Exposición en el Caixafórum de Sevilla

Montmartre antes de Disneylandia: un viaje al París mítico

  • La exposición 'El espíritu de Montmartre en tiempos de Toulouse-Lautrec' llega al centro de la Cartuja, donde podrá verse hasta el 31 de mayo

  • Más de 300 obras ilustran el cambio de mentalidad y de estética que impulsó la bohemia parisina en el cambio de siglo

Presentación de 'El espíritu de Montmartre en los tiempos de Toulouse-Lautrec'. / Juan Carlos Vázquez

Hoy parece un lugar soñado, de tan remoto y cantado. El París underground que surgió en la bisagra que giró en el siglo XIX dejando a la ciudad en el XX, el de la bohemia de pura cepa y el del arte idealista y con ímpetu revolucionario que gritaba por las calles clamando por un profundo cambio en la forma de entender la vida, aquella concentración de cabarets, de teatros de sombras, circos y cafés llenos de humo, aquel griterío y aquella agitación nocturna, todo aquello, sin duda, existió aunque parezca hoy ya hoy casi más un espacio mitológico que histórico y geográfico.

El gigantesco escenario fue, como todo el mundo sabe, Montmartre, un barrio marginal en una colina al norte de París que en aquel entonces ni siquiera se consideraba del todo París, en cuyo núcleo burgués de la grandeur y el urbanismo majestuoso ese suburbio gozaba de impecable mala fama no sin motivo. Pero a partir de la década de 1880, y muy especialmente desde 1881, cuando en el barrio abrió sus puertas el cabaret Le Chat Noir, que exhibió legendario magnetismo desde primerísima hora, la zona vivió un auténtico aluvión de artistas de toda condición que tomaron esas calles que antes eran el paraíso de la prostitución, el vagabundeo y otros sospechosos habituales de la mala vida. 

La exposición El espíritu de Montmartre en tiempos de Toulouse-Lautrec llega ahora al Caixafórum de Sevilla tras su paso por Madrid y Barcelona para proponer una nueva inmersión en aquella época grabada a fuego en el imaginario colectivo. "Vivir allí era mucho más barato que en el Barrio Latino y pronto se corrió la voz. Pero es que además Rodolphe Salis, el dueño de Le Chat Noir, que antes había sido artista, hizo una campaña prodigiosa e invitó a todos sus amigos a tomar la zona. Que no sólo era más barata. También había más libertad. La Policía allí era menos estricta y en Montmartre, por ejemplo, un local como ese cabaret podía tener un piano, cosa que en otros lugares de París era imposible", cuenta Phillip Dennis Cate, coleccionista, apasionado de este periodo y comisario de la muestra, que podrá verse hasta el próximo 31 de mayo.

Una de las estancias de la exposición, con llamativa escenografía. Una de las estancias de la exposición, con llamativa escenografía.

Una de las estancias de la exposición, con llamativa escenografía. / Juan Carlos Vázquez

"Ahora Montmartre se ha convertido en Disneylandia", ironiza el comisario a propósito del formidable negocio turístico que ha hecho del barrio uno de los más conocidos y visitados de toda Europa y el mundo. "Pero en realidad todo eso empezó en aquel mismo momento -añade-. Para cuando llegó Picasso [en el año 1900: del malagueño puede verse en la exposición un fotograbado del año 1901, cuando ni siquiera veía necesario firmar todas sus obras (ésta no lo está), donde aparece una mujer en el fragor de un baile bajo el título bastante concluyente de Cebo para hombres], ese proceso ya estaba comenzando", dice Dennis Cate.

El arte sale a la calle, la calle entra en el arte

Más de 300 obras, exactamente 305, ilustran esta amplia mirada a la eclosión de Montmartre como epicentro de aquel esfuerzo colectivo para renovar los temas y los tonos de la literatura y las artes, gran parte de cuyas energías se dedicó, precisamente, a reflejar los nuevos hábitos y problemas de la vida moderna sin el corsé de los valores de la Academia, que todos estos artistas, muchos de filiación anarquista, otros socialistas, todos soñadores y orgullosos de sentirse al margen de los cánones de la sociedad, consideraban "intemporales"... pero porque estaban "muertos". 

