FERIA Toros en Sevilla hoy en directo | Morante, Castella y Rufo en la Maestranza

Arte

Un grano de pimienta encierra el mundo

  • El libro 'La vida secreta de los cuadros', de Agustín Sánchez Vidal, investiga los mensajes ocultos en las pinturas del Museo del Prado

'Las lanzas o La rendición de Breda' de Velázquez.

'Las lanzas o La rendición de Breda' de Velázquez. / Museo del Prado

¿Y si los bodegones, en su aparente modestia, encerraran el mundo? ¿Inspiró la Inmaculada Concepción la bandera de la Unión Europea? ¿Fueron siempre las zanahorias de color naranja? ¿Qué influencia ejerció Calderón de la Barca sobre Velázquez? El profesor, guionista y escritor Agustín Sánchez Vidal explora alguno de estos enigmas en La vida secreta de los cuadros (Espasa), un libro que propone una relectura, desde la erudición y la anécdota, de las obras del Museo del Prado. Una publicación en la que el ensayista y narrador (Cilleros de la Bastida, Salamanca, 1948), ganador del Premio Primavera de Novela entre otros reconocimientos, aborda los "momentos de felicidad" y el "disfrute" que le han provocado sus visitas a la pinacoteca madrileña.

El ya jubilado Sánchez Vidal, que ha sido profesor de Literatura y catedrático de Cine en la Universidad de Zaragoza, lleva casi un cuarto de siglo colaborando con la Fundación Amigos del Museo del Prado. Y define al museo como "una especie de ágora sobre lo que nos ha constituido como colectividad", que cuenta "un país y hace una lectura de España", y defiende que el proyecto ha desbaratado los prejuicios de intelectuales como el profesor de Oxford Kenneth Clark, que en 1969 aseguró en un libro sobre la cultura occidental, que se convertiría más tarde en una serie de la BBC, que España no había "hecho nada por ampliar la mente humana". Sánchez Vidal se admira cuando recuerda la evolución que ha vivido el museo: "Yo lo conocí cuando era una propuesta para entendidos, a la que prácticamente iban los que estudiaban Historia del Arte y algún turista ilustre, como Orson Welles o Sergio Leone. Pero de una realidad aislada ha pasado a ser un punto de encuentro, el Prado se ha transformado en un gran divulgador de sí mismo, y la fundación a la que pertenezco prolonga esa tarea. Pero no ha sido siempre así, ha requerido mucho esfuerzo y una visión clara de hacia dónde se iba", apunta con orgullo.

'Bodegón con taza de plata, copa roemer y ostras' de Willem Claesz Heda. 'Bodegón con taza de plata, copa roemer y ostras' de Willem Claesz Heda.

'Bodegón con taza de plata, copa roemer y ostras' de Willem Claesz Heda.

Entre las cuestiones que trata en su libro, el que fuera guionista de Carlos Saura en Buñuel y la mesa del rey Salomón reivindica las claves que esconden, pese a su carácter engañosamente "inofensivo", los bodegones. El investigador sabe que "demasiado a menudo la Historia se escribe con mayúsculas", con "mucho salpicar de sangres y retumbar de bronces en cañones, campanas o estatuas", pero más allá de las grandes escenas de batallas o rendiciones también son ilustrativas las obras "más de a diario".

"El bodegón es un género muy recogido, muy de interior, poco retórico", explica el autor, que pone como ejemplo de su valía una de las grandes culminaciones en este ámbito, la obra de Sánchez Cotán, "que fue cartujo en Sevilla y que cuando pintaba verduras podía captar la belleza de un cardo, lo que recuerda a eso que decía Santa Teresa de que Dios estaba también en los pucheros. Él demuestra que uno puede cantar la grandeza del Creador, exhibir su fe sin subrayados ni solemnidades. Es obvio que esas piezas no son pintura religiosa, pero sentimos lo mismo cuando Zurbarán pinta esos bodegones tan ascéticos, que estamos ante una forma de camino de perfección", argumenta.

'Bodegón de caza, hortalizas y frutas', de Juan Sánchez Cotán. 'Bodegón de caza, hortalizas y frutas', de Juan Sánchez Cotán.

