Un emocionado abrazo colectivo a Miguel Pérez Aguilera

Arte

Más de 60 artistas y profesores que fueron alumnos del pintor reivindican su legado en una exposición que ilustra su obstinada y personal búsqueda estética que lo llevó del realismo a la abstracción

Miguel Pérez Aguilera, retratado en su estudio del barrio de Los Remedios.
Miguel Pérez Aguilera, retratado en su estudio del barrio de Los Remedios. / D. S.
Francisco Camero

28 de diciembre 2020 - 06:00

Sevilla/Miguel Pérez Aguilera se afincó en Sevilla en 1946, después de haber coincidido en la Escuela de Artes y Oficios de Granada con José Guerrero, figura crucial de la vanguardia pictórica del siglo XX en España, y tras haber sido posteriormente discípulo en Madrid de Daniel Vázquez Díaz y Benjamín Palencia. Cuando llegó a la Facultad de Bellas Artes de esta ciudad para ocupar su recién obtenida cátedra de Dibujo del Natural, la ciudad –como todo el país en aquel entonces– le pareció demasiado tradicional, excesivamente encorsetada, también en lo que respectaba a la práctica artística. De él no parecía esperarse más que su siempre alabado y excepcional talento para el dibujo, su impecable figuración realista, que durante años bordó hasta el punto de que llegó a parecerle su pintura fácil, cómoda, "estúpida", como la llegó a calificar él mismo.

Pérez Aguilera consideraba que no avanzaba, que el arte era otra cosa, algo más. Y tras un paréntesis de dos años debido a una fuerte crisis, volvió a pintar. Fue entonces cuando comenzó a surgir el Pérez Aguilera precursor de la abstracción. Superado ese parón determinante, asomaron en sus obras a partir de entonces con gran libertad una tremenda agudeza compositiva, nuevas estructuras –porque lo que él buscaba, como apunta Domingo Martínez González, alumno del pintor en los 80 y hoy profesor en la Escuela de Arte de Jerez, "no era tanto la no-figuración del expresionismo abstracto, que no le interesaba nada, como otra forma de representar la esquiva esencia de las cosas"– y, sobre todo, un color con el que jugaba sin límites, deudor de la pasión por la exuberancia cromática del fauvismo que le inculcó Benjamín Palencia en sus años madrileños.

'México', otra de las piezas de Pérez Aguilera que recoge la exposición.
'México', otra de las piezas de Pérez Aguilera que recoge la exposición. / D. S.

Pero si Pérez Aguilera –nacido en Linares y fallecido en Sevilla en 2004 a punto de cumplir los 89 años– es tan relevante y admirado en el mundo de las artes plásticas de Andalucía en particular, se debe también y en gran medida a su faceta de auténtico maestro de artistas o, como lo llama Martínez González, "gran impulsor y moldeador de vocaciones". Carmen Laffón, Luis Gordillo, Santiago del Campo, Teresa Duclós, Curro González, Manolo Cuervo, Joaquín Sáenz, Jaime Burguillos, Francisco Cortijo, Patricio Cabrera, Juan Romero, Pepe Soto, Ricardo Cadenas, Daniel Bilbao, Miki Leal, Javier Buzón... Todos ellos, entre muchos otros –la lista es enorme, además de prestigiosa, y abarca varias generaciones– fueron alumnos del pintor. Y todos ellos, entre otros muchos, hasta 66 artistas y profesores de Bellas Artes de toda España, participan estos días en Magistral Aguilera, una exposición que puede verse en la Casa de la Provincia tras su estreno el pasado octubre en los Claustros de Santo Domingo de Jerez.

La exposición, concebida expresamente como un emocionado y agradecido reconocimiento de la profunda huella que dejó el maestro en los años decisivos de tantos artistas que hoy están en la primera línea de la creación artística, ha sido comisariada por el mencionado Domingo Martínez González y puede disfrutarse en Sevilla hasta el próximo 28 de febrero en versión ampliada respecto a su primera presentación en Jerez, con una importante selección de obras del propio Pérez Aguilera que ilustran la sutil y decidida evolución estética del pintor. La intención del comisario, por cierto, es que la muestra sea itinerante y tras su paso por Jerez, ya completado, y Sevilla, ya está contemplada su exhibición en Linares, localidad natal del pintor y profesor, "probablemente" en el mes de abril de 2021, adelanta Martínez Domínguez.

