En el barracón de la feria digital
Tron: Legacy. EEUU, 2010, Ciencia ficción, 129 minutos. Dirección: Joseph Kosinski. Guión: Adam Horowitz, Richard Jefferies, Edward Kitsis, Brian Klugman, Steven Lisberger, Lee Sternthal. Intérpretes: Jeff Bridges, Olivia Wilde, Michael Sheen, Garrett Hedlund, James Frain. Música: Daft Punk. Fotografía: Claudio Miranda.
Hay naderías que cambian la historia del cine. Mejor dicho: que abren nuevos caminos al cine. Porque sólo las grandes películas cambian su historia. Las que, como Tron, aportaron novedades técnicas sin que éstas se ordenaran expresiva o narrativamente, se limitaron a poner herramientas en manos de quienes les supieron sacar más jugo visual o dramático. Ésa ha sido siempre la constante del cine.
En 1982, Tron fue un fracaso en relación con el dinero invertido y las expectativas de presentar una nueva forma de afrontar los relatos de fantasía con el uso de lo que entonces eran medios técnicos pioneros. Se estaba empezando a explorar la frontera digital que en 1977 había atravesado La guerra de las galaxias y ese mismo año 82 Coppola exploraba con esa exquisita ruina que fue Corazonada, tras 2001: una odisea del espacio (pionera absoluta en 1968 de la revolución de los efectos especiales), la más creativa de las películas que utilizaban las nuevas tecnologías para algo más que el espectáculo. Después vendrían los Terminator o Máximo riesgo hasta que en 1993 Parque Jurásico fundió narración, emoción y espectáculo digital como nunca antes se había hecho.
Con el paso del tiempo Tron se convirtió en una película de culto -minoritario pero fiel- por lo que no es sorprendente que 28 años más tarde, en la apoteosis del cine basado en efectos digitales y en la cresta de la ola del 3D, se la resucite. Lo sorprendente es que de la cripta surja una película idéntica. Porque esta Tron: Legacy vuelve a confiarse por completo en la espectacularidad de los efectos descuidando todo lo demás.
Queda lo argumentalmente más original de la primera versión, la existencia de mundos paralelos, pero en estas tres décadas son muchas, desde Videodrome a Matrix u Origen, las películas que han desarrollado esta idea. Por lo que lo único que queda, otra vez, es el fogonazo, el espectáculo tecnológico, el efecto especial. Como entre la primera Tron y ésta ha explotado el furor de los videojuegos, que procuran más ingresos que las películas, lo único nuevo en esta película es seguir el camino de servidumbre del actual cine de entretenimiento y fantasía para con el videojuego. Los intentos de inyectar filosofía son la patética herencia del universo Matrix que algunos, asombrosamente, tomaron en serio. Eso sí: cumple a la perfección su modesto propósito de convertir las salas de cine en barracones de la feria digital.
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