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¡Oh, Fabio!

Luis Sánchez-Moliní

lmolini@grupojoly.com

Copla gay

Hay causas que terminan imponiéndose de una manera nítida, la del colectivo LGTBI es una de ellas

Animado momento del Orgullo de este año en Sevilla.

Animado momento del Orgullo de este año en Sevilla. / Juan Carlos Muñoz

UN periodista progresista me dijo una vez que existía un sistema infalible para saber si alguien era homosexual. Consistía en canturrear los primeros compases de Francisco Alegre. Si el investigado continuaba la letra con entusiasmo era la prueba irrefutable de que militaba en la piompa. Aquello me dio que pensar, porque uno de los temas favoritos de mis melopeas de juventud fue, precisamente, la hermosísima canción de Antonio Quintero, Rafael de León y Manuel Quiroga, que cantó como nadie Juanita Reina. También otros como Palmero sube a la palma o Anuska, una viril y romántica canción de guripas que hablaba del frente del Voljov. No sé si algún filólogo ha hecho alguna investigación seria sobre las coplas de borracho, pero es un tema que da para tesis o, al menos, para una ponencia en algún congreso con todo pagado.

A nadie se le escapa que la canción española (llamada así antes del plurinacionalismo actual) siempre fue del agrado del colectivo gay y transexual. Tampoco que entre sus intérpretes abundaban los de la otra acera, aunque eso no impidió que el franquismo convirtiese al género en una de las puntas de lanza de su política cultural (con la complacencia, eso sí, del gremio). Las folclóricas se llevaban bien con el Caudillo. Pero los tiempos cambian y los afectos también, y si por algo se recordará el Orgullo de 2022 es por el idilio entre el colectivo LGTBI y las folclóricas de toda la vida, desde María del Monte a la Pantoja, pasando por el espíritu de la gran reina trans, Rocío Jurado, cuyo tema Como yo te amo se ha convertido en una especie de himno gay.

Hay causas que terminan imponiéndose de una manera nítida. La de la normalización de la homosexualidad ha sido una de ellas. Esto se ha debido a que la izquierda vio en el movimiento LGTBI una de las maneras de retomar el tren de la historia del que la caída del muro le había apeado (atrás quedó la homofobia del Che, Castro o el PCE) y a la actitud valiente de muchos homosexuales que fueron capaces de salir del armario no ahora, cuando te aplauden las masas y todo es de color rosa, sino en los tiempos duros. El valor, sea el de un pelotón de soldados en Salamina o el de un grupo de mariquitas de pueblo, es algo que siempre conmueve. Pero no estoy de acuerdo con esa idea de que España y Europa están al borde de una regresión en estas cuestiones. Eso es pura casquería electoralista. Sólo hay que ver los telediarios. La prueba de que el viento sopla de popa para la causa LGTBI es que todos aquellos que hace apenas unos años miraban para otro lado ahora hacen todo lo posible para hacerse la foto con el arcoíris: el concejal cateto, la multinacional inhumana, el artista oportunista, el periodista listillo... Ahí están todos, huelen la victoria, como el teniente coronel Bill Kilgore.

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