Buenas vallas, buenos vecinos

Un vecino ruidoso por sistema, leguleyo y aprovechado por lo fino puede ser tu peor pesadilla

31 de mayo 2022 - 01:46

Sobre los que comparten condominio, Robert Frost acuñó una frase de esas que ya te acompañan toda la vida y que ponen a prueba la paciencia de tus allegados: "Buenas vallas hacen buenos vecinos". El poeta estadounidense lo pone en boca precisamente de un vecino que se la suelta a quien vive al otro lado del muro, vale decir de la pared medianera o tabicón aliado del alcahuete... y martirio de quien adora su intimidad como primer tesoro a partir del que encontrar otros a lo largo de la vida. Nos cuenta Frost en verso que el de un lado prefiere abatir el muro común, que se desmorona, porque él cultiva pinos y el otro lo tiene manzanos, y no hay vacas que se coman la hierba indebida. Por su parte, el que repite nuestra frase no transigirá con vivir sin él. El poema se titula Reparar el muro. Y a pagarlo a medias.

No hay nada de poesía en las comunidades de vecinos. Cualquier planteamiento idílico sobre cuotas, derramas, zonas comunes y barbacoas en chándal es completamente desatinado a la postre, salvo excepciones. Las buenas maneras y, sobre todo, estar al día en las citadas cuotas son exigencias más que suficientes. Tener un vecino mangón, ruidoso por sistema, porcachón en la escalera, espabilado, exigente, leguleyo y, en definitiva, que no hable tu idioma -dicho de forma genérica- puede ser tu peor pesadilla. Uno de los peores es el que con suaves maneras hace de su capa un sayo, rayendo el suyo al prójimo (por definición, un vecino es el prójimo más próximo). Suele estar muy puesto en las normativas, sobre todo para pasárselas por el arco de su triunfo.

Un espécimen nuevo que ha dado a las vecindades la condición de vecino es el vecino efímero, el turista. Va a veces en manada o dando el cante y la brasa por las calles celebrando la pérdida de la soltería o la condición de hincha. Ese vecino no deja de recordar la inestabilidad que la gente nueva provoca en la gente estable de un bloque o urbanización o finca. Un nuevo comunero -verdadero vecino- viene con ansia y ganas de que se vea que está allí como el primero (es normal: se ha gastado una pasta y allí morará fijo). Pero no hay turbación que el tiempo no cure, y la vecindad se adaptará y se aceptará... puede que con sorda aversión, pero ya sin insomnio. Lo de los vecinos de ocasión, sin embargo, no tiene remedio. Sí, uno: unas buenas vallas, pero jurídicas, o sea, que eviten el carrusel de turistas en las casas de vecinos. Se trata de evitar que unos críen manzanas turísticas mientras otros crían pinos familiares... o pura paz del hogar. (Nota innecesaria: no hay ningún piso turístico donde vivo.)

stats