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Ciclo Paulo Rocha

Los verdes años del cine portugués

  • Mañana jueves llega a los cines Avenida 'Los verdes años' (1963), primera entrega del ciclo dedicado al cineasta portugués Paulo Rocha que incluye cinco títulos en flamantes copias restauradas. 

Cuando la Filmoteca de Andalucía no hace su trabajo, al menos tenemos la suerte de que Unión Cine Ciudad traiga a los cines Avenida el extraordinario ciclo en versión original subtitulada dedicado al gran cineasta portugués Paulo Rocha (1935-2012), eslabón entre el magisterio histórico del patriarca Manoel de Oliveira y toda esa modernidad esencial de los Monteiro, Costa, Gomes o Rodrigues que conforman el panteón generacional del mejor cine del país vecino, que es casi lo mismo que decir del mejor cine europeo.

Un ciclo que agrupa cinco de sus películas más importantes (Los verdes años, Mudar de vida, La isla de los amores, La isla de Moraes y El río de oro) en flamantes copias restauradas en 2K por la Cinemateca Portuguesa y que llega por primera vez a España de la mano de Atalante, una de esas distribuidoras independientes sin cuya labor el panorama de estrenos de cine de autor sería mucho más triste, monótono o deudor de las inercias y tendencias de cada temporada.

Rocha irrumpía en el cine portugués de la mano del no menos importante productor y cineasta António da Cunha Telles con Los verdes años (1963), obra fundacional de ese Novo Cinema que, al rebufo de los nuevos cines europeos de aquellos días, heredero del neorrealismo italiano y primo de la nouvelle vague, pero también conectado con el espíritu del Nuevo Cine Español (pienso especialmente en los primeros filmes de Patino, Regueiro, Picazo o Camus), iba a superar los viejos modos y géneros del cine luso para abrirlo a nuevas realidades, paisajes, historias, personajes y rostros en consonancia con los tiempos.

En su blanco y negro duro y contrastado, Los verdes años se declina y desarrolla como juego de variaciones sobre una misma figura esencial, la de la pareja de jóvenes enamorados que atraviesa y deambula por un paisaje urbano (Lisboa, esplendorosa) en pleno desarrollo y transformación, desde su perfil arquitectónico más moderno a ese extrarradio aún no urbanizado que nos recuerda precisamente la procedencia rural y obrera de Julio (Rui Gomes) y Elsa (la gran Isabel Ruth, aún en activo, en uno de sus primeros papeles), un joven recién llegado a la ciudad para trabajar como zapatero que vive acogido por su tío, y una sirvienta con sueños de prosperidad e independencia que trabaja para una familia acomodada.

Los paseos y conversaciones por la ciudad y el campo, los bailes (memorable la secuencia del salón filmada en travelling) o los encuentros y desencuentros con otros personajes secundarios van minando poco a poco el cortejo y el romance de una melancolía y una amargura que, insistente fado al cavaquinho mediante, conducen la película hacia una dimensión trágica en la que afloran ya de manera clara las cuestiones de clase y género que delimitan la relación y conforman el tema central del filme.

El joven Rocha filma con realismo de corte documental propio de la época, pero sin renunciar a una clara voluntad de estilo en una puesta en escena donde se deja sentir ya esa pasión por Mizoguchi y sus composiciones que acabaría siendo determinante en futuras películas como La isla de los amores o en la propia estancia del cineasta en Japón fruto de esa búsqueda de unas raíces estéticas en las que desplegar su personal mirada a la realidad, la idiosincrasia y la historia portuguesas.   

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