Un clásico fiel y lleno de color

Crítica de danza 'El cascanueces'

El Ballet Nacional de Estonia, junto a la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, lleva al Teatro de la Maestranza la célebre obra de Chaikovski.

Un clásico fiel y lleno de color
Un clásico fiel y lleno de color
Rosalía Gómez

09 de enero 2015 - 05:00

El Cascanueces. Ballet Nacional de Estonia / Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Director artístico del Ballet:Tomas Edur. Música: Piotr. I. Chaikovski. Coreografía: Ben Stevenson. Dirección musical: Risto Joost. Escenografía: Thomas Boyd. Intérpretes principales: Luana Georrg, Ekaterina Oleynik, Alena Shkatula, Jonatan Davidsson, Gabriel Davidsson, Denis Klimuk, Sergey Upkin, Nanae Maruyama, Abigail Sheppard, Svetlana Danilova, Oksana Saar, eneko Amorós, John Rhys Halliwell, Jonatathan Hanks, Giuseppe Martino, Vitali Nikolayev, Marta Navasardyan. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Jueves, 8 de enero. Aforo: Lleno.

Un año más, y esperemos que no se pierda la tradición, el Teatro de la Maestranza comienza el año con un título de danza clásica y, cosa que no siempre sucede, con la ROSS en el foso. Música en directo para uno de los ballets más populares de Chaikovski, si bien su libreto no posee la fuerza de otros títulos del compositor, como La Bella Durmiente o El lago de los cisnes.

Basada en un cuento de E.T.A. Hoffmann, revisado por Alejandro Dumas padre, la historia navideña de juegos y de regalos no es más que la excusa para que su protagonista, la niña Clara, se sumerja en un mundo de fantasía, de la mano del Príncipe Cascanueces, dando así cabida a todas las composiciones ideadas por el músico ruso en 1892, muchas de las cuales se han hecho famosas al margen del ballet.

Como casi todas las formaciones del Este, el experimentado Ballet Nacional de Estonia propone un montaje absolutamente fiel al cuento de hadas, es decir, un espectáculo muy visual y dinámico en el que, sin grandes figuras, resalta lo coral por encima de cualquier virtuosismo individual. Con una excepción: la de Alena Shkatula, que aportó calidad, matices, lirismo y delicadeza a su Hada del Azúcar, por lo que fue la más aplaudida de la noche, sobre todo en el paso a dos con su Caballero, buen porteador y nada más.

Con tutús, purpurina, telones pintados, soldaditos de madera y numerosos ratones, la pieza se convierte en el mejor reclamo para el gran público, especialmente, para los más jóvenes. Desde la fiesta familiar del primer acto, pura pantomima llena de niños y de comicidad de película muda, hasta el viaje que, en el segundo acto, nos lleva al Reino de las Golosinas y dándonos ocasión de disfrutar de nuevo de los niños y de las danzas exóticas con que Chaikovski coloreó el Ballet: preciosa la danza árabe, con la orquesta sonando en piano, a pesar de las toses; espectaculares los saltos del bailarín en la danza rusa... Y qué hermoso ese Vals de las Flores que nunca nos cansamos de escuchar.

Sin grandes aportaciones, la cuidada coreografía de Ben Stevenson resuelve con oficio las escenas espectaculares y añade una multitud de pequeños detalles gestuales que enriquecen el conjunto, por lo que el público disfrutó de la velada y demostró una vez más, con su aplauso y su masiva presencia, que no sería equivocado apostar más frecuentemente por la danza clásica.

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