Una vida en plenitud

Antonio Bonet Correa | Obituario

La catedrática emérita de Arqueología de la Universidad de Sevilla y Académica de la Real Academia de la Historia rinde tributo al maestro y al amigo

Antonio Bonet Correa, rodeado de libros.
Antonio Bonet Correa, rodeado de libros.
Pilar León-Castro Alonso

22 de mayo 2020 - 22:20

¡Qué noventa y cuatro años! Ni el físico le fallaba. Si a la vida en plenitud se le puede poner nombre, ése es el de Antonio Bonet Correa.

El Maestro y el amigo ya es recuerdo y yo lo recordaré siempre como don Antonio, por más que él quisiera siempre que los próximos le quitáramos el "don". Era imposible hacerlo por admiración, por respeto y por deseo cariñoso de no equipararlo en el trato con cualquiera.

Llegó a la Universidad de Sevilla en estado pletórico, joven, guapo, arrasador, tan atractivo en el plano físico como en el intelectual. Un lujo, al que Sevilla se rindió, sobre todo al comprobar, que para él el lujo era Sevilla, tenerla a mano y vivirla. Lo dijo por las claras en su discurso de investidura como Doctor Honoris Causa por nuestra Universidad. Como de costumbre demostró al hacerlo generosidad y altas miras, porque no todo fueron mieles en los años sevillanos. Pero bueno era Bonet para arrugarse ante críticas cicateras. Con ocasión de aquel discurso quiso revivir y evocar la experiencia vivida entre nosotros como lo que realmente fue: un subidón de vitalismo, de inquietud, de curiosidad, de cultura, de estudio y de enseñanza.

Fue un maravilloso derroche de energía para inyectar a Sevilla apertura, renovación, cambio de aire e interés por mirar hacia fuera. La presencia de don Antonio en librerías, salas de exposiciones, museos, conferencias, periódicos llegó a ser una foto-fija. Es verdad que a todo ello ayudaba el ambiente ansioso de renovación de la juventud universitaria de los años 60, pero lo es también la fuerza del ejemplo que daba Antonio Bonet. Pagó su precio por ello, pues como miembro de la Junta Democrática fue encarcelado en 1975 por la represión de finales del franquismo. Un espíritu libre y un universitario de cuerpo entero, como era don Antonio, aprovechó la ocasión para observar y analizar la arquitectura de la cárcel, tema de un trabajo posteriormente publicado.

Durante su estancia entre rejas estudió la arquitectura de la cárcel, tema de un libro posterior

Para una vida tan intensa, que lo llevó a cruzar continentes, hacía falta un motor a tope y el de Bonet iba superrevolucionado. Fue así desde joven. El ambiente coruñés de su infancia; el círculo familiar en el que se educó, en el que la literatura, el arte, la cultura eran caldo de cultivo cotidiano; su trayectoria estudiantil en la Universidad de Santiago; todo estaba marcado por la alegría de vivir, por la sensibilidad, por una curiosidad insaciable y por el buen humor. Los años no pasaban por él, fue siempre igual y eso explica que, alcanzada la cátedra, dejara huella profunda en todas las Universidades y ciudades, por las que pasaba. En todo lo cual hay un punto de inflexión decisivo: Francia.

Francia es capítulo aparte. La vida de Antonio Bonet está marcada por la influencia francesa. Llegó muy joven a comienzos de los años 50 y entre 1952-1957 fue Profesor Ayudante en la Universidad de la Sorbona en la cátedra del historiador del arte e hispanista Élie Lambert. La Sorbona y el Museo del Louvre lo absorbieron en su quehacer intelectual. París puso lo demás. El enriquecimiento personal que experimentó fue inmenso y dejó en él un poso denso y perenne. Él mismo lo recordaba y reconocía, que no fue sólo lo mucho que aprendió junto a Lambert sino su inmediata compenetración con la forma de vida, con las costumbres y con la cultura francesa. Su pensamiento, su metodología científica y su visión de la Historia del Arte se acrisolaron allí y desde allí empezó a emitir brillo la estela internacional de Antonio Bonet, al que colegas y compañeros otorgaban reconocimiento.

Su pensamiento, su metodología y su visión de la Historia del Arte se acrisolaron en Francia

Así adquirió una madurez, que afortunadamente pudimos disfrutar en España, aunque Francia hiciera lo indecible por retenerlo. Pero fue al revés. Fue don Antonio el que retuvo a Francia en su saber, en su mensaje y en su vida, porque allí conoció a su mujer, Monique Planes, la que lo secundó siempre y la que puso tanto como él mismo, para que él llegara donde llegó. La familia por ellos formada, sus hijos, su casa todo lleva el aire de Francia y en su españolidad no falta el toque a la francesa.

La proyección internacional de la persona y de la obra de Antonio Bonet es del máximo calibre. Generaciones de estudiantes españoles y extranjeros han seguido sus clases, sus cursos de doctorado, sus conferencias, sus charlas particulares. Sabía muy bien lo que hacía y lo resumió magistralmente en el citado discurso de investidura como Doctor Honoris Causa: "Siempre consideré que era un servicio indispensable procurar iniciar a los estudiantes más jóvenes en el entusiasmo por el arte". Entusiasmo. Antonio Bonet entusiasmaba al alumnado, porque sus clases compartían la hondura del conocimiento con una amenidad inolvidable. Fue genial y célebre en toda la facultad de Filosofía y Letras lo de Celia Gámez, a la que evocó bajando las escaleras del plató de una "revista", para explicar la estructura escalonada del zigurat. ¡Qué arte! Me lo contaba a carcajadas mi hermana Aurora -"¡Mira por donde ha salido hoy don Antonio!"-, discípula dilecta y continuadora de la manera de entender y explicar la Historia del Arte transmitida por el Maestro.

Muy vinculado al Museo del Prado, era la estampa viva de la elegancia física y espiritual

Tengo vivos recuerdos de don Antonio de estos últimos tiempos. Los rememoraría encantada, pero no es ocasión ni hay espacio. Me voy a limitar a uno, que me causó gran impacto. Fue hace pocos años, en 2016, con motivo del homenaje que le tributó la Fundación de Amigos del Museo del Prado en el auditorio del Museo. Había que verlo sentado en el escenario del auditorio, solo, con un brazo en cabestrillo y bastón en mano. Era la estampa de la elegancia física y espiritual. Bonet en estado puro.

Hace años en un trabajo dedicado al Maestro Bonet escribí: "Suele estar extendida la creencia, de que un maestro es el que forma a un discípulo de principio a fin, esto es, el que lo impone en la hermenéutica de una ciencia, el que le transmite una metodología, el que le descubre unas fuentes. Ello es muy cierto, pero no excluyente. Maestro es también el que fuera de las aulas alecciona con su estilo de vida, estimula con la riqueza de su obra y distingue con su afecto en el trato. Tal es el magisterio que sobre mí ha ejercido el profesor A. Bonet, al que en prueba de respeto y admiración dedico este modesto trabajo".

Me reitero en todo y dedico al Maestro mi recuerdo más agradecido y emocionado.

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