La refrescante vida parisina (contada por Julio Camba)
París | Crítica
La editorial Renacimiento, con edición de Ricardo Álamo, publica un ramillete de artículos del periodista gallego, donde describe, con su inconfundible ironía, la vida parisina de principios del siglo XX
El genio en la cornisa
Los demonios familiares
La ficha
París. Julio Camba. Edición de Ricardo Álamo. Renacimiento. Sevilla, 2024. 232 págs. 21,90 €
A Julio Camba, desde hace aproximadamente una década, se le empieza a reconocer su virtuosismo en el artículo, ese género en el que converge la mirada del escritor y el estilo del periodista. El autor gallego, tras firmar en numerosísimas cabeceras, tras ser un nombre habitual en la prensa, cayó en un no menos habitual olvido. Su rescate, en buena medida, se debe al reconocimiento que el articulismo –o el moderno columnismo- ha tomado en estos últimos años. Sobre todo en esos 2012, 2013, 2014, con las columnas de Gistau, Jabois, Leila Guerriero, y unos años más acá con Daniel Gascón, Rosa Belmonte, José Antonio Montano. Y más. No sé. Son muchos.
Los 3000 caracteres, el humor, la reflexión, la ironía ácida, recientemente han obtenido un lugar destacado en los periódicos. A causa de este fenómeno, naturalmente se ha tenido que revisar el oficio –el magistral oficio- de los que precedieron. Entre estos, Julio Camba ocupa los primeros puestos. Hablamos de un imprescindible, claro. Uno de esos autores que hacen escuela, que ofrecen la clave del asunto. Julio Camba es una especie de manual para la práctica del articulismo.
La editorial Renacimiento –que tanto ha hecho, y hace, por el rescate de autores orillados- acaba de publicar París, de Julio Camba, volumen cuya edición cuenta con el trabajo del profesor y escritor Ricardo Álamo. Tomaremos esa brevedad tan propia de los artículos de Camba, y calificaremos este libro con una palabra: buenísimo. El lector que quiera reír, y sobre todo el lector que quiera conocer el París de principios del pasado siglo, deberá abrir las páginas de este carrusel de artículos. Algunos desternillantes, pero sin estridencias; otros hondos, aunque se vistan de trivialidades. Un humor elegante, en apariencia inocente pero corrosivo.
Ricardo Álamo, en su concisa introducción, nos detalla todo lo que hay que detallar sobre Camba y su obra, sobre Camba y su vida. Ese escritor –quizá no tanto periodista, abrimos debate- de convicciones anarquistas en la juventud y de valores reaccionarios en la madurez. Una evolución no tan drástica como en un principio nos pudiera parecer. Ejemplos del estilo hay unos pocos, pasados y también actuales –cada cual que ponga aquí los nombres que prefiera-. Camba quiso cambiar el mundo hasta que el mundo cambió a Camba. Lo de siempre.
Álamo, en este volumen, menciona algunos de los diarios en los que Camba colaboró. Muchos desconocidos para los lectores. Dan ganas de detenerse a consultar las hemerotecas de esos periódicos y semanarios, esa prensa de principios de siglo en la que sospechamos se ocultan numerosos hallazgos. Ese mundo, entre confuso, adolescente y bullicioso, que daba signos de agotamiento y de renovación, anticipando el esplendor y también la tragedia.
Los artículos de París fueron publicados en El Mundo, periódico monárquico al que Julio Camba llegó joven, pero con un reconocimiento cimentado, y sobre el que construiría una carrera considerable. A pesar de esta juventud, Camba, en aquellos años de 1908 a 1912, ya contaba con lectores. A estos les ganó el estilo breve, la gracia desenfada y mordaz. Supongo que, al igual que sucede con los buenos columnistas, leer a Julio Camba equivalía a descubrir qué estaba pasando en la actualidad de cada momento. Era averiguar por dónde iba los derroteros de nuestro presente –pero vistos desde una óptica ingeniosa, lúcida, inteligente-. La actualidad resulta anodina hasta que alguien nos la cuenta desde un prisma que no sospechamos, y que nos aporta la visión clave.
Julio Camba sabe relatar en lo anodino, en la intrascendencia. Sus artículos destilan una aparente nadería, pero en el abismo de esta nada el comentario punzante, la sátira que escuece, la malicia divertidísima. En el texto La españolería andante falsificada por Cataluña, a propósito de andaluces que regentan “casa de huéspedes” por España, leemos: “Cuando el andaluz habla, todos se callan. Es el amo del comedor. Es el único a quien le está permitido contar cuentos verdes delante de las señoras. Es el andaluz, el andaluz de la casa de huéspedes”. Unos párrafos más allá, continúa Camba: “Pues lo mismo que ese tipo del andaluz de casa de huéspedes son los catalanes de París ¡Hay que verlos presumir de flamencos con estas pobres chicas que todavía no creen que Barcelona es la capital de Andalucía! No hay nada más marchoso que un catalán en París”.
Según el escritor, Francia es un pueblo “ingenuo y divertido en el que uno lo pasa bastante bien”. Esa es la percepción que tenemos al leer los artículos de este volumen: fueron escritos no tanto por oficio como entretenimiento. Nos suenan a apuntes de ocio, jugueteo del autor, broma socarrona sin más pretensiones. Sin embargo, esa aparente frivolidad es el envoltorio de un artefacto explosivo –ya que Camba anduvo por el anarquismo quizá sea oportuno meternos en estos conceptos-.
Las consideraciones de Julio Camba –como toda consideración que merezca la pena ser publicada- generaron controversia. Nos lo explica Ricardo Álamo, quien cuenta en la introducción al volumen cómo los lectores se cabreaban al toparse con las sátiras o las caricaturas burlonas, de estos y aquellos estereotipos, formuladas por el escritor gallego. El periódico La Tribuna, al que Camba se muda tras su paso por El Mundo, envió a Berlín al articulista. La cabecera no quería más problemas con los lectores franceses, ni con los españoles residentes en Francia. Unos y otros ya habían mostrado su enfado con determinados artículos de Camba, publicados en El Mundo.
Una frase que subrayamos, y que acaso suponga una especie de epítome de París: “Ha comenzado a verse en la Audiencia de París la causa instruida contra M. Rochette. Unos le tienen por un gran estafador y otros por un genio de los negocios. Para mí, los grandes estafadores y los genios de los negocios son iguales”. Julio Camba no nos estafa, no nos defrauda, pero coincide con el señor Rochette en el genio. En el extraordinario genio a la hora de contar la refrescante vida parisina de principios del siglo XX.
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