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La condición despistada | Crítica

Perder el norte

  • Jesús García Cívico propone un sorprendente estudio sobre un tema singular, el despiste y el hábito de estar en las nubes

El ensayista y profesor Jesús García Cívico (Valencia, 1969).

El ensayista y profesor Jesús García Cívico (Valencia, 1969).

Pese a constituir uno de los elementos medulares de la filosofía, la literatura o el arte (o, por ponernos kantianos, su misma condición de posibilidad), nadie, que sepamos con certeza, había acometido hasta la fecha un estudio en profundidad del despiste. Jesús García Cívico, profesor de la Universidad Jaume I, crítico cultural, polígrafo y polímata (según se deja sentir por su propio texto), se arroja a la tarea motivado por razones que le tocan de cerca: él es un soberbio despistado. Después de haber perdido (nos confiesa) llaves, los coches de esas llaves, papeles, ordenadores, manuscritos, el camino de vuelta a casa, incluso a la mujer que le aguardaba en esa casa, Cívico se detiene y comienza a interrogarse por esa extraña tendencia, la distracción, que vuelve su vida de aire y escamotea sus pasos en cuanto intenta reconstruir el trayecto que le ha llevado hasta sí mismo. La pulsión autobiográfica, aunque lateral, es una de las más poderosas de este libro curioso, a la vez anecdotario, memorial, enciclopedia, catálogo. Más allá de ella, el fin confeso (y confuso) radica en una zambullida en las corrientes de la distracción y todo cuanto conlleva, en todos sus aspectos y manifestaciones, metafísicas, poéticas, vivenciales, cinematográficas.

En primer lugar, el autor trata de circunscribir el campo semántico de la inopia. Reúne en torno a sí todos los sinónimos que es capaz de encontrar por un sitio y otro (que son bastantes, porque Cívico ama los vagabundeos), despiste, extravío, abstracción, aturdimiento, incluidas las muchas metáforas que al respecto pueblan el habla cotidiana. En este sentido, una posee valor emblemático sobre las demás: estar en las nubes. En las nubes vive el alucinado, el atontado, el lelo, el que no se entera de nada, el fantasioso y el idealista, pero también el científico que busca salida a una fórmula y, sobre todo, el filósofo: basta mencionar al respecto (como hace Cívico, entre una larga batería de alusiones más) los sarcasmos de Aristófanes contra un ampuloso Sócrates en Las nubes, donde instalaba una escuela de sofística en las alturas, o el batacazo de Tales de Mileto al observar las estrellas, inicio para Hans Blumemberg del pensar teórico como tal. La conclusión de nuestro autor es que todos, en algún momento (y no sólo creadores e intelectuales) volamos inadvertidamente a otra parte, que a todos se nos va el santo al cielo y que todos, más o menos, estamos en babia si se dan las circunstancias precisas, porque (y de ahí el título), la distracción es más una condición humana que un mero estado o patología. Por todo ello, contra Shelley y el romanticismo germánico, el titán que representa a la raza humana sería, más que Prometeo (“aquel que piensa antes”), el atolondrado Epimeteo, que en el mito de Platón se olvida de armar al hombre contra los rigores de la naturaleza, y que en el de Hesíodo acepta a la nefasta Pandora, fuente de todos los males futuros.

Selvática, desmedida, erudita, amenísima, la obra posee una rara clarividencia

Cubierta del libro. Cubierta del libro.

Cubierta del libro.

Hay algo que nos llama desde otro lado, una inercia invencible que nos arrastra arriba o adentro (al ensimismamiento, en la expresión de Ortega); pero a la vez, irremisiblemente, esa fuga necesita de un punto fijo que nos haga regresar, de alguien o algo que nos recuerde el mundo de la materia y devuelva nuestros pies al suelo. Con ser antipático, este papel de recordador resulta por completo imprescindible si hemos de atender a detalles puntuales como alimentarse, ir al trabajo o cuidar de nuestros hijos: la dialéctica entre vuelo y aterrizaje, elevación y costalazo, ensimismamiento y alteración, vertebra la esencia humana y es, quizá, el tuétano profundo del libro. Para personificar al recordador, esto es, al tirón de orejas que tan desconsideradamente nos devuelve a la tierra, Cívico recurre a un personaje de Jonathan Swift llamado flapper o climenole. En la tercera parte de Los viajes de Gulliver se describe la portentosa isla de Laputa, elevada en el aire, poblada por una nación de astrónomos, filósofos, científicos, intelectuales de toda laya: dichos habitantes, entregados a sus pensamientos, pasan el día elucubrándose y extasiándose ante abstracciones que les hacen olvidarse por completo de sus cuerpos y del lugar que ocupan; por cuanto les son necesarios los servicios de ciertos sirvientes llamados climenoles, que les golpean los ojos o la boca con vejigas llenos de guisantes siempre que necesitan descender. Cívico aporta una larga lista de climenoles con los que debemos enfrentarnos a diario: la familia, el jefe, los impuestos, el sentido común, y, en última pero primerísima instancia, la muerte.

Selvática, desmedida, erudita, amenísima, La condición despistada es una obra de una rara clarividencia que servirá a muchos, como este que escribe, para comprender mejor sus propios despistes y franquezas, y para comprobar que afortunadamente no está solo: marcar correctamente el norte, a pesar de las brújulas, no se nos da bien a todos.

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