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José Guerrero: 25 años sin el artista que inventó el negro

  • El pintor falleció el 23 de diciembre de 1991 en Barcelona y sus cenizas fueron esparcidas debajo de un olivo

  • El centro con su legado abrió sus puertas en Granada en el año 2000

Como Carlos Cano, José Guerrero nació en Nueva York, provincia de Granada. En la ciudad de la Alhambra se formó en el taller de un granadino ilustre de la época, Gabriel Morcillo, donde comenzó a pintar y aprendió un oficio que derivaría en muchos estamentos pictóricos ajenos a lo que se enseñaba en el tradicional estudio de Morcillo, que regañaba a su joven alumno por pintar a la manera "de un pintor mexicano muy malo llamado Diego Rivera". En la ciudad de los rascacielos el pintor granadino se hizo universal y se zambulló en el expresionismo abstracto americano. Regresó a España y se compró una casa en Cuenca y un chalé en Nerja, pero murió el 23 de diciembre de 1991 en Barcelona, hace 25 años. Un cáncer segó la vida de uno de los grandes artistas granadinos del siglo XX, el pintor de La brecha de Víznar y, según el cronista oficial de la ciudad, Tico Medina, "el García Lorca de la pintura".

Murió en la Ciudad Condal, donde residía su hija Lisa, casada con un eminente médico y que, junto a su hermano Tony, fue la artífice de que el legado del pintor llegara a Granada para instalarse en el Centro Guerrero de la calle Oficios, donde después de diversos desencuentros que hicieron que su permanencia pendiera de un hilo tiene su continuidad asegurada hasta 2025.

Francisco Baena, director del Centro Guerrero, tuvo la oportunidad de conocer al pintor granadino en dos ocasiones: la primera, siendo niño durante una visita escolar a la exposición antológica de José Guerrero en la Sala de las Alhajas de Madrid; y la segunda, como alumno del taller que impartió el artista en el Círculo de Bellas Artes de Madrid en 1988. En esta ocasión, trató personalmente a Guerrero durante un mes y recuerda de él sus relatos, su capacidad docente y su enorme curiosidad.

José Guerrero nació en un familia humilde y trabajó como aprendiz de carpintero tras la muerte en 1929 de su padre, Emilio García López, chófer de profesión. También contribuyó a la economía familiar en un taller de electromecánica y en la fábrica de chocolates San Antonio. Sus aptitudes le hicieron ingresar en la Escuela de Artes y Oficios, aunque abandonó tras un sonoro desencuentro con Gabriel Morcillo. Por medio de un amigo consiguió un empleo como campanero de la catedral y se instaló en el estudio que habitó siglos antes Alonso Cano. Aquí tuvo tiempo para forjarse como pintor. El resto de su vida no fue más que abrir los ojos para empaparse con la mirada de un niño de todo lo que le rodeaba.

Vivió la Guerra Civil con una honda desolación que recordaría más tarde como "los gritos de la noche". Se licenció en Madrid en Bellas Artes y marchó a París becado por el Gobierno francés para descubrir el arte contemporáneo. Inició un recorrido vital por Europa con una estancia trascendental en Roma, donde conoció a su mujer, Roxanne, y donde comenzó a experimentar una angustia vital que se colaría después en sus creaciones.

Finalmente llegó a Nueva York en 1950 y al poco de instalarse se presentó, con una carta de recomendación de Karl Buchholz, en la galería del influyente Kurt Valentin, quien lo dirigió a Betty Parsons, una de las más importantes marchantes de la recién cuajada Escuela de Nueva York. Por medio de ella conoció a varios de los pintores más destacados del momento como Steinberg, Rothko y Lindner, además de intimar con la familia García Lorca y con otros intelectuales españoles en el exilio. Y trabó amistad con James Johnson Sweeney (director del Solomon Guggenheim Museum), que se mostró muy interesado por sus trabajos murales.

El niño pobre de Granada estaba instalado cómodamente en la capital del mundo, pero su angustia vital continuaba y se vio abocado al psicoanálisis, lo que además de calmar su desazón le proporcionó unas herramientas para el análisis que incorporaría a sus creaciones.

Después de diversos viajes a España se instaló por un tiempo en su país a mediados de los 60 e hizo un viaje por Andalucía, con parada en el barranco de Víznar. Su mujer, periodista, perfiló un reportaje para Life con motivo del trigésimo aniversario de la muerte de Lorca bajo el título La España que nutrió a García Lorca. En esta travesía hizo numerosos apuntes figurativos que culminarían en un cuadro de capital importancia en su trayectoria: La Brecha de Víznar. La familia Guerrero volvió a Nueva York, aunque seguiría regresando a España todos los veranos.

En 1976 se celebró en Granada su primera exposición antológica en las salas del Banco de Granada y de la Fundación Rodríguez Acosta. Constaba de 54 lienzos y fue el comienzo de lo que los críticos vinieron en llamar la "segunda juventud de José Guerrero". Pero su consagración definitiva en España fue en 1980, con una gran muestra en la Casa de las Alhajas de Madrid. A partir de aquí se convirtió en un sabio accesible para los jóvenes, un hombro en el que buscar consejo. Se zambulló en un aluvión de actividades hasta que la enfermedad llamó a su puerta.

Por expresa voluntad, sus restos se incineraron y se depositaron bajo un olivo andaluz. Y en el año 2000 su legado personal se depositó en el Centro Guerrero, justo enfrente de donde tañía las campanas de la Catedral a mediados de los años 30 y, entre tanto, decidía en el cuarto que habitó Alonso Cano que el olor a pintura y aguarrás le iba a acompañar toda su vida.

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