Desde mi córner

Luis Carlos Peris

Antonio Álvarez, un legendario que ya estaba en la leyenda

ESTABA ya. No hacía falta que al gran Antonio Álvarez Giráldez lo declararan oficialmente legendario del Sevilla para reconocer que ya lo era. Hay que insistir en que aquello que idease José María del Nido a fin de ensalzar el presente para abrillantar el presente y cimentar el futuro fue un muy buen invento. Antonio ya es el noveno dorsal de leyenda de su club y hasta podría ser también legendario su papel en el banquillo.

Aquella final ganada tan brillantemente al muy odiado Atlético de Madrid en el Camp Nou es el mayor hito conquistado por un entrenador sevillista, sevillista de corazón, no de profesión. Pero toca ensalzar su figura como figura grande que fue de corto tras un tiempo en que sufrió lo suyo para afianzarse como último hombre de la defensa. Y, tras la incertidumbre, aquel Ciudad de Sevilla del 78, el del debut de Bertoni, para irrumpir y quedarse como fijo.

Un percance de Juan María Rivas impulsó a Carriega a alinearle en aquella fiesta que era el trofeo de la ciudad y que iba a ganar el Sevilla en su casa de Nervión. Con Paco Gallego, otro legendario de compañero en el corazón de la defensa, surgió rutilante. Luego compartió dúo con Rivas hasta que apareció uno de los mejores centrales de la historia del Sevilla. Con Ricardo Serna formaría, junto a Nimo y Sanjosé, otro legendario, el parapeto del mejor Sevilla de Cardo.

Diez años después del debut fue víctima del expansionismo que en el 88 quiso implantar Luis Cuervas. En ese verano acabó su vida como jugador grande del Sevilla. Un grande que tuvo el infortunio de una lesión calentando que le cerraría las puertas de la selección. Muñoz lo llamó otra vez y unas fiebres le impidieron poder proclamar el orgullo de la internacionalidad, pero nadie podrá poner en cuarentena que Antonio Álvarez es un nombre de oro en la historia del Sevilla.

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