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La ciudad y los días

Carlos Colón

Almonteños

GOZAR de la amistad de un almonteño -¿no es verdad, Revolcao?- es como hacerlo de la amistad de un cirio verde de la Macarena, un armao de su Centuria o quien haya vivido allí, día tras día, guardando memoria de las huertas, la Resolana de vaquerías y tranvías, la Esperanza en San Gil y la Macarena visitando el Hospital de la Sangre. Porque sólo ellos gozan de esa herencia que Montesinos definió así: "Silencioso es el rito, no aprendido, sino heredado, yéndole en la sangre".

Así es la pertenencia de los almonteños al Rocío. No más sincera que la de quienes con ellos -manriqueños a la cabeza- son antiguos devotos de la Virgen. Pero sí arraigada en la tierra y crecida en una proximidad que sólo ellos -santero, camaristas, hombres que la llevan, mujeres que hacen las flores de papel que cada siete años se hacen cielo de Almonte para recibirla- gozan. Tiene muchos hijos esta Madre. Pero sólo los almonteños viven con ella, se quedan junto a ella cuando todos regresan y la atienden en sus diarias necesidades. Por eso muchos pueden hablar del Rocío con fundamento, pero sólo ellos pueden hacerlo como quien habla de su Madre, Patrona y Vecina. Lo sé porque los he visto absortos ante ella en la ermita, abierta la puerta del crucero a las marismas plenas del invierno o al fuego blanco del verano; porque los he visto, cuando la Virgen vive en Almonte, llenar todos los días, de la mañana a la noche, la parroquia de la Asunción en un silencio solo roto por el breve aleteo de los abanicos; porque conozco almonteños como José Antonio García Núñez -que cada Domingo de Ramos viene desde Almonte para ver a mi Virgen de San Juan de la Palma bajar por la Cuesta del Rosario- a quien puedo llamar amigo aunque nos veamos de rocíos a ramos: quien entra en un corazón almonteño halla allí acogida para siempre.

Es cierto que la misa de romeros de ayer la presidió el Cardenal de Sevilla porque se conmemora el 90 aniversario de la coronación de la Virgen en 1919 de manos del entonces Cardenal de Sevilla, Enrique Almaraz. Y que su impulsor y organizador fue el canónigo sevillano Muñoz y Pabón. Pero no es menos cierto que esa popularidad, ese culto y esa devoción tenían, tienen y tendrán su centro histórico y la seguridad de su continuidad en el tiempo en la devoción almonteña; o que, como ha escrito el hermano del Rocío de Sevilla Manuel Romero Treviño, años antes que Muñoz y Pabón había pedido la coronación el párroco de Niebla, Cristóbal Jurado Castillo. Sevilla será el altavoz que amplifica la palabra, pero Huelva es la boca que la pronuncia y Almonte el corazón que la dicta.

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