'Bodegón de caza, hortalizas y frutas', de Juan Sánchez Cotán. / Museo del Prado

El bodegón, incide, "dice mucho más de lo que parece" y "esto lo sabían los holandeses, que tenían las imágenes religiosas bajo sospecha, por el calvinismo, y hallan en este registro la oportunidad de contarse, de mostrar la opulencia que había en Flandes, la riqueza de los Países Bajos, con una flota que iba a buscar las especias a las Islas Molucas. Investigando, uno quita capas y se da cuenta de que las zanahorias antes no eran todas de color naranja y las que se retrataban así eran como un homenaje al príncipe de Orange, que significa naranja en holandés y en otros idiomas; que el arenque es un símbolo de la resistencia contra los españoles, porque ese alimento les permitió aguantar cuando estaban sitiados en una batalla...", prosigue Sánchez Vidal, que ha "intentado llamar la atención sobre unos cuadros que son pequeños y que corren el peligro de pasar desapercibidos si uno va muy deprisa. Uno puede pasar por delante y no percatarse de todo lo que hay". Un cucurucho que contiene pimienta con la que sazonar unas ostras está hablando de lo que desencadenó el descubrimiento de América: fue buscando una ruta alternativa para conseguir especias como se produjo esta hazaña.

'La Inmaculada Concepción' de Zurbarán. 'La Inmaculada Concepción' de Zurbarán.

'La Inmaculada Concepción' de Zurbarán. / Museo del Prado

El azul, señala el estudioso, es "uno de los grandes protagonistas del Prado", gracias a cuadros como La Anunciación de Fra Angelico, a pesar de que durante un largo tramo de la Historia ese color fue un concepto escurridizo. "Resulta que los griegos no tenían noción del azul, lo que desconcierta", admite Sánchez Vidal. "¿Cómo describían esos hombres entonces el Mediterráneo? Homero no utiliza en ningún momento la palabra azul. ¡Y eso que Odiseo, Ulises, está casi todo el tiempo navegando! Empiezas a tirar del hilo, y comprendes que el único pigmento que te aseguraba un azul estable venía del lapizlázuli, que había que buscar en una mina de Afganistán, nada menos, y valía más que el oro". Se trataba de un material tan valioso que los mecenas le dedicaban cláusulas en los contratos con los pintores, aunque la situación cambió cuando se asoció el azul a la Virgen María, "y se convierte en el color de la Inmaculada, las de Murillo y las de toda la escuela sevillana". Cuando la Unión Europea elija esa tonalidad para su bandera, y remate el diseño con las doce estrellas de la Virgen "que se pueden ver por ejemplo en la Inmaculada de Zurbarán, que pertenece al Prado, los protestantes considerarán aquello una conspiración católica y entrarán en cólera", cuenta Sánchez Vidal.

En La vida secreta de los cuadros se expone cómo Felipe II compaginaba su devoción por Tiziano con la fascinación por otro artista en las antípodas, El Bosco. "Nos olvidamos de que la mitad de la sangre del monarca, por parte paterna, era flamenca", analiza Sánchez Vidal, antes de afirmar que "la apuesta que hizo Felipe II por El Bosco nos da la pista de su complejidad, su inteligencia. El pintor cautivará a Dalí y a los surrealistas, y hoy sigue cautivando a la gente. Cuando se organizó la exposición por su quinto centenario, en 2016, era imposible ver con tranquilidad El jardín de las delicias, de toda la atención que suscitaba".

'Tríptico del carro de heno', de El Bosco. 'Tríptico del carro de heno', de El Bosco.

'Tríptico del carro de heno', de El Bosco. / Museo del Prado

Velázquez, uno de los maestros indiscutibles de la colección del Prado, protagoniza algunas de las historias del libro. Sánchez Vidal expresa su asombro por la delicadeza con la que retrata a los bufones. "Si uno observa al Niño de Vallecas, o al Primo, percibe en ellos la misma dignidad que en la familia real. Bufones había en muchas otras cortes, lo que no tenían en las demás cortes era a un pintor como Velázquez". Sánchez Vidal recoge el equívoco que se vivió delante de Las lanzas o La rendición de Breda cuando en 2021 un actor, Daniel Ortiz, interpretó ante el cuadro un texto atribuido a Fernán Gómez, escrito en realidad por Arturo Pérez-Reverte pero que se encontró entre los papeles del intérprete y director. En todo caso, "es un cuadro con puesta en escena, una composición que cuenta una historia, muy narrativa. Velázquez no es testigo presencial, no estuvo en los Países Bajos, pero, ojo, sí que conoció a Spínola, hizo con él la travesía desde Barcelona hasta Génova, y pudo tomar notas. Se aprecia que conoce al gran protagonista, del que decían que era un general magnánimo. La historia la reescribe en una pieza teatral [El sitio de Breda] Calderón de la Barca, que sí que había peleado, seguramente estuvo en los Países Bajos, y sí tenía testimonio directo. Sin duda Velázquez vio esa obra y trasladó el último acto al lienzo con una gran sensación de naturalidad. La prueba de que estamos ante un genio es que la pintura histórica no era su especialidad, que en este género sólo pintó otro cuadro más, La expulsión de los moriscos, y sin embargo", concluye, "el resultado es sencillamente prodigioso".

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios