La juventud entre el amor y la muerte

Morlaix | Crítica

Samuel Kircher en una imagen de 'Morlaix', de Jaime Rosales.
Samuel Kircher en una imagen de 'Morlaix', de Jaime Rosales.

La ficha

**** 'Morlaix'. Drama, España-Francia, 2025, 127 min. Dirección: Jaime Rosales. Guion: Jaime Rosales, Fanny Burdino, Samuel Doux, Delphine Gleize. Fotografía: Javier Ruiz. Música: Leonor Rosales. Intérpretes: Aminthe Audiard, Samuel Kircher, Melanie Thierry, Jeanne Trinité, Álex Brendemuhl.

Se observa una clara fluctuación entre el interés por lo real-concreto y el distanciamiento reflexivo o el ensimismamiento cinéfilo en la trayectoria de Jaime Rosales, jalonada ya con esta Morlaix por ocho largometrajes. Tras las resonancias trágicas deconstruidas de Petra y el descenso al ámbito del drama doméstico a flor de piel de Girasoles silvestres, toca ahora volver a tomar conciencia del artefacto fílmico, también de cierta memoria cinéfila por la que se cuelan gestos, tipos o rostros bressonianos y nuevaoleros, a través de un cuento moral sobre el idealismo trágico-romántico adolescente y la toma de decisiones vitales anclado en el paisaje bretón de Morlaix y alrededores y puesto ante el abismo de su propia representación en un largo tramo central en el que el filme se repliega sobre sí mismo como espejo de proyecciones y obra abierta para el debate.

Salidos de un universo de ideas e inquietudes de otro tiempo, desanclados del presente y sus dinámicas, los adolescentes de Morlaix dirimen sus cuitas generacionales, su propio duelo o sus interrogantes sobre la naturaleza del amor y la muerte filosofando en conversaciones y encuentros convertidos en un pequeño teatro de relaciones, desafíos, miradas y afectos cruzados.

Rosales los filma entre distintos formatos y texturas, también en imágenes fotográficas, saltando de uno a otro con cierta arbitrariedad que parece funcionar como guía de disuasión para navegantes de certezas. Su película se parte y se quiebra por dos veces sin unos códigos claros que nos resitúen, si acaso abierta a una interpretación de su materia narrativa, esa de la afirmación poderosa del primer gran amor y su consecuente (y prevista) consumación y decepción, que se encuentra en la propia forma cambiante que la sostiene, casi siempre de manera hipnótica.

Morlaix se adentra así en su propio misterio sobre esos jóvenes que la pueblan y atraviesan, en la luz fría e invernal que la envuelve, entre el garreliano blanco y negro panorámico y el 1:33.1 en 16mm que se dan el relevo sin preaviso. Dejando fuera la sociología o la política, también cualquier tentación paternalista sobre sus criaturas, sus actos y anhelos, Rosales ha vuelto a retratar a una hermosa juventud herida de romanticismo y consciente de su propio porvenir pequeñoburgués donde sólo quedará ya espacio para el recuerdo o la nostalgia.

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