Trío Gould | Crítica

El color de las notas

Marina Todorova, Israel F. Martínez y Rocío Gómez en el Alcázar

Marina Todorova, Israel F. Martínez y Rocío Gómez en el Alcázar / Actidea

En febrero de 2000, en la apertura del XVII Festival de Música Antigua de Sevilla, el violinista ruso Dmitry Sitkovetsky ofreció en el Teatro Lope de Vega, al frente de su NES Chamber Orchestra, su adaptación de las Variaciones Goldberg para orquesta de cuerdas, versión ampliada de su transcripción para trío de cuerdas, que databa de 1984.

Es la de Sitkovetsky una de las más famosas y difundidas entre las innumerables adaptaciones de la genial obra bachiana, una transcripción que tiene como principal punto de interés la clarificación de la textura polifónica de la obra. Sitkovetsky fue sobrio al trasladar las voces del teclado a la cuerda sin añadidos ni florituras (unos pizzicati causan cierta sorpresa en la Variación 19). Al vincularse las notas con las tesituras y los colores de cada uno de los tres instrumentos, cualquier aficionado puede apreciar con mayor facilidad la forma en que Bach movía sus motivos entre las voces, cómo tramaba sus juegos contrapuntísticos, cómo combinaba los principios de la variación y la unidad.

Por supuesto, se requiere a tres músicos de primer nivel para hacer que todo eso, en la escucha, se convierta en gozo. Y los tres del Trío Gould lo demostraron en una interpretación (sin repeticiones; el estricto horario del ciclo obliga) cristalina y cálida, de articulaciones nítidas y fraseo elegante y flexible, en el que los bajos del violonchelo (situado convenientemente en el centro) jugaron innumerables veces el papel director, fraguando la sonoridad general del grupo, efervescente, agitada, reflexiva, lírica, solemne (esa obertura de la Variación 16) o ensoñadora, como en el tan cinematográfico y evocativo Adagio de la Variación 25, que casi podía verse a Julie Delpy y Ethan Hawke enamorándose en el amanecer vienés.

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