No contentos con propugnar otro tipo de arte, con más sentido del humor en algunos casos, y asumiendo nuevos códigos estéticos que defendían entre otras ideas lo feo como una categoría hasta entonces secreta de la belleza, estos artistas defendieron la cercanía a la calle, a la vida cotidiana. "Este arte salió a la calle, en forma de carteles [que representan una parte esencial y abundante de esta exposición], pero es que además la calle también se acercó en la misma medida al arte", explica el comisario.

Vista de otra sala de la muestra. Vista de otra sala de la muestra.

Vista de otra sala de la muestra. / Juan Carlos Vázquez

Más de una veintena de artistas nutren la colección de piezas que se presenta, cedidas por instituciones públicas y privadas de todo el mundo: Toulouse-Lautrec en un lugar preponderante, como pintor paradigmático de aquellos tiempos (el comisario es experto en su obra; de su mano llegaría a conocer los entresijos de esta edad dorada), y otros, como Manet, Pierre Bonnard, Georges Bottini, Louis Anquetin, Henri Rivière o Charles Maurin, unidos por el denominador común de haber vivido y trabajado en el Montmartre del cambio de siglo. 

Inconformistas de todo pelaje

Con un diseño escenográfico muy cuidado que pretente transmitir la "elegancia" idealizada de aquel Montmartre, la exposición procura ofrecer al visitante la sensación de "inmersión" en aquellos ambientes, tanto de las calles como de los cafés y salones de baile de paredes tapizadas y cortinajes de intensos colores. Comienza el recorrido con una imagen de la empinada calle que todos los días recorría Toulouse-Lautrec para ir al Moulin de la Galette, el "cabaret de los pobres" (el Moulin Rouge era para bolsillos no atormentados).

Varias obras hablan del carácter político rebelde y radicalmente en contra del orden establecido durante la Tercera República francesa de muchos creadores, como la litografía que se muestra de Jean Veber, censurada en su momento: se titula La carnicería y podría añadírsele humana. Esta primera estancia refleja la diversidad de maneras y matices (desde el anarcosocialismo al anticlericalismo) en que estos artistas se oponían al statu quo y en general simpatizaban fuertemente con los desfavorecidos y apestados de la sociedad. 

El comisario de la exposición, Phillip Dennis Cate, con el director de Caixafórum Sevilla, Moisés Roiz. El comisario de la exposición, Phillip Dennis Cate, con el director de Caixafórum Sevilla, Moisés Roiz.

El comisario de la exposición, Phillip Dennis Cate, con el director de Caixafórum Sevilla, Moisés Roiz. / Juan Carlos Vázquez

La siguiente estancia recrea algunos elementos originales de Le Chat Noir, como uno de los rótulos que se puso en su fachada para anunciar el local y carteles u óleos donde aparece el famosísimo gato negro que casi todos estos artistas asumieron como propio e incorporaron en sus obras como "símbolo de libertad" y también como "símbolo sexual", de ahí, apunta el comisario, que sea necesario conocer este código elemental para entender por qué tantas imágenes de mujeres con gatos rondándolas no son tan "inocentes" como pueden parecer.

Del proto-cine al esbozo del arte conceptual

El espacio contiguo está dedicado casi en exclusiva al teatro de sombras, que se convirtió en una atracción de primer orden del celebérrimo cabaret cuando éste pudo ampliar un poco su espacio, limitadísimo el principio. "Era un entretenimiento de toda la vida, incluso familiar, pero en Le Chat Noir se convirtió en algo sumamente sofisticado. Se introdujo el movimiento, se acompañaba de gente cantando, muchas imágenes rozan casi la abstracción. Era asombroso lo que llegaban a hacer con unas pocas placas de zinc. De hecho, podemos hablar incluso de esta clase de espectáculos como proto-cine", dice el comisario mientras señala las siluetas de zinc originales que rodean la sala.

Una mujer contempla el fotograbado de Picasso que recoge la exposición. Una mujer contempla el fotograbado de Picasso que recoge la exposición.

