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Rosa Montero. Escritora y periodista

"Hablar de nuestros trastornos mentales hará que seamos una sociedad más sana"

  • La autora publica 'El peligro de estar cuerda', un libro en el que reivindica a "la familia de los nerviosos", en palabras de Proust, y analiza los vínculos entre creación y extravagancia

Rosa Montero (Madrid, 1951), fotografiada hace unos días en Sevilla.

Rosa Montero (Madrid, 1951), fotografiada hace unos días en Sevilla. / Juan Carlos Vázquez

A veces, Rosa Montero espera el ascensor y teme que al abrirse las puertas se encuentre con "un cadáver ovillado sobre un charco de sangre"; en otras ocasiones, como le ocurrió en una estancia en Cascais, su "imaginación frondosa y sin podar" se inventa la amenaza de un terremoto o presiente que acecha cualquier otra forma de devastación. Esa tendencia al sobresalto sin fundamento ya atormentaba a la autora cuando apenas era una niña, y le pedía a su madre que escondiera un calderito de cobre que adornaba la casa por miedo a la posibilidad de levantarse sonámbula y ponerse a lamer sin conciencia de lo que hacía aquel objeto. Montero añade un matiz a aquella prevención: nunca fue sonámbula, y por tanto carecía de motivos para que creciera dentro de ella tal inseguridad. "Siempre he sabido que algo no funcionaba bien en mi cabeza", reconoce la madrileña al comienzo de El peligro de estar cuerda (Seix Barral), un libro sobre la estirpe de los alucinados que no encajan en los moldes de la realidad, los que no saben ser normales, o sobre "la lamentable y magnífica familia de los nerviosos", como la llamó Proust. Una obra para la que su artífice se ha pasado "tres años sepultada bajo decenas de volúmenes no sólo de psicólogos, psiquiatras y neurólogos, sino también de escritores más o menos oficialmente majaras", porque el libro, "que no es ni un ensayo, ni una autobiografía ni una novela, pero lo es todo un poco a la vez", indaga en la relación entre la creatividad y la extravagancia. August Strindberg, Emily Dickinson, Doris Lessing o Sylvia Plath, entre otros, aparecen aquí dolorosamente humanos.

Y no, aunque la oreja de Van Gogh lleve a pensar lo contrario, no son los artistas plásticos, ni los músicos, los que sufren más desequilibrios. "Parece que los escritores nos llevamos la palma de la chifladura en todo, en probabilidad de suicidios, en trastornos bipolares, en lo que llaman trastornos del ánimo, que no sé bien qué es, pero que debe de ser como la angustia a la que yo me he enfrentado a veces", asegura Montero, que presentó hace unos días en Sevilla, en el Teatro Central y con el Centro Andaluz de las Letras, El peligro de estar cuerda. La autora de Temblor y La ridícula idea de no volver a verte precisa que "lo que mal llamamos locura, un trastorno grave, psicótico, eso no te lleva a la creación, eso te bloquea. Hölderlin o Robert Schumann sufrieron crisis terribles y dejaron de escribir o de componer", señala la narradora y periodista, que se apoya en teorías como la de Eric Kandel, Premio Nobel de Medicina, "que dice que todos los trastornos mentales se derivan de unos fallos en el cableado neuronal, es decir, en las conexiones entre las neuronas. Los escritores tenemos un problema de cableado, pero en general no llegamos al nivel de la gente que tiene psicosis, una enfermedad grave. Nosotros permanecemos en la orilla, o haciendo pie, y en ese mar hipotético otros se adentran en las profundidades".

