El poeta maldito en el lado salvaje

Limónov | Crítica

Ben Whishaw es Eduard Limónov en el filme de Serebrennikov.

La ficha

*** 'Limónov'. Biopic, Ita-Fra-Esp, 2024, 138 min. Dirección: Kirill Serebrennikov. Guion: Pawel Pawlikowski, Ben Hopkins, K. Serebrennikov. Fotografía: Roman Vasyanov. Música: Massimo Pupillo. Intérpretes: Ben Whishaw, Viktoria Miroshnichenko, Ivan Ivashkin, Sandrine Bonnaire.

Permítanme que trascriba lo que la solapa de Limónov, el extraordinario libro de Emmanuel Carrère (2011, Anagrama), dice sobre este apasionante, desmesurado, incorrecto y contradictorio personaje ruso de nombre real Eduard Veniaminovich: “Poeta y pendenciero en su juventud, frecuentó los círculos clandestinos de la disidencia en la Unión Soviética, se vio obligado a exiliarse a Nueva York, donde vivió como un vagabundo, fue mayordomo de un millonario y escribió novelas autobiográficas. Siguió haciéndolo en París y allí alcanzó notoriedad con una escandalosa novela sobre sus andanzas neoyorquinas por el lado salvaje. De allí pasó a los Balcanes, donde apoyó la causa serbia, y regresó después a la Rusia poscomunista para fundar el Partido Nacional Bolchevique que fue prohibido. Acabó en la cárcel, acusado de tentativa de golpe de Estado, y allí escribió más libros, tuvo una experiencia mística y al salir se convirtió en opositor a Putin”.

De parte de este periplo delirante pretende dar cuenta el nuevo filme de Kirill Serebrennikov, especialista en biopics heterodoxos de personajes rusos (Leto, La mujer de Tchaikovski), remezclador posmoderno de narrativas fragmentarias y fluidas, visionario iconoclasta de collages y formas permeables hoy exiliado en Alemania. Su Limónov es el de Carrère, desde luego (ahí aparece el escritor para certificarlo), también, como apunta algún colega, un espejo en el que mirarse él mismo, y viene servido en un nuevo trip que atraviesa tiempos, ciudades y espacios en una suerte de ciclo surreal de soledad, furia, deseo y romanticismo punk. Su Limónov es también el de Ben Whishaw, que presta su cuerpo enjuto y su energía desbordada a un personaje arrebatado, amante despechado capaz de echarse en brazos del sexo pendenciero y sucio tal vez con el único fin de contarlo.

Ese episodio en Nueva York es el epicentro y la cima de un filme que arranca en la Rusia soviética y proletaria y termina bajo la sombra amenazadora de Putin tras los años de la Perestroika y la gran traición de Gorbachov, una Rusia marcada a fuego y metralla en el corazón patriota de un agitador insatisfecho que no terminó nunca de encontrar su lugar, eterno desplazado capaz de afirmar lo uno y su contrario en una misma y violenta sentencia.

Serebrenninov prende la mecha incendiaria con su estilo en cada secuencia, desata el deseo como gran fuerza motriz del personaje y el relato, traza el contexto con rótulos que impulsan la Historia y arrojan al personaje dentro de ella, reconstruyendo los ambientes de casi cuatro décadas, seducido por ese malditismo entendido como una de las bellas artes. Con todo, siempre da la sensación de que el poliédrico Limónov se le (nos) escapa entre las manos, sobre todo en un último tercio cocido a fuego más rápido que los dos anteriores. Puede que en esta ocasión el libro sea realmente mejor que la película.   

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