20-N: Una noche dramática

Lorca y Galdós; Bódalo y López Vázquez; Bárbara Rey y Victoria Vera... Cuando muere Franco, el teatro estaba muy vivo.

Francisco Correal Sevilla

20 de noviembre 2013 - 05:00

Era 20 de noviembre y jueves. Hay cosas que 38 años después no cambian. Las dos ediciones del telediario siguen siendo a las tres de la tarde y a las nueve de la noche. La única televisión programó música de Mozart, Stravinsky y Ana Karenina de Tolstoi. Con motivo de la muerte de Franco, Televisión Española decide a última hora un cambio en la programación cinematográfica: en lugar de Satán nunca duerme, emite Objetivo Birmania.

La televisión era única, pero la noche de Madrid, la ciudad donde falleció, era plural en sus teatros. El día que murió Franco la oferta teatral podría llenar una gala de los Goya. Camilo Sesto, Ángela Carrasco y Teddy Bautista protagonizan Jesucristo Superstar, musical religioso, uno de los tres espectáculos adaptados por Artime y Azpilicueta, junto a Una vez al año, con dirección de Luis Escobar (el marqués de las Marismillas del Guadalquivir inmortalizado por Berlanga) y Los chicos de la banda, una "comedia para personas muy formadas" con Manuel Galiana, Joaquín Kremel y José Luis Pellicena en el reparto de esta obra con libreto de Mark Crowley.

El país tenía ganas de reír, a juzgar por las posibilidades que la noche y la taquilla madrileña les ofrecían: podían reírse con Antonio Garisa (No le busques tres pies al alcalde); con Lina Morgan y Florinda Chico (Pura metalúrgica); con Arturo Fernández (Sencillamente un burgués); con Manolo Escobar, "el ídolo de Madrid", escoltado por Raúl Sender y los Rocieros de Huelva; con Manolo Gómez Bur (La sopera); con José Rubio(Enseñar a un sinvergüenza), una obra de Alfonso Paso, que repetía con Los derechos de la mujer, con Carlos Ballesteros y Silvia Tortosa en el reparto.

El rey de La Latina era Tony Leblanc, cabeza de cartel de Mujeres con sexy boom y autor de la letra y de la música. Pedro Osinaga compartía elenco con Julia Cala Alba como la señorita Smith en Sé infiel y no mires con quién, comedia que años después llevó al cine Fernando Trueba.

También había teatro de siempre, Misericordia de Benito Pérez Galdós o Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca. Los primeros desnudos: el de Victoria Vera en ¿Por qué corres, Ulises?, de Antonio Gala, escoltada en el reparto por Alberto Closas y Mary Carrillo; el de María José Goyanes en Equus, obra original de Peter Schaffer con la presencia de José Luis López Vázquez, Margot Cottens, Ana Diosdado y Juan Ribó. Actores de siempre como José Bódalo y Pastor Serrador, presentes en Una visita inmoral o la hija de los embajadores, de Torcuato Luca de Tena, dirigida por Cayetano Luca de Tena; como María Luisa Merlo y Carlos Larrañaga, cuatro años de éxito -desde 1971- con Pato a la naranja, que superaba las dos mil representaciones.

Obras que habían triunfado en Estados Unidos o en otros países europeos llegaban a España, como el musical Hair o Harold y Maude, con versión de José López Rubio y Pilar Bardem en el reparto. Un actor de Huelva que está al frente del teatro de la Abadía, José Luis Gómez, recién llegado de su escuela alemana, seguía en esa cultura con La resistible ascensión de Arturo Ui, de Bertolt Brecht, con versión de Camilo José Cela. Una sobrina del escritor que catorce años después obtendría el Nobel de Literatura, Paloma Cela, encabezaba el cartel de Streaking Show, una propuesta teatral de Fernando Vizcaíno Casas, que se convertiría en el resucitador oficial del reino.

El espectador tenía ante sí teatro de enjundia como Las hermanas de Buffalo Bill, de Martínez Mediero, con Berta Riaza, Tina Sáinz, Germán Cobos, música y canciones de Víctor Manuel. Mary Paz Pondal y Alfonso del Real escenificaban Cornudo, apaleado y contento, de Alejandro Casona, dramaturgo que se exilió y del que representó alguno de sus montajes el que sería primer presidente de la Junta de Andalucía Plácido Fernández-Viagas.

Las musas del destape copaban los escenarios más atrevidos. Rosa Valenty encarnaba a la actriz de Mogambo en El último tango de Marilyn Monroe y Rodolfo Valentino, préstamo cinematográfico de Bernardo Bertolucci con dirección de Romano Villalba. Bárbara Rey encabezaba el reparto de El show mágico del circo, preludio de su tormentoso romance con el domador Ángel Cristo. La dirección era de Juan José Alonso Millán, uno de los animadores de la noche teatral.

Repasen los nombres de aquella noche, añadan la plétora de fantásticos secundarios y verán cómo llenan un auditorio para una hipotética gala de los Goya. El humor correría a cargo de Andrés Pajares, coautor de la letra del espectáculo ¡Oh, Calcuta... y olé! Había un Goya por alusiones, la obra del periodista Antonio D. Olano La maja desnuda de Cáceres, con Perla Cristal en tan goyesca faena. Una obra que provocó más de un incidente con algún celoso guardián de la moralidad de provincias.

Una noche dramática en el sentido más literal del término. Una parte del teatro o un concepto del mismo también ha muerto. ¡Cuatro años de éxito! Nadie aguanta hoy una legislatura sin cambiar de personaje y atuendo. Algo se había terminado. Está en los libros. Rafael Abella tituló el suyo De la Semana trágica al 20-N (Plaza y Janés). Raymond Carr optó por España (1808-1975) (Ariel), desde la invasión napoleónica y las Cortes de Cádiz (una de sus sesiones en la portada del libro) hasta la muerte de Franco, de cuya biografía se ocuparía después su compatriota Paul Preston.

El teatro era el aliviadero de un país gobernado a golpe de cartas de ajuste, despedida y cierre, que ese 20-N, en su segunda cadena -la UHF que no llegaba a buena parte de España- ofrecía clásicos de la pequeña pantalla como El hombre y la tierra, de Félix Rodríguez de la Fuente, Cuentos y leyendas o Musical Pop, presentación y comentarios de Ramón Trecet, que años después sería la voz que comentó los partidos de la NBA, un lujo entonces inalcanzable en un país de bajitos. La noche madrileña también ofrecía zarzuela. La tabernera del Puerto, del maestro Sorozábal. No era un país de réquiem. Había llorado bastante y formó un triunvirato Garisa-Leblanc-Gómez Bur.

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