Cultura

Para un arte (flamenco) humanizado

La cosa empieza con un tumulto. Hay gente que lleva sentada en su butaca del Teatro Quintero desde antes de las nueve y el reloj marca las diez menos cuarto. Algunos se levantan, exigen la devolución del importe, no pueden soportar la espera, el hecho de que las escaleras estén ocupadas por espectadores. Otros amenazan con llamar a la Policía. La propuesta, dirigida por Cristobal Jodorowsky, se basa en Psicomagia de su padre Alejandro. Aunque el guión surge del trabajo en un taller de los 15 intérpretes, nueve de ellos flamencos (cinco bailaores, una cantaora, dos guitarristas y un percusionista), los demás actores. Son acciones basadas en el trabajo con los padres, de ahí el título de la propuesta Padres, madres, hijos, hijas. Es un trabajo de despojamiento, de desnudez. Eso, que es la base de toda puesta en escena, y que es tan infrecuente. Mirando a la máscara desde la comicidad o desde el drama.

El flamenco, como cualquier otra experiencia teatral, artística, trabaja desde las emociones. Lo que les venimos contando en estas páginas desde hace diez años. Lo demás es un añadido, un instrumento, un lenguaje que está, aunque no siempre ocurra así, al servicio del contenido, de la expresión del yo. El público se identifica porque todos somos padres, madres, hijos e hijas, en ocasiones con los roles cambiados, como evidencia esta propuesta. El público, este espectador, entra en el juego por dicha razón. Como en cualquier otra propuesta. Sólo que lo que habitualmente se da por supuesto, hasta el punto de desaparecer, aquí se pone en evidencia. Ocurre siempre que se baila unas alegrías, se canta una vidalita, cuando se toca un tango, como aquí, con la propia biografía en las manos, en los pies, en la garganta.

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