Espléndido debut con Haendel

Los Elementos | Crítica

Alicia Amo, Ana Vieira Leite y Alberto Miguélez Rouco en el trío final de la obra
Alicia Amo, Ana Vieira Leite y Alberto Miguélez Rouco en el trío final de la obra / Micaela Galván

La ficha

LOS ELEMENTOS

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Música Antigua en Turina. Solistas: Ana Vieira Leite, soprano [Clori]; Alicia Amo, soprano [Tirsi]; Alberto Miguélez Rouco, contratenor [Fileno]. Los Elementos. Director: Alberto Miguélez Rouco.

Programa

Georg Friedrich Haendel (1685-1759): Clori, Tirsi e Fileno HWV 96 [1707] [Edición musical de Alberto Miguélez Rouco y Giulio Padoin].

Lugar: Espacio Turina. Fecha: Sábado 8 de marzo. Aforo: Media entrada.

Fundado por el joven contratenor gallego Alberto Miguélez Rouco en 2018, cuando apenas tenía 24 años, el conjunto Los Elementos es ya una de las grandes realidades del actual Barroco español y europeo. El grupo no había debutado en Sevilla hasta este sábado, en que lo hizo con una gran cantata dramática de Haendel, una obra arcádica, de pastores enamorados y pastora indecisa que termina en trío.

Desde la ágil y tensa obertura, cabe destacar la labor del violinista Claudio Rado en la concertación, con un conjunto instrumental a voz por parte y sin director convencional en escena. El conjunto sonó en todo momento empastado, bien articulado, brillante y con una flexibilidad extraordinaria en el acompañamiento de las voces, con un equilibrio ideal en la mezcla de la cuerda con los oboes y muy colorística participaciones de las flautas dulces. El bajo continuo fue sensacional toda la noche, apoyado muy especialmente en el laúd elegantísimo, sugerente y muy presente, de Jadran Duncumb y el violonchelo incisivo de Giulio Padoin, pero no menos en el soporte sobrio y firme del clave de Joan Boronat, que aportó además notas de color de gran eficacia dramática.

Maravilloso trío vocal. La prevista soprano americano Robin Johanssen (una figura en ciernes) canceló hace ya unas semanas su participación en la gira del grupo y fue sustituida por la burgalesa Alicia Amo, bien conocida por la tierra. La voz de Amo siempre fue brillante arriba, pero parece haberse incluso afilado, lo que mostró desde esa peliaguda apertura de la obra con “Cor fedel”, con la voz aún fría y el solo apoyo del continuo. Se asienta luego con la más plácida, pero chispeante “Quell'erbetta” y en la segunda parte se impuso con una dramática “Tra le fere”, de coloratura precisa y rotunda. La portuguesa Ana Vieira Leite mostró por qué es una de las cantantes barrocas de moda, con una voz de una redondez, una calidez y una dulzura que no pierde ni cuando tiene que mostrarse dramática (“Barbaro!”). Había seducido desde el principio (“Va col canto lusigando”) con una sutileza en el decir y una elegancia superlativas para un aria ligera, con las flautas imitando todo el rato el canto de los ruiseñores, y lo confirmó con un “Amo Tirsi” delicadísimo. El dúo entre las dos sirvió para confirmar la paradoja de que la voz del personaje masculino (Tirsi, Amo) está escrita más aguda que la del femenino (Clori, Leite), convenciones de las escenas italianas del tiempo. Sirvió también para apreciar la distinción de los timbres y los estilos: más directa y agresiva la española, más envolvente la portuguesa.

Pero para mí el auténtico impacto fue el provocado por Alberto Miguélez Rouco, una voz de contratenor que en disco suena espectacular, pero que en directo se convierte en inimaginable: de una tersura y una homogeneidad asombrosas, con unos graves bellísimos y unos ascensos al agudo de una naturalidad desarmante, y ello a pesar de que en su aria de presentación (“Sai perché l'onda del fiume”) se escucharon los únicos roces de violines de la noche. En “Son come quel nocchiero” ya no sabía si admirar más la igualdad de emisión en todo el registro o la finura de un fraseo que fue todo musicalidad. En la segunda parte, sus dos arias resultaron distinguidas por la misma razón: elegancia, sutileza y naturalidad en la forma de decir cada frase. Además, los acompañamientos lucieron especialmente: “Povera fedeltà” con el continuo reducido a violonchelo y laúd; y “Come la rondinella” por el solo casi espectral del laúd de Duncumb y la perfecta sincronización de los dos violines al unísono. Ya sólo quedaba el trío, brillante, luminoso, vívido y bien equilibrado para confirmar uno de los debuts del año en Sevilla. Que vuelvan pronto.

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