Fósiles de pensamiento

Mitos sobre el origen del fuego | Crítica

En su recopilación de los mitos sobre el origen del fuego, James G. Frazer compendió decenas de fabulosas historias que nos retrotraen a los días de la humanidad más remota

Jan Cossiers, 'Prometeo trayendo el fuego' (1636-1638). Museo Nacional del Prado.
Jan Cossiers, 'Prometeo trayendo el fuego' (1636-1638). Museo Nacional del Prado.

La ficha

Mitos sobre el origen del fuego. James G. Frazer. Trad. Alberto Cardín. Sans Soleil Ediciones. Vitoria, 2022. 252 páginas. 19,50 euros

Acaso sea difícil comprender hoy la popularidad moderadamente escandalosa que acompañó las publicaciones de Sir James G. Frazer, el gran antropólogo escocés, seguido mucho más allá de los círculos académicos, cuyas obras descubrieron a miles de lectores los ecos de un mundo antiguo, no del todo prescrito en algunas zonas del planeta. La fecunda idea, chocante para los mitólogos tradicionales, de que a partir de los relatos y las prácticas de las comunidades atrasadas o salvajes podíamos acceder a los estadios anteriores a la civilización, dado que en ellas seguiría vigente una mentalidad similar a la de las culturas primitivas, admite muchos matices, pero no cabe duda de que la magia, los sacrificios, los rituales, los tabúes, todo el sustrato que daría forma a las religiones conocidas, en buena parte interpretables a la luz de patrones reiterados, apuntan a un estadio muy remoto que ha dejado su huella en los mitos. Apoyado en sus informantes, Frazer recopiló una ingente colección de historias de las que ha quedado memoria oral, mucho antes de la invención de la escritura o al margen de ella en las sociedades ágrafas, y las comparó con lo que dejan ver las mitologías más conocidas. Su conclusión, inquietante para los creyentes en doctrinas reveladas, fue que podía constatarse una afinidad profunda –un "parecido esencial"– desde muchos milenios antes de la Era.

Para Frazer, magia, religión y ciencia serían manifestaciones de un mismo impulso

En Mitos sobre el origen del fuego, una de las investigaciones derivadas de su magnum opus, Frazer aplica su método comparativo, basado en la concatenación de narraciones relacionadas, a uno de los descubrimientos más importantes en la evolución de las sociedades humanas, fiel a su idea, recalcada al comienzo, de que la mitología puede definirse como la "filosofía del hombre primitivo", conforme a un esquema de fases –magia, religión, ciencia– que serían diferentes manifestaciones del mismo impulso. Los mitos, definidos como "fósiles del intelecto" o "documentos del pensamiento humano embrionario", no explican los hechos que narran, pero arrojan luz sobre la condición de los pueblos que los inventaron o los creyeron. Para Frazer, la relación de la humanidad con el fuego atraviesa tres edades. Como las bestias con las que convivían, los individuos de las comunidades primitivas apenas podían protegerse de los rigores del frío o de los peligros ocultos en la oscuridad de la noche y su precaria dieta se limitaba a la ingesta de alimentos crudos, secados al sol o calentados de forma rudimentaria con el propio cuerpo. En un segundo momento, los humanos estaban ya habituados al fuego, gracias a los incendios espontáneos, pero no conocían todavía la forma de prenderlo. El don venía de arriba, en forma de rayos igníferos, o bien de las ramas secas que entran en combustión al frotarse unas con otras por efecto del viento, y después de capturado toda la atención se dirigía a impedir que se extinguiera. Los mitos hablan de pedazos arrebatados al sol, la luna, las estrellas o incluso el mar, traídos por los dioses o por animales, particularmente las aves, una especie o individuo concreto o una cadena que habría actuado como en una carrera de relevos. El tercer momento vendría, tras un largo proceso de familiaridad con el uso, del aprendizaje de los métodos para encender el fuego, a partir de la fricción de maderas o de la percusión con piedras, ambos mencionados –sobre todo el primero y más antiguo– en los mitos que relacionan también las distintas maneras de procurarlo. En muchos casos se entendía que el fuego estaba de algún modo almacenado en los árboles o en las rocas, de una forma latente que permitía su extracción una vez aprendido el procedimiento.

El recuento ofrece decenas de relatos pintorescos, extravagantes y fantasiosos

Tal vez la más conocida, por su proyección en la iconografía de Occidente, sea la historia de Prometeo, que entregó el fuego a los hombres después de arrebatárselo a la divinidad –Zeus o Hefesto– y fue por ello atrozmente castigado, durante treinta o treinta mil años, hasta que Hércules lo liberó de las cadenas. El personaje tiene un correlato en la mitología védica, Matarisvan, y en el imaginario de muchos pueblos se atribuye la hazaña del descubrimiento, el robo o la transmisión a una figura mítica que ocupa un lugar relevante en su repertorio de leyendas. Dispuesto en un orden geográfico que no deja de ser étnico, desde los aborígenes de Tasmania hasta los antiguos griegos, el recuento de Frazer, volcado en su característica prosa evocadora, a veces excesivamente prolija, abarca los cinco continentes y ofrece decenas de relatos pintorescos, extravagantes y fantasiosos, pero en cierto sentido verdaderos, todo un festín que nos permite asomarnos a las "incontables edades que precedieron al surgimiento de la historia". En este como en otros aspectos, el incansable pesquisador veía, a partir de los elementos comunes, una unidad esencial en la diversidad del género humano.

James G. Frazer retratado por Lafayette en 1926.
James G. Frazer retratado por Lafayette en 1926.

Una maravillosa enciclopedia

Desde su primera edición en 1890 y sobre todo a partir de la tercera, publicada en doce volúmenes entre 1906 y 1915, La rama dorada ha sido un libro revelador y casi iniciático para generaciones de lectores que encontraron en la obra magna de James George Frazer un vasto repertorio de leyendas, costumbres y creencias referidas a las comunidades de la prehistoria, cuando la perpleja humanidad se relacionaba con el mundo a través de la magia. Desde el inolvidable comienzo en el sagrado bosque de Nemi, al sur de Roma, donde estaba el santuario de Diana y tenía lugar la vigilia perpetua del rey o sacerdote condenado a morir por la mano de su sucesor, The Golden Bough –el título procede del espléndido lienzo de Turner– despliega una erudición formidable, decenas de intuiciones valiosas y una prosa de gran plasticidad y belleza. En una de las breves pero siempre atinadas notas de lectura que publicó Borges en la revista El Hogar, a mediados de los años treinta, celebraba el argentino, por encima de la vigencia de sus ideas antropológicas, el genio de Sir James y su admirable trabajo de rastreo: "En el peor de los casos, la obra de Frazer perdurará como una enciclopedia de noticias maravillosas, una silva de varia lección redactada con singular elegancia. Perdurará como perduran los treinta y siete libros de Plinio o la Anatomía de la melancolía de Robert Burton".

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