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Cultura

Una catarsis monumental

  • Jan Fabre estrena mañana en el Teatro Central, en su única fecha en España, 'Mount Olympus', una fiesta dionisíaca de teatro y danza de 24 horas en torno a las raíces de las tragedias griegas.

La enorme expectación se sentía ayer en todos los rincones del Teatro Central, desde el primer hasta el último empleado. La llegada de Mount Olympus. To glorify the cult of tragedy [Monte Olimpo. Para glorificar el culto de la tragedia] supone el estreno y la única fecha en España de algo que trasciende la condición de espectáculo al uso para entrar de lleno en el ámbito del acontecimiento. Presentada en Berlín el pasado verano, donde el público puesto en pie remató la función con una apoteósica ovación de 40 minutos, esta nueva obra de Jan Fabre constituye un "reto inédito" para el equipo del Central, además de una constante e inevitable invitación al uso de los superlativos. Y es que este viaje a las raíces de las tragedias griegas es la obra más radical de un creador propenso a la desmesura y poseído por una energía que se balancea entre la furia y la exaltación; la misma que, según todas las crónicas, derrochan durante 24 horas ininterrumpidas sobre el escenario los casi 30 "guerreros de la belleza", como Fabre llama a los actores, bailarines y performers que ponen en pie este proyecto singularísimo.

Por medio del teatro, la danza, la escultura, la pintura, la performance o la instalación, Fabre (Amberes, 1958) siempre ha recogido en su polifacética obra una constante fascinación hacia las ceremonias, los ritos, las iniciaciones, las celebraciones comunitarias que parecen imprimir otro significado y otra densidad al paso del tiempo. Monte Olimpo ofrece una oportunidad privilegiada y difícilmente repetible para disfrutar de una "visión global" de su trabajo, un compendio del camino transitado durante 35 años, y a la vez, o sobre todo, una exploración aún más profunda de esas inquietudes recurrentes. Las fiestas dionisíacas de la Antigüedad se prolongaban durante tres días con sus tres noches, demasiado incluso para un artista tan osado como Fabre. El belga redujo la duración de la obra a un día, pero sin renunciar, eso sí, a su aspiración de "combatir la tiranía del sol y la luna". "Me interesaba plantear la idea de un ritual donde el tiempo y el cansancio fueran introduciendo cambios, como consecuencia de la fricción entre el material trabajado en los ensayos y la experiencia misma de los intérpretes a lo largo de la representación", explicaba ayer en el Central.

"Todo surgió de dos preguntas: una, qué significa realmente la catarsis, y dos, de qué modo se relacionan el lenguaje hoy prácticamente olvidado de los mitos y el mundo de los sueños; y al menos para mí los sueños están muy unidos a los mitos", añadió Fabre, cuyo indoblegable insomnio tuvo probablemente mucho que ver con la puesta en marcha de esta experiencia concebida desde el primer momento hasta hoy mismo y en adelante, en cualquiera de sus puestas en escena, como un "work in progress" sin fin. Comienzo sí tuvo, claro: hace seis años, cuando empezó a dar forma en su cabeza y luego sobre el papel a esta aventura, que lleva aún más lejos alguna propuesta anterior de él mismo, como Esto es teatro como era de esperar y prever, una obra de 1983 que duraba ya ocho horas. Empezó a materializarse hace un par de años; durante 12 meses, prácticamente todos los días, desde la mañana hasta la madrugada, Fabre se encerró en su local de ensayo con intérpretes de "cuatro generaciones", desde jóvenes promesas hasta veteranos con quienes llevaba 20 años sin trabajar; fue el momento de trabajar al milímetro las coreografías, todas inspiradas, dice, en las figuras que aparecían en los frisos y en los vasos de cerémica de la Grecia Antigua.

Al milímetro porque, en contra de lo que cabría pensar, toda esta monumental performance está perfectamente minutada. Están las historias de Antígona, de Edipo, de Electra, de Agamenón, de Fedra, o la de Medea, de la que Fabre encuentra un tenebroso reflejo en cualquier madre de la Siria que ve cómo le "arrancan a su hijo para enrolarlo en el Estado Islámico"... Están, en fin, todas esas historias que desde la noche de los tiempos vienen contándolo todo sobre el espanto y la belleza de los que es capaz el ser humano. Fabre las recoge en 12 piezas normales que conforman el todo de 24 horas que es mucho más, o esa es al menos la idea, que la suma de cada una de sus partes.

"Es una obra que se vive dentro y fuera del teatro", dice el responsable artístico del Central, Manuel Llanes. "Y sobre todo en las últimas tres horas", añade, "la interacción con el público es algo alucinante y de verdad excepcional". Hasta que llegue ese último tramo habrá momentos de descanso para todos: para los intérpretes, que irán dándose el relevo y durmiendo o reponiendo fuerzas en el mismo escenario, a la vista de todo el mundo -"me intrigaba ver de qué modo influía en sus acciones todo lo que ocurre mientras están durmiendo", dice Fabre-; y para el público, que podrá entrar y salir de la sala a su antojo para estirar las piernas, pasar un rato en el bar del teatro, que estará abierto las 24 horas, o dormir en las zonas de descanso con colchonetas que ha habilitado el teatro. "Al principio, cuando estábamos ensayando", dice Fabre, "los bailarines temían que nadie aguantara hasta el final. Yo decía que si se quedaban 40 o 50 personas ya sería fantástico. Pero sorprendentemente la gente se queda. Y más sorprendentemente aún, no sólo aplaude durante minutos y minutos, sino que de hecho se resiste a darlo por terminado e irse".

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