Crónica del Jueves Santo Jueves Santo de memorias y esperas bajo la lluvia

El tiempo El tiempo en Sevilla para la Madrugada

Ser otro y otra y otro más | Crítica

El enigma de Jan Morris

  • Una biografía de Alberto Olmos y la reedición del conmovedor libro de memorias de la autora anglogalesa recuerdan el fascinante itinerario de una mujer que se resistió a ser etiquetada

Jan Morris (Clevedon, 1926-Pwllheli, 2020).

Jan Morris (Clevedon, 1926-Pwllheli, 2020).

La apasionada vida de Jan Morris, nacida James, tiene un profundo hiato que puede datarse con toda precisión el año 1972 en la ciudad de Casablanca, donde el prestigioso escritor y periodista, después de una larga terapia de hormonamiento, se sometió a una operación de cambio de sexo con la que culminó un anhelo que se remontaba a la más temprana infancia. La suya fue una "metamorfosis pionera", en tiempos en los que pese al ya lejano precedente de Lili Elbe había muy pocos cirujanos, legales o ilegales, dispuestos a realizar esta clase de intervenciones, pero fuera del hermoso y conmovedor libro de memorias en el que dejó constancia de su historia personal, una verdadera obra maestra, Morris no volvió a tratar del asunto ni hizo bandera de su condición, al contrario, le incomodaba la inevitable notoriedad, ajena a su dedicación profesional, que de algún modo eclipsaba sus bien merecidos reconocimientos anteriores. Su larga vida fueron dos vidas casi exactamente iguales en duración, separadas por un periodo de transición que llamaba de androginia, pero en realidad fueron la misma. El relato de su experiencia, narrado desde la perspectiva de la mujer en la que llegó a convertirse, es un testimonio extraordinario no sólo por su calidad literaria, sino también por la calidez y la naturalidad con la que transmite una verdad íntima e incontestable.

Olmos distingue a la mujer real, su singularidad irreductible, de las construcciones ideológicas

En su breve biografía de la autora anglogalesa, que sigue muy de cerca el memoir de Morris y completa el itinerario con otros datos e impresiones, Alberto Olmos ha señalado con brillantez y agudeza algunas de las paradojas que rodean su figura, hoy celebrada como precursora de la causa trans, aunque ella rehusara expresamente el activismo. Como hombre, Morris participó en la Segunda Guerra Mundial, acompañó en calidad de único reportero a la primera expedición que coronó el Everest, dio noticia de incontables conflictos y entrevistó a grandes líderes internacionales. Como mujer, sin alejarse de su mujer y madre de sus cinco hijos, Elizabeth, con la que se casaría dos veces, siguió haciendo más o menos lo mismo, al fin reconciliada consigo misma pero sin renunciar a sus intereses de siempre. James había sido un hombre muy aparentemente masculino y se convertiría en una mujer orgullosa de su feminidad, en los dos casos de acuerdo con los estándares tradicionales e incluso tópicos, bastante distintos de los que rigen en nuestros días. Al margen de la opinión que cada cual tenga de ellas, su ejemplo no casa bien con las teorías identitarias, pero en otro orden de cosas la misma mujer que entendió su redefinición como una cuestión estrictamente individual se entregaba, desengañada de lo británico, al nacionalismo "iluminado" de Gales, defendido con los argumentos dudosos que sustentan todos los nacionalismos. Y tampoco su elegante pudor, su relativo desinterés por el sexo o su exaltación de la maternidad se corresponden con los discursos actuales, lo que no hace sino confirmar que más allá de las modas o los clichés cualquier ser humano responde a un patrón singular e irreductible.

Emociona el retrato de la anciana, al cabo una esteta, de vuelta a la inocencia primigenia

Estructurado en pequeños capítulos no lineales, el ágil recuento de Olmos incluye episodios anteriores y posteriores a la transformación de Morris, aborda algunas de sus mejores obras, arroja luz sobre personajes reales como el misterioso "doctor B" –el mago que lo atendió en Casablanca– o imaginarios como el Tiresias del mito o el Orlando de Virginia Woolf, pero su propósito, respetuoso con la autora y sólo moderadamente polémico, no es otro que distinguir a la mujer real, sus circunstancias específicas, su enigma intransferible, de las construcciones ideológicas en las que al parecer no creía y sobre las que de hecho no se pronunció nunca. Después de haber viajado por todo el mundo, Jan pasó las últimas décadas casi recluida en su centenaria casa de la campiña galesa, Trefan Morys, siempre acompañada de la leal Elizabeth, cuyo perdurable y estrechísimo vínculo desafiaba todas las convenciones. Y es esta etapa final, la de su feliz retiro en la tierra de los medio ancestros, la que más interesa al biógrafo, que confiesa no sentir una predilección especial por los libros de viajes. Emociona el retrato de la anciana, al cabo una esteta, desde antiguo empeñada en la búsqueda de "la belleza, el bien y el amor", cada vez más distanciada del presente, fiel al imperativo de la amabilidad –be kind, era su divisa– y de vuelta a la inocencia primigenia, como una "niña encantadora" que después de todo lo que había vivido aún se planteaba la necesidad de reinventarse.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios