Globalización y mosquitos
1493 | Crítica
Capitán Swing publica 1493, obra divulgativa del periodista científico Charles C. Mann, donde se formula el proceso de globalización y homogeneización física del globo tras el descubrimiento de América

La ficha
1493. Charles C. Mann. Trad. Stella Mastrangelo. Capitán Swing. Madrid, 2025. 744 págs. 30 €
El interés de 1493, obra del periodista científico Charles C. Mann, reside principalmente en el carácter sumario y el tono divulgativo de sus averiguaciones; averiguaciones que conciernen, no tanto al descubrimiento de América por los europeos en octubre de 1492, como a las repercusiones de diverso orden que dicho suceso tendrá, así en el propio continente americano, como en el resto del globo. Quedan fuera, pues, de estas indagaciones, las efectos de naturaleza intelectual que tal hecho tendrá en Europa, desde la legislación promovida por los Reyes Católicos en defensa de sus nuevos súbditos; a las fabulaciones morales que la noticia de un nuevo Edén ultramarino ocasionaría en Moro, Campanella, Bacon y Voltaire. También quedan fuera, por iguales razones, los modos distintos de historiar, más cercanos a Heródoto; así como las nuevas ciencias (de la antropología a la botánica), que las expediciones colombinas promoverían. Lo que se recoge, pues, en estas páginas, con la grata agilidad del periodista, son los efectos físicos de aquellos viajes, inmediatamente ampliados al Lejano Oriente, y los cambios históricos que se derivarían de ellos.
Mann presenta la malaria y la fiebre amarilla como agentes determinantes de la historia
Ello implica que cuando Quevedo escribe que “Cólón pasó los godos / al ignorado cerco de esta bola”, muchos de los efectos que Mann destaca en 1493 ya se han producido o están en curso. El más inmediato de ellos es, sin duda, la vasta mortandad que se producirá en el Nuevo Mundo por la visita de viejas enfermedades que aún asolaban Europa y Asia (recordemos que la peste negra del siglo XIV, como detalla Benedcitow en su estudio del mismo nombre, tuvo su origen en la estepa asiática); pero también con aquellas que llegaron con los esclavos africanos (la malaria y la fiebre amarilla), que diezmarían a nativos y europeos hasta llegado el siglo XX. Es muy interesante, a este respecto, cuanto se dice sobre el vínculo probable entre la difusión de la esclavitud y la inmunidad a tales enfermedades de la población negra. Según señala Mann, esta singularidad fisiológica habría hecho más rentable la explotación de trabajadores africanos, comprados como esclavos, que la de otros trabajadores, esclavos o libres, que sí padecían el azote de dichas dolencias. Esta misma visión parasitaria de la historia -la malaria y la fiebre amarilla como agentes determinantes de la historia-, es la que aplicará Mann a su país en dos sucesos determinantes, como fueron la independencia de la metrópoli británica y la guerra civil, donde los mosquitos sureños habrían clareado la tropa del norte, mejor pertrechada armamentísticamente, pero indefensa ante el paludismo.
Es, sin embargo, en hechos como el cultivo de la patata en Europa, la difusión del boniato en Asia, el éxito del tabaco en todo el globo, la plantación del café y la caña de azúcar en América, la radical modificación de cultivos y hábitos de vida (la llegada de nuevos animales como el caballo y el cerdo) que implicará el desembarco de Europa en el Nuevo Mundo, lo que permite hablar a Mann de globalización, en sentido estricto, desde la llegada de Colón a la costa americana. El fabuloso intercambio de alimentos que ello propiciaría (véanse, a modo de ejemplo, la Historia de la gastronomía de Luján y la Historia de los alimentos de McGee), habilitan al autor para destacar un vasto proceso de homogeneización, a escala planetaria, que Mann ha titulado, no con particular fortuna, el “Homogenoceno”. Sea como fuere, lo que el autor subraya, desde de la expedición de Legazpi en adelante, es la profunda interpenetración de todo el orbe antiguo, ahora conectado, no solo por las especias que viajaban desde el Moluco a Europa, y que se hallan en el origen de los viajes colombinos; sino por la plata americana que abrirá las puertas de China a los intereses de la corona española.
Son, pues, muchos y variados los asuntos que Mann aglutina, apoyado en un nuevo modo de hacer historia, de perspectiva global, que pudiéramos ejemplificar en Fernández-Armesto y Geoffrey Parker, ambos citados por el autor. En el caso concreto de Parker, se trataría de su colosal trabajo sobre la crisis climática del Seiscientos (El siglo maldito). Y es respecto a tal crisis, que ya había popularizado Fagan en La pequeña Edad de Hielo, donde Mann sugiere la posible relación entre el enfriamiento climático del XVII y el crecimiento de los bosques en el Nuevo Mundo, tras el abandono de la quema cíclica de árboles por parte de los nativos. Este es uno más de los factores o de las teorías que se añaden a la reciente aparición de la historia climática (paleoclimática incluso), de la que los historiadores hacen hoy un mayor y más preciso uso. En 1493, dichas posibilidades quedan señaladas en beneficio de esta idea de globalidad, de mundialidad en proceso, cuyo fantástico crisol fue, por ejemplo, la ciudad de México, cuyas instituciones culturales ponderó, por encima de cualesquiera otras en el continente americano, el viajero Humbloldt, apenas comenzado el XIX. Es en aquel matraz mejicano, en el que adustos samurais custodiaban el oro peruano y emigrantes chinos copiaban la cerámica de su país en la ciudad de Puebla, donde “la primera ciudad del XXI”, según la define Mann, tendrá su asiento sobre el viejo dibujo de Tenochtitlán, en el siglo de Cortés y Moctezuma.
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