Una mujer contempla el fotograbado de Picasso que recoge la exposición. / Juan Carlos Vázquez

Le Chat Noir fue el más conocido de los bulliciosos cabarets que existieron en aquellas calles, pero no el único como es evidente. Hubo otro, también de gran ascendencia en aquellos días, llamado Les Quat'z'Arts y donde no sólo se celebraban exposiciones y recitales. En 1897 sus propietarios, uno de ellos poeta, comenzaron a editar una revista homónima y toda esta actividad, explica Dennis Cate, "no sólo prolongó sino que también amplió la función dinamizadora" del otro local emblemático. En el espacio que se dedica a Les Quat'z'Arts el espectador encontrará distintas piezas vinculadas a su historia y alguna que otra curiosidad, como los cuadros monocromáticos ("los primeros de la Historia", según el comisario) de Paul Bilhaud: son tres, uno blanco, otro rojo y un tercero negro. Este último se titula Combate de negros en un sótano por la noche, lo que permite hacerse una idea de la importancia del sentido del humor y de la determinación de romper moldes de muchos de estos artistas y de paso, apunta el experto, en su ejercicio de "casi parodia" de lo que entonces era la pintura lo acerca al arte conceptual que todavía no se sabía qué era ni si existiría tal cosa en el futuro.

Cafés, salones, circos: escenarios de la vida moderna

Para el comisario de esta exposición, el logro tecnológico que supuso la fotoimpresión fue tan importante para la difusión del arte, en general y en este periodo en concreto, que considera esta técnica "la siguiente revolución" a la que causó la imprenta moderna de Gutenberg siglos atrás. "Los artistas tuvieron mucha más facilidades para reproducir imágenes, y además era más barato", afirma Dennis Cate. Por eso esta bohemia artística parisina del cambio de siglo encontró una plataforma decisiva en la cartelería callejera (figura en la exposición el famosísimo que le hizo Toulouse-Lautrec a Le Chat Noir), así como en periódicos y revistas, auténticos impulsores de esta vanguardia. También lo fueron las innumerables ediciones de libros (las barreras entre artistas plásticos y escritores se diluyeron) y las partituras ilustradas de músicos de la época como el gymnopedista Erik Satie, muy ligado a este efervescente mundo de bares y tertulias.

Otra imagen de la muestra. Otra imagen de la muestra.

Otra imagen de la muestra. / Juan Carlos Vázquez

De estos vínculos se ocupa otro apartado de la muestra, que continúa su recorrido llevando al visitante a la atmósfera de cafés y salones de baile, dos de los escenarios predilectos de este heterogéneo grupo de artistas a la hora de retratar los nuevos hábitos de la vida moderna. También merece una sala específica el mundo del teatro (como expresión en sí misma y como marco para abundantes pinturas), un campo artístico que experimentó notables avances en esta época (de ello dan fe los carteles y documentos relativos al Ubú Rey de Alfred Jarry que pueden verse en la muestra, embrión de toda la posterior tradición de teatro patafísico). De igual manera, como también recoge otro espacio de la exposición, el mundo del circo imantó a los pintores de la época, que veían en esas extrañas familias ambulantes, siempre "en los márgenes de la sociedad", a unos cómplices en su decisión de no acatar los cauces de la vida decente según los mandamientos de los valores burgueses.

Dos ilustraciones de Théophile Alexandre de Steinlen del mismo libro: con censura, a la izquierda, y sin censura (mujer con pecho descubierto) a la derecha. Dos ilustraciones de Théophile Alexandre de Steinlen del mismo libro: con censura, a la izquierda, y sin censura (mujer con pecho descubierto) a la derecha.

Dos ilustraciones de Théophile Alexandre de Steinlen del mismo libro: con censura, a la izquierda, y sin censura (mujer con pecho descubierto) a la derecha. / Juan Carlos Vázquez

Llega a su fin el recorrido, last but not least, con una mirada a la representación de las mujeres en el arte de esta época. En el seno de Les Incohérents, un grupo de artistas reunidos en torno a Le Chat Noir, circulaba una broma, según recuerda el comisario de la muestra: "Se decía que había dos tipo de mujeres, las verticales y las horizontales. Y que no había manera de encontrar las diferencias". Con este chascarrillo de tasca de otros tiempos se querían referir a las "burguesas sofisticadas", en el primer caso, y a las prostitutas, en el segundo. Estas últimas fueron pintadas una y otra vez por estos artistas, hasta el punto de ser un "tema principal" del arte de esa época y ese lugar, recalca el comisario. Eso sí, ni siquiera estos rebeldes creadores escaparon a la pulsión moralizante: como puede verse en las obras que recoge este apartado de la exposición, solían aparecer asociadas a la muerte, o ejerciendo de Muerte ellas mismas, o acompañadas por alguno de sus muchos símbolos. 

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