Análisis

Rocío Ruiz Benítez

Llueve sobre mojado

La pandemia y la guerra deUcrania aconsejan que se replanteen las cadenas de suministro y hasta las cuotas a la producción agrícola

Esquema de una cadena de suministro.
Esquema de una cadena de suministro. / Archivo

09 de abril 2022 - 06:02

Nuestro modelo de abastecimiento global, después de décadas de crecimiento, consolidación y mejoras significativas para empresas y países, está en peligro. Inevitablemente, llueve sobre mojado, y la guerra entre Rusia y Ucrania ha debilitado aún más una cadena de suministro que se encontraba todavía en la UCI, tras dos años de pandemia mundial. La sombra del desabastecimiento y la escasez se cierne sobre nuestras cabezas. Pero, ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Todo comienza hace poco más de dos años.

El abastecimiento de materiales y productos en la era preCovid actuaba de manera global, con la precisión de un reloj suizo. Una cinta transportadora continua y tensa, donde tanto la demanda como la oferta estaban equilibrados. El flujo de mercancías satisfacía todos los puntos de producción y de consumo. Vías de transporte sólidamente establecidas que albergaban todo el flujo necesario para satisfacer la demanda mundial.

La pandemia trajo un parón en la fabricación, tanto de productos finales, como de componentes intermedios e incluso, de materias primas. El contagio entre trabajadores o la falta de componentes esenciales obligó, en muchos casos, a ello. En otras ocasiones fue una decisión voluntaria, vista la caída de la demanda.

Las empresas, entonces, empezaron a utilizar su inventario, que no era mucho. Tras años de implementar políticas para disminuir costes, habían conseguido reducirlo a mínimos.

Una vez superado lo peor de la crisis sanitaria, y siempre alerta ante nuevas variantes del virus que parecían amenazar la recuperación, la actividad se reanudó. Pero volver a producir al 100% de la capacidad no es fácil. Tampoco instantáneo. Muchas empresas necesitan tiempo para recuperar su funcionamiento habitual y poder producir grandes cantidades. Les faltaban materias primas o componentes esenciales, que no recibían por la propia escasez de otros componentes y por problemas en el transporte de mercancías.

Después del parón pandémico, los sistemas de transporte no estaban preparados para acomodar de nuevo un flujo tan repentino y elevado, y fruto de ello, los costes de transporte se incrementaron notablemente, debido, no sólo al aumento de la demanda, sino a la crisis energética.

Esta situación ya preocupante de por sí, se vio agravada, a finales de febrero, por el comienzo de la guerra entre Rusia y Ucrania. Un conflicto que empeoró notablemente una cadena de suministro global que venía muy dañada tras dos años de pandemia y un leve intento de recuperación. La guerra ha traído graves consecuencias para las cadenas de abastecimiento en múltiples aspectos.

En primer lugar, ha empeorado la crisis energética que comenzaba en otoño de 2021. Rusia proporciona cerca del 40% del gas consumido en Europa, llegando hasta el 65% en el caso de Alemania. Además, está entre los grandes productores de petróleo a nivel mundial. Como consecuencia, el coste de transporte sufrió un incremento aún más acentuado debido al precio de la energía.

Por otro lado, ha dificultado el transporte internacional. Al limitar los espacios aéreos y la entrada en puertos rusos y ucranianos, la ruta comercial Asia-Europa se ha visto seriamente perjudicada. Se ha producido una gran congestión en los puertos, que amontonan producto y que no puede salir, colapsando el transporte marítimo en ciertas regiones. Se han buscado rutas alternativas que aumentan la distancia recorrida y consecuentemente el coste de transporte, ya incrementado por la subida en el precio de la energía.

Además, algunos sectores están siendo especialmente castigados con el desabastecimiento de las materias primas necesarias para su funcionamiento. En particular, el sector alimentario y todos los sectores dependientes de tecnología basada en chips y semiconductores, entre ellos el de la automoción, están gravemente afectados. Rusia y Ucrania representan un tercio de las exportaciones globales de trigo y son también grandes exportadores de maíz y aceite de girasol. También son los principales exportadores de neón y paladio, utilizados en la producción de semiconductores y chips, así como de otros metales utilizados en el sector industrial.

Finalmente, las sanciones económicas y políticas impuestas a Rusia limitan la actividad comercial con empresas del país que participan en las cadenas de suministro, afectando a su funcionamiento.

Por lo tanto, estos dos últimos años, ponen de manifiesto que las cadenas de suministro no viven ajenas al entorno geopolítico ni a catástrofes de alcance global. Lo que hace dos años nos parecía sacado de una película de ficción, o al menos improbable, desafortunadamente ha demostrado ser posible y muy real.

Quizás es el momento de que las empresas se replanteen la estructura de sus cadenas de suministro y sus fuentes de abastecimiento, y de que los países se replanteen esas cuotas que limitan su producción agrícola y los hacen dependientes de fuentes externas. Y ya puestos, de que ambos se replanteen su dependencia energética, y de verdad se apueste por una fuente natural e ilimitada de energía. Porque la tecnología está ahí para hacerlo posible, y quizás lo que falta es una voluntad firme y apartada de intereses económicos.

Y esperemos que no vuelva a llover.

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