El triste jolgorio del amor

Un volumen recupera 'La penumbra del bosque' y 'Ocaso', dos poemarios con los que se despedía del mundo el americano Glenn Anthony Figueroa

Glenn Anthony Figueroa, en una imagen tomada en 2005 en Sevilla, la ciudad en la que eligió vivir.
Glenn Anthony Figueroa, en una imagen tomada en 2005 en Sevilla, la ciudad en la que eligió vivir.
Braulio Ortiz Sevilla

28 de junio 2016 - 05:00

"Sé a dónde han ido los años. / Están dentro de mí, sobre mí -sin disfraz alguno-. / Fíjate bien. No están disponibles / para todos los transeúntes. Tienes que escarbar un poco. / Busca el corazón". Glenn Anthony Figueroa (New Haven, Connecticut, 1940 - Sevilla, 2013) tomó la poesía como una suerte de fuego donde prendían el dolor y el recuerdo, y articuló desde el verso una de esas obras fieramente auténticas con las que el lector se identifica. El CIEE (Council on International Educational Exchange) y el Departamento de Literatura Inglesa de la Universidad de Sevilla publican ahora dos libros inéditos de este poeta casi secreto, The Forest Dim (La penumbra del bosque) y Nightfall (Ocaso).

El volumen, que fue presentado la semana pasada en el CIEE por José Luis Martínez Martín, amigo de Figueroa y promotor de la publicación, y los editores y traductores Álvaro Albarrán y Jaime Corts, recoge la poderosa y honda semblanza de sí mismo que hace un autor que se siente ya en el declive de su vida. "Llamadme el cojo, el renco, el torpe, el tropezador. / El de pulmones atrofiados, el de piernas como palillos, piernas agotadas. (...) Sí, viejo Glenn Figueroa. / Pero, con todo, una sonrisa", apunta en el autorretrato Últimos días en el Orizaba.

El poeta, hijo de un marino portorriqueño con el que no tendría una relación fácil y una estadounidense de ascendencia italiana por la que mantendrá el afecto a sus raíces, un hombre hecho a sí mismo que entre otras ocupaciones fue taxista y tuvo como profesora en la City University of New York a Susan Sontag, se instaló en 1976 en Sevilla, una ciudad que le reservaría la felicidad pero también la tragedia: su novio, Fernando, fallecería en un accidente en 1988. Figueroa redactó La penumbra del bosque y Ocaso en una etapa en la que su salud ya flaqueaba: al desgarro de la pérdida de su amado y la añoranza de otros allegados se suma la intuición de un fin próximo, un pálpito que otorga carácter de testamento a las dos obras.

Como señalan Albarrán y Corts en el prólogo del libro, resulta revelador que el americano escogiera dos títulos que "hacen referencia a la ausencia parcial de luz. Ambas obras se escriben en los últimos años de la vida del autor y se presentan como una reflexión de su vida, tanto de su pasado como de su presente. Así, recuerda a antiguos amantes, amigos y familiares. Plantea ambas obras, así mismo, como una despedida final, no sólo de sus seres queridos, sino también de sí mismo". Un adiós en el que Figueroa se inmortaliza sin concesiones, con una franqueza descarnada -"he perdido todas las carreras posibles", dice, "nunca estuve cerca del dinero, pero aún oigo la llamada del clarín"- y en la que plasma sus vivencias asumiendo que ha sido, simplemente, un hombre más en la vasta geografía del mundo, lo que acaba haciendo su verso tan reconocible. "Te cuento todo esto, pero posiblemente has escuchado / la historia antes", asegura, aunque en otros fragmentos manifieste la certeza de que la existencia de cualquier individuo es ya en sí misma un prodigio. "En estas humeantes latitudes / prenderé chispas / de una luz maravillosa, / luego fuegos tan grandes / que los reyes de la montaña / saldrán de sus guaridas / y permanecerán en silencio / en la noche alucinante". Pese a las heridas que puedan abrirse, Figueroa siempre elegirá la vida, se mostrará valiente: "Como el ñu, / yo también debo buscar más allá del peligro / la otra orilla".

Con un estilo directo en el que a menudo entabla un diálogo con el lector -"¡Eh, tú! ¿Es que acaso quieres encontrarme?"-, Figueroa reivindica en su producción literaria los asuntos del corazón. "Vine aquí para unirme / al largo, triste jolgorio / del amor", anota en el poema que abre La penumbra del bosque, La llamada. El amor se presenta así como una realidad tan gozosa como turbadora: el escritor celebra la grandeza de la pasión pese a saber que quien sigue el dictado de ese sentimiento conocerá también la tempestad. "Zarpemos en el navío azotado por la tormenta / y aunque podríamos rendirnos, / permanezcamos aún así en él y conduzcámoslo hasta el fondo del mar", defiende el norteamericano en El navío azotado por la tormenta. Entregarse al otro, disciernen los poetas lúcidos, no es más que un ejercicio de extranjería. "Pues estábamos enamorados, ¿no lo ves? / Enamorados y arrastrados a orillas que siempre serán extrañas", declara en otro de los poemas.

Entre el realismo hiriente y la búsqueda de la inocencia -especialmente en los poemas dedicados a la hija de su amigo José Manuel, María-, Figueroa compone una despedida emocionante en la que quiere verse, así se retrata en la pieza Para mis amigos, como "una figura danzante, / riendo, gritando en agonía y alegría / mientras cojea hacia la oscuridad".

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