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Crítica de Flamenco

Aquellas gentes impetuosas

El flamenco siempre ha bailado con su pasado, un mito oral de alargada sombra. Este mito está encontrando en los últimos tiempos su contrapunto en la realidad de las cinematografías y fonografías primitivas. Peña y Ogalla han evocado este pasado mítico pero al final lo que queda es la personalidad del intérprete: ese centrado prodigioso y ese inefable sentido del ritmo de Peña, la elegancia y sensualidad de Ogalla. Incluyen bailes en pareja, un guiño al pasado y también vestuario que evoca otros tiempos. Le bailan a la guitarra y también al cante, aunque éste sea un fenómeno contemporáneo: antes de la guerra civil no existe cantaor alguno especialista en baile. Y lo hacen prodigiosamente, incluyendo algún paso antiguo. También evocan el pasado en el cante, rescatando melodías, letras y ritmos en las guajiras que interpretó maravillosamente Lagos. El cante era de campanillas. Ortega estuvo prodigiosa toda la noche y especialmente inspirada en la rumba portentosa a la que dio la réplica Rivera por tanguillos de su tierra. Carpio cantó con profundidad y entrega. Hubo también innovaciones en las seguiriyas, asimismo muy rítmicas, como en el pasado. Y en los tientos, con el lirismo perfumado de la guitarra de Rodríguez. En realidad, lo que este espectáculo toma del pasado es, ante todo, ese concepto lúdico y frenético de la danza, del flamenco, de aquellas gentes impetuosas.

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