"El alcohol ha callado las dudas a muchos escritores, les ha dado seguridad, pero luego los ha destruido"

Montero defiende que, pese a que el exceso de imaginación puede generar mucho sufrimiento –"yo soy capaz de oír cómo se le rompen los huesos a los niños si leo una noticia de maltrato infantil", admite–, aquello es un don, "un regalo de las hadas". Entre las muchas semblanzas que explora el libro está la de la neozelandesa Janet Frame, que se pasó la vida internada en clínicas mentales y aun así se sintió una persona "afortunada". A la autora de Un ángel en mi mesa la salvó su escritura, de manera literal, cuando los médicos descartaron practicarle una lobotomía al enterarse por los periódicos de que un libro suyo había ganado un importante premio. "Sí, esto es un regalo de las hadas", incide Montero, "no hay que dramatizar. Por supuesto que pagas un precio alto, pero en la vida todo incluye un peaje. Tener hijos, por ejemplo. Yo no los tengo, pero no cabe duda de que te da unas satisfacciones enormes y, al mismo tiempo, muchos quebraderos de cabeza. Pues esto es igual, algo tan maravilloso que te permite seguir jugando, como dice Bukowski, pero con sus contraprestaciones".

Montero ha confirmado con sus lecturas para esta obra algo que ya sospechaba: que en la mayoría de los autores se da "una pérdida temprana de la infancia, un trauma fundacional" que les lleva a elegir la ficción como forma de vida. "El problema es que sentimos a través de nuestros personajes, de nuestras historias, y cuando se acaba la creación se acaba tu conexión con el mundo", analiza la ganadora del Premio Nacional de las Letras en 2017, que relata una historia emocionante de Ray Loriga: tras ser operado éste de un tumor benigno que le dañó parte del cerebro, en la UCI y al recuperar el sentido, "lo primero en lo que pensó no fue en si podría volver a caminar o no, sino en si sería capaz de crear una historia". Si dejaba de escribir –lo que pudo seguir haciendo–, le confesó a Montero, se moría.

Rosa Montero. Rosa Montero.

Rosa Montero. / Juan Carlos Vázquez

Entre otras cuestiones, el libro analiza la estrecha relación con las drogas y el alcohol que han tenido los escritores, y abruma sólo asomarse a la lista de nombres estadounidenses. "Somos unos adictos, esa es otra de las cosas que nos pasan", reconoce Montero, quien se muestra clara al respecto: sí, esos estímulos "ayudan al principio, pero después destruyen y matan. Por eso ese capítulo se llama La musa malvada. El yo consciente es el mayor enemigo de la creación, el que te dice ‘tú no vales, ya está todo hecho, eres un impostor’ y la escritura surge del inconsciente, ocurre con ella como cuando haces el amor o bailas, que tú tienes que apagar esto [dice señalándose la sien], porque, si no, la cosa no funciona. Y, claro, las sustancias alucinógenas, el alcohol amordazan a ese yo consciente, callan todas esas dudas, pero sólo al principio".

"Tener una inventiva desmedida tiene sus inconvenientes, pero no hay que dramatizar. Es un regalo de las hadas"

En las páginas de El peligro de estar cuerda, Montero confiesa las crisis de ansiedad que ha padecido, su inseguridad a la hora de hablar en público pese a su veteranía, y cree que lo vivido con la pandemia, el descubrimiento de nuestra fragilidad que trajo el virus, ayudará a que se suavice el estigma de los problemas mentales. "Estamos en un momento importantísimo, y de nuevo hemos pagado un precio muy alto. La salud mental ha empeorado y se ha caído el tabú por el que se escondían las crisis, eso de ‘lo tienes que ocultar, que si no te rechazan’... Según dice la OMS, y creo que es una estimación conservadora, un 25% de la población mundial va a tener un trastorno mental antes o después en su vida. ¿Y qué significa esto? Que todo el mundo va a experimentar una situación así, o bien va a experimentarla alguien muy cercano, alguien de su familia, su mejor amigo. Hemos entendido que el trastorno mental forma parte básica del ser humano, algo que hasta ahora hemos estado arrinconando. El sacarlo a la luz, el encontrarnos con esa parte de nosotros, hará que la sociedad sea mucho más sana y desde luego menos infeliz".

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