'A de Aguilera', obra de Alejandro Rojas en la que realiza una síntesis gráfica de la vida y obra del pintor y profesor.
'A de Aguilera', obra de Alejandro Rojas en la que realiza una síntesis gráfica de la vida y obra del pintor y profesor. / D. S.

En la primera planta de la Casa de la Provincia el visitante encontrará obras de algunos de los más ilustres alumnos de Pérez Aguilera –Burguillos, Gordillo, Duclós o, claro, Laffón, quien en numerosas ocasiones ha reivindicado con afecto y orgullo su condición de discípula del homenajeado– pero fundamentalmente hay una selección de trabajos de él, desde el dibujo con el que obtuvo la cátedra hasta sus últimos cuadros de gran formato, ya plenamente consolidada su obstinada búsqueda personal. O algunos de los abundantes retratos que hizo recién llegado a Sevilla, cuando los niños que vivían en el bullicioso corral de vecinos donde alquiló un estudio le pedían sin cesar, al verlo entrar y salir, que los dibujase.

También hay, claro, piezas de su etapa realista, interesantes y muy reveladoras –señala el comisario– porque incluso en obras propicias para el más acomodado costumbrismo –como sendas vistas del Guadalquivir y del Club Náutico o el cuadro sobre las cruces de mayo que recoge la exposición, en los tres casos realizados aún en los años 40– se aprecian ya "otros planteamientos". "El agua del río, por ejemplo", explica el comisario. “Se intuye en ella claramente la fogosidad a la que más tarde daría rienda suelta. Hay un prisma diferente, está lejos de ser abstracto, pero en la estructura y en la armonía cromática se vislumbra una realidad diferente. Está ya ahí, en esos detalles, la voluntad de querer decir algo propio, sin el corsé de la figuración realista".

En la segunda planta se encuentran las obras realizadas expresamente para esta exposición por esos más de 60 artistas y profesores. "Hay mucha variedad, desde obras en papel, que fue la propuesta inicial para darle cierta unidad a la muestra, hasta pinturas o grabados, porque una vez que nos pusimos todos a trabajar esa limitación formal de partida se fue desbordando", comenta Martínez González. Todas, en cualquier caso, tienen "alguna vinculación con aspectos de su obra o bien con lo que él nos enseñó", añade.

En 1956 con sus alumnos de aquel curso; entre ellos están Jaime Burguillos, Pepe Soto, Joaquín Meana y Cristóbal Aguilar.
En 1956 con sus alumnos de aquel curso; entre ellos están Jaime Burguillos, Pepe Soto, Joaquín Meana y Cristóbal Aguilar. / D. S.

La variedad estilística y de motivos es, ciertamente, notable. Pero valgan como muestras de los distintos enfoques las obras presentadas por el propio comisario (La cuadrilla, donde aparecen unos señores entre aflamencados y toreros mediante los cuales el autor propone una mirada al asunto eterno del vínculo entre maestros y discípulos); o por Manolo Cuervo, que ofrece un cuadro "muy suyo, con guitarras", pues no en vano la música fue también una gran pasión de Pérez Aguilera, que siempre pintaba escuchando música y no pocas veces ésta inspiraba los títulos de sus obras, pues muchas veces en ellas –dice el comisario–, "al igual que Kandinsky, él quería captar la estela de los sonidos"; o por Cayetano Romero, que participa en el homenaje con una obra que parte de presupuestos preciosistas, muy detallistas, y de repente se arruga sobre sí misma, tanto que prácticamente se convierte en una pequeña escultura (no en vano Romero es actualmente profesor de Volumen en Málaga).

Esta última obra hace suya, hasta el fondo, algo que decía mucho Pérez Aguilera: "Magnifique usted el error". "Quería explicarnos que debíamos seguir adelante, incluso si se equivocan al llevar a la práctica una idea, nos decía. No hay que tener miedo al error, explórenlo, sigan, no se arrepientan porque puede que a ese error le encuentran un sentido y aprendan algo", recuerda Martínez González. Lo cierto es que rara vez un maestro digno de tal nombre se limita a hablar únicamente de su asignatura. Porque en última instancia la materia –esto lo saben bien los pintores– es la vida.

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