Legado y testamento de Joseph Roth | Crítica

Camino de gracia

  • El ensayo de Berta Ares sobre la última novela de Joseph Roth revela la simbología implícita en una fábula que no puede entenderse al margen de la secular tradición de los judíos orientales

Joseph Roth (Brody, 1894-París, 1939).

Joseph Roth (Brody, 1894-París, 1939).

Concluida dos semanas antes y publicada seis meses después de su muerte en París, en el año aciago de 1939, La leyenda del santo bebedor es una de las grandes novelas de Joseph Roth, considerada por él mismo su testamento literario, una obra de postrimerías en la que el lúcido narrador de entreguerras previó su propio final y el de toda una época. Más allá de la moderna fascinación que suscita todo lo austrohúngaro, el caso de Roth es excepcional no sólo por la extraordinaria calidad de sus narraciones, sino por la personalidad de un autor en el que la nostalgia del viejo mundo se combina con una decidida impugnación del que entonces pasaba por nuevo, es decir de las impías variantes del totalitarismo, también por su vida desordenada, tan distante del imaginario burgués, y sobre todo por la modernidad de una escritura que no obstante remite, actualizándolo, a un legado secular sin el que no se entiende del todo. Este último aspecto ha sido ejemplarmente explorado por Berta Ares en una clara e ineludible monografía que enlaza la obra póstuma de Roth con lo que Hannah Arendt llamó la "tradición oculta", todo un venero que ha alimentado el canon occidental, por así decirlo, desde fuera, aunque de hecho esté contenido en lo que llamamos civilización o cultura judeocristiana.

Dando nueva vida a los motivos tradicionales, Roth se enfrentaba a los bárbaros

Bajo su apariencia de relato casi fantástico, que transcurre en "una atmósfera de misterio religioso y ensueño", la fábula del bebedor redimido contiene muchas capas y significados no expresos. Es evidente que bajo el personaje de Andreas Kartak, protagonista de la Leyenda, un vagabundo de origen silesio –paria por partida doble, como tantos refugiados de esos años– que vive bajo los puentes de París, late el hombre que fue Roth, un apátrida al final del camino, como él alcoholizado y reducido a condiciones paupérrimas. Austriaco de nación –procedente de un confín del Imperio, hoy encuadrado en el territorio de Ucrania–, siempre leal a la abolida monarquía de los Habsburgo y escritor en lengua alemana, Roth se consideraba sobre todo europeo, pero como ostjuden o judío del Este, aunque no sionista ni practicante, pertenecía también a la tradición nacida del shtetl, de la que provienen muchos de los símbolos, imágenes y caracteres presentes en su literatura y muy en particular, como explica Ares, los que comparecen en la Leyenda o en otra de sus obras de referencia, Job. La historia de un hombre sencillo (1930). Más allá del componente religioso, la cultura judía impregna su literatura no sólo en calidad de fuente, de la Biblia a la cábala, la mística luriana –forjada en el exilio de Sefarad– o el jasidismo, sino también de contrapunto a la cosmovisión que defendían los siniestros valedores de la supremacía racial, que odiaban con tanta mayor inquina a los judíos asimilados. Dando nueva vida a los motivos tradicionales, desde el vínculo sentimental con la matriz hebrea y la creciente afinidad a los valores espirituales del cristianismo, Roth se enfrentaba a quienes pretendían construir la "filial del infierno en la tierra".

No consta que el escritor, pese a su cercanía al catolicismo, llegara a bautizarse

Fruto de un profundo conocimiento de la obra de Roth, de la familiaridad con su estilo sobrio, irónico y vibrante, el detenido análisis de los sentidos implícitos en la Leyenda es una pieza maestra que no sólo arroja luz sobre sus páginas, sino también sobre el sustrato en el que se inscriben las narraciones de otros muchos autores europeos de origen judío. Algo hay en Roth, como señala Julio Trebolle, del guer bíblico, "residente en tierra ajena" o, en sentido religioso, "converso", aunque no consta que el escritor, pese a su cercanía al catolicismo, llegara a bautizarse. No es que se hubiera quedado sin patria, es que nunca tuvo ni siquiera casa, perpetuo residente en hoteles e inquilino sobre todo de cafés y tabernas, donde pasaba largas horas de ebriedad, entregado a la melancolía pero sin descuidar su voluntad de resistencia. La Leyenda póstuma de Roth puede interpretarse como una fábula de inspiración medieval, una parábola religiosa, un relato romántico o una confesión íntima que describe, pese a su fondo dramático, un "maravilloso camino de gracia", de un modo ambiguo que siembra la duda pero no niega el misterio. Como de costumbre, la piedad convive con la ironía y resulta por ello aún más conmovedora. La grandeza de Roth, lo que más allá de las trágicas circunstancias de un hombre destruido convierte su muerte en algo liviano y hermoso, como califica el narrador de la Leyenda a la de su personaje, radica en lo que su postrero kaddish u oración fúnebre tiene, en las mismas vísperas del exterminio, de victoria del humanismo frente a la barbarie.

Berta Ares Yáñez es doctora en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra. Berta Ares Yáñez es doctora en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra.

Berta Ares Yáñez es doctora en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra.

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