un tratamiento por parte de los hermanos Pedro y Benito Jiménez que a los críticos que crucificaron a El Niño de Elche en la pasada Bienal hará temblar. Los Voluble usan el flamenco como camino para la experimentación y el activismo y lo muestran tan poderoso como es. La mejor metáfora de la grandeza del flamenco estaba incluso dentro de la imágenes que acompañaron a la música, cuando en un momento determinado de un segmento con bailes de todas clases, estilos y lugares aparece el Farruco, con el porte orgulloso que le recuerdo de cuando éramos vecinos, y antes de arrancarse de esa forma con la que paraba el aire, se pasea entre la gente con gesto como de ir diciendo: ¿qué, soy o no soy el puto amo…? Los Voluble son dueños y señores de una estética en desarrollo, pero propia de ellos solos.

La enorme pantalla de leds al fondo del escenario nos recuerda el título del espectáculo que hemos venido a ver: Flamenco it’s not a crime; que se inicia con el ruido como de un tren que se acerca mientras vemos todas las marcas y logos reconocibles que la publicidad y el uso nos han grabado a fuego en la mente. Una voz en off nos va metiendo en un nivel más profundo y receptivo a medida que va contando; y al llegar a diez la música se convierte en hipnótico ruido, en un drone del que emerge la voz y la imagen de La Paquera de Jerez con un quejío jondo, a palo seco como en las saetas, a la que se van uniendo más voces, hasta que pasa a dominarlo todo la de María José Llergo reconvirtiendo el bolero en flamenco impuro.

El flamenco no es Triana, ni la Alameda, ni el Polígono; no es la Feria ni el Rocío, nos lanza la pantalla; el discurso academicista y ridículo del gafapasta que sale en ella se rompe de pronto ante el rotundo tó es mentira del Agujetas, el flamenco es mentira. La contradictoria frase planea varios minutos sobre un compás repetido que apoya una percusión de palmas sordas y el martillo de un subfusil; el rey emérito cae al suelo. Causa y efecto, provocación. Todos los símbolos de la dictadura y la religión se van derrumbando hasta que solo reina la voz de José Menese por martinetes y deblas, el poeta más comprometido del flamenco, fundiéndose después con otras voces a capella, las de Emptyset & Danny Brown rodeadas de un ruido propulsor. La tradición ancestral se abre paso entre la opresión para llegar a un mundo inevitable, el de la remezcla de músicas, costumbres, razas, políticas, sociedades…

El mundo que describe Flamenco it’s not a crime es ese, el de Tía Anica la Piriñaca cantando por soleá al compás del techno hardcore, el del pregón de Alberto García Reyes convertido en slogan anti capirotero, el de la reconversión del baile por sevillanas en los movimientos convulsos del grime, muy sevillano también, de S Curro; el mundo, en suma, confuso y turbio que deja sin palabras a los maestros, de forma que Antonio Mairena solo acierta a balbucear el mundo… en suma… y tanto… andaluz… ¿cómo?

El reguetón antiguo de Daddy Yankee echa más gasolina a las desafiantes poses de Inés Arrimadas, el jungle de Shy FX & UK Apache se hace todavía más mestizo cuando sustituye a las bulerías para el baile de El Bobote; el maestro de los tópicos se queda con la palabra en la boca cuando habla de los silencios de Sevilla y le sustituye en el púlpito Josh Wink, que convierte el campus universitario en una rave en la que canta Tomás Pavón un martinete con eco electrónico para que las bailaoras gitanas se arremanguen la falda y se unan a la fiesta, que ya está llegando a su fin. Pero todavía nos queda una pequeña coda de cuatro minutos para que Juan Moneo entone un martinete, ardiendo más que en la fragua con el fragor del house mantenido por el pulso del bombo que nos deja los mensajes finales: la cultura no es peligrosa y para inculcarla la vuelta a las aulas debe ser segura.

Los Voluble fundieron géneros a velocidad vertiginosa, y el conjunto híbrido de Flamenco it’s not a crime fue estéticamente impresionante y entusiasmó a todo el público que llenó el patio, aunque se tuviese que conformar con bailar sobre sus sillas al modo de La Chana, aguantando como pudo el asalto sensorial al que estuvo expuesto en todo momento. Una actuación impecable de unos artistas multimedia incomparables.

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