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'Vestidas de azul'
En una secuencia de la célebre Los bingueros (Mariano Ozores, 1979), una mujer transexual -a la que el doblaje otorga, en busca de una burda comicidad, una marcada voz masculina- intenta seducir a los personajes de Andrés Pajares y Fernando Esteso. Ambos rechazan con espanto a su pretendiente y, al grito de "¡Maricones!" -la mujer va acompañada de un amigo-, se deshacen de ella arrojándole agua hirviendo en los genitales. La brutalidad de esa escena, símbolo de los prejuicios y la mentalidad timorata de aquella época, realza la importancia que tendría una película como Vestida de azul (Antonio Giménez-Rico, 1983), un documental estrenado tan sólo cuatro años más tarde que retrataba, con respeto, lejos de la tentación del sensacionalismo, "sin moraleja de ningún tipo y ni tan siquiera juzgar", tal y como reconoce el cineasta, las vicisitudes de un grupo de mujeres transexuales.
La periodista Valeria Vegas (Valencia, 1985) admiraba la inteligencia de Giménez-Rico, que se atrevió a dar voz y a devolver la dignidad a ese grupo en "un país que despertaba en cuestión de libertades personales, pero siempre acotando dicha libertad a quien fuese distinto o minoritario", como la autora expone en Vestidas de azul, un libro publicado por la editorial Dos Bigotes y en el que se toma como punto de partida ese largometraje para analizar cómo la sociedad y los medios retrataban a un colectivo que parecía no interesar si no era abordado desde el morbo o el humor de brocha gorda. "La transexualidad no había aparecido aún en televisión: hasta un año después de la película, Informe Semanal no haría un reportaje sobre el tema", revela Vegas.
Resulta curioso que el director de Retrato de familia o la posterior El disputado voto del señor Cayo, "que no pertenecía a la ola de modernidad que sí encarnaban Eloy de la Iglesia, Pedro Almodóvar o Fernando Colomo", se comportara como un pionero con esta propuesta que para Vegas tal vez no sea una obra maestra, "pero tiene algo de lo que otros muchos largometrajes carecen: transmite verdad". En un principio, Giménez-Rico planeaba una ficción, pero al documentarse se topó con un material humano tan cautivador que entendió que debía decantarse por el documental, en el que embarcó al director de fotografía Teo Escamilla y a Jaime de Armiñán como productores.
35 años después de su estreno, Vestida de azul -que pese a haber tenido en su momento casi 300.000 espectadores hoy no está editada en DVD- sigue "transmitiendo esa verdad", considera Vegas, "en parte por la increíble selección que hicieron de sus protagonistas. Son muy cómicas, no tienen filtro", señala la escritora, que anteriormente había publicado libros como Grandes actrices del cine español o Ni puta ni santa. Las memorias de La Veneno. En el tiempo en el que transcurre el filme, las mujeres transexuales "sólo podían dedicarse a la prostitución y al espectáculo [Giménez-Rico, de hecho, buscó sin suerte a alguna universitaria, y no la encontró], pero los perfiles psicológicos son muy diferentes. Desde una que tiene los cuarenta y tantos a otra que tiene poco más de 20, la cinta reúne un abanico plural, teniendo en cuenta lo poco plural que podía ser el panorama entonces", matiza Vega. El libro se titula Vestidas de azul, añadiendo un plural al nombre de la película, porque a través de las historias de las protagonistas el ensayo ahonda en cuestiones como la Ley de Peligrosidad Social, las redadas policiales y encarcelamientos que padecían, su paso por el show business, la reasignación sexual o la relación con sus familias.
Aunque los testimonios se acercan a locales como el Centauros, que llegó a ser mítico, "allí iban los actores después de un rodaje o una obra de teatro, hasta allí se llegaron Sara Montiel o Marisol a ver las imitaciones que hacían de ellas", el retrato del mundo del espectáculo que hace Vestidas de azul destila una intensa tristeza. Las artistas, analiza Vegas, "se encontraban con que aquello era, entre comillas, otra forma de prostitución. El empresario que las contrataba no se molestaba en formarlas para que fueran mejores bailarinas, cómicas o cantantes. Las quería únicamente como carnaza, para exhibirlas como se mostraba en otro siglo en una barraca de feria a la mujer barbuda o al hombre elefante...", comenta esta periodista afincada en Sevilla.
Uno de los momentos más emocionantes del libro es el recuerdo que Giménez-Rico, del que se ofrece una entrevista, hace de la proyección en el Festival de San Sebastián. Las protagonistas "tuvieron un incidente en el hotel, el recepcionista no quería alojarlas, al comprobar los nombres de sus documentos de identidad pensaría que se trataba de travestis callejeros", resume Vegas. Luego, en el pase, las actrices lloraron al ver sus vidas llevadas a la pantalla. "Yo comparo", dice la autora, "la participación en el festival con el baile de la Cenicienta. Si ese año fue Jeremy Irons, por ejemplo, a presentar una película, luego él volvería a su limusina o a un apartamento maravilloso, pero ellas regresaban a sus calles y al Centauros".
Entre otras cuestiones, Vegas describe cómo se confundían en aquellos años los términos de travesti y transexual o la particular relación que estas mujeres tuvieron con sus familias. "En muchos casos las aceptaban, pero Giménez-Rico da un apunte interesante: lo hacían con el subterfugio de que eran artistas. Eso les permitía ciertas licencias, esa extravagancia. Omitían la realidad, que eran personas atrapadas en otro cuerpo".
Vegas, que durante la redacción de su obra descubrió que Josette, uno de los personajes, seguía vivo a pesar de que la mitología de internet lo daba por muerto, define su libro como "una obra para cinéfilos, en el que sale mucho director y mucha actriz, y para quien se interese por el análisis de la sociedad y los temas de género. Y es un espejo para ver cuánto hemos cambiado".
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