El otoño del Maestro

Literatura

Anagrama publica unas estupendas semblanzas en las que el editor y crítico catalán Josep Maria Castellet evoca sus recuerdos de seis amigos y compañeros de viaje

El editor y crítico Josep Maria Castellet (Barcelona, 1926).
El editor y crítico Josep Maria Castellet (Barcelona, 1926).
Ignacio F. Garmendia

17 de octubre 2010 - 05:00

Llamado desde antiguo el Maestro, Josep Maria Castellet es un personaje fundamental de la cultura catalana y española de las últimas décadas. Puede que el apelativo, como recuerda Jorge Herralde en un artículo de homenaje recogido en Sombras y sueños (Península, 2001), fuera en origen "poco reverencial y un tanto zumbón", pero el paso del tiempo ha convertido lo que pudiera haber de ironía en una verdad incontestable.

Fundador de la revista Laye, artífice de proyectos como Edicions 62 y Península -que dirigió durante décadas de fecunda actividad editorial-, Castellet ha destacado como crítico, agitador y polemista, también como sabio muñidor cuya habilidad proverbial para las operaciones de promoción ha marcado una época de la cultura española y podría ser estudiada, si existe algo parecido, en las escuelas de publicidad. Su celebérrima antología Nueve novísimos poetas españoles (reeditada por Península en 2001, junto a una oportuna separata donde se reúnen las críticas que suscitó) dio nombre a toda una generación poética, la de los años 70, en la que convivían otras estéticas que fueron fagocitadas por la propuesta de Castellet, que ya antes había ensayado un perspicaz y prematuro canon del 50 en su no menos polémica Veinte años de poesía española.

Podemos leer un completo balance de sus múltiples perfiles en el antes mencionado volumen colectivo, donde participaba, además del editor de Anagrama y de viejos conocidos como Alberto Oliart, un selecto elenco de profesores universitarios que celebraron como se merece una contribución innovadora y sin duda ninguna valiosa, aunque tal vez excesivamente contaminada por la militancia política de aquellos años. Entre sus ensayos, pueden destacarse La hora del lector (reeditado por Península en 2001), que causó gran impacto en su momento pero cuya propuesta crítica ha envejecido bastante, y el autobiográfico Los escenarios de la memoria (Anagrama, 1988), una estupenda colección de semblanzas a la que vienen a sumarse estas otras con las que queda completado el ciclo.

De porte elegante y discreta presencia, muy alejada del histrionismo de su colega Carlos Barral, Castellet es uno de los pocos supervivientes -junto a Oliart, precisamente- de una generación en la que muchos desaparecieron de forma prematura o trágica. A ella pertenecen los seis personajes retratados en estas páginas, que evocan los trabajos y los días del filósofo marxista Manuel Sacristán, la vida excesiva y arrebatada de Barral, el genio autodestructivo de Gabriel Ferrater, las conversaciones con el ensayista Joan Fuster, las horas compartidas con el también editor Alfonso Comín -compañero como Barral en la aventura de Distribuciones de Enlace- o una impagable colección de anécdotas vividas junto a Terenci Moix, escritor infravalorado cuya deslumbrante obra primera está ahí para quien quiera leerla. Todos ellos seductores e ilustrados, ciertamente, aunque no siempre visionarios.

Cuando apareció la edición catalana de este libro, un crítico de La Vanguardia relacionó la colección de estampas biográficas de Castellet con los Homenots de Pla. También, por razones obvias, podría ser relacionada con los libros de memorias de Barral. Pero con todo el respeto que merece una figura principal como la de Castellet, hay que reconocer que estas notas autobiográficas -que lo retratan como un cronista incisivo y memorioso, elegante y mundano- no igualan la prosa memorialística de Barral, más vertebrada en un relato abarcador, y mucho menos los registros insuperables del solitario de Palafrugell, a quien Castellet dedicó un ensayo -Josep Pla o la raó narrativa- del que no conocemos traducción castellana.

Con todo, se trata de un libro indispensable para reconstruir la intrahistoria cultural de aquellos "tiempos adversos". Es natural que en el otoño de su fecunda trayectoria, el anciano instigador de entusiasmos sienta nostalgia por esa época dorada de la cultura catalana, cuando la ciudad de Barcelona era uno de los centros más dinámicos de Europa y también el más caudaloso manantial de la lengua castellana en la Península. Pero sus ocasionales comentarios a propósito del provincianismo madrileño -habituales en el círculo de Barral- tenían entonces un sentido que tal vez o a buen seguro no ha conservado su vigencia. Lo ha reiterado Vargas Llosa y convendría que los catalanes se pararan a pensar cuánto han perdido en estas últimas décadas. Por poner un ejemplo chusco, ¿qué opina el Mestre de un personaje como Laporta?

Josep Maria Castellet. Traducción de Rosa Alapont. Anagrama. Barcelona, 2010. 282 páginas. 19,50 euros.

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