La Sevilla del guiri

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Cumpleaños capitalista

26 de mayo 2012 - 01:00

MI hijo menor está a punto de cumplir tres años. Lo celebraremos en casa entre familia cercana, principalmente con regalos, demasiados regalos. Regalos para él, y para su hermano. El mismo número de regalos para cada uno, y quizás incluso los mismos regalos, para que no se peleen, por los regalos, o por una susceptibilidad cuya causa es difícil de identificar. Todo en balde. Se van a pelear en cualquier caso, salvo si no les damos regalos.

El corazón se me encoge al recordar la Navidad pasada y la ansiedad que entró a mi hijo mayor al ver que Papá Noel le había dejado una pila de regalos debajo del abeto. Su cara se convirtió en todo un poema de agitación. Sus manos temblaban. No sabía cuál abrir primero. Me miró, pidiendo que le aclarase la situación, como cuando unos extraños están riendo por alguna gracia que ha hecho, y no sabe si es el blanco de la broma, o el bromista.

Y todo esto ni siquiera fue lo peor. Al terminar de abrir los regalos, yo podía ver que estaba lejos de saciarse. Quería más. Sin duda, cuantos más regalos hubiera abierto, más habría querido abrir y menos satisfecho se habría quedado. En aquellos momentos, y en los días después, mi hijo era el vivo retrato de nuestros tiempos, la fiesta terminada, y cara a cara con los recortes, las denegaciones, y la sobriedad. Peleaba con su hermano por un juguete, y su hermano con él por otro, y al conseguirlos, ya no los querían. Durante tres o cuatro días, imperaba el empacho y un humor de perros. Merry Christmas. ¡Ho! ¡Ho! ¡Ho!

Los europeos echan la culpa del consumismo equivocadamente a mi país. Es verdad que EEUU fue el primero en el que la enfermedad se desató a masiva escala. Eso porque fue el primero en el que la gente sin educación profunda llegó a forrarse. Derrochar sus sacos de dólares en horteradas era su principal forma de diversión. De ahí el término ugly american (americano feo), acuñado en Gran Bretaña. Había muchos ugly brits también, pero no tenían el dinero para viajar y hacer gala de su tosquedad en atención a todo el mundo.

Para que el consumismo se asiente en una sociedad tiene que haber tanto dinero como ignorancia. Que EEUU satisface este criterio está fuera de duda, pero España no va mucho más atrás, crisis económica o no. Aun ahora, el principal motivo que mueve a muchos, demasiados, españoles a salir de la cama sigue siendo lo que sueñan comprar y/o el poder mantener y adorar lo que han comprado. El capitalismo tiene que ver con todo esto. Es gracias a ello que nos hicimos ricos, a costa de los menos afortunados y del medio ambiente, claro. Ésta es otra de las vergüenzas. Limitemos de momento el daño que el capitalismo está haciendo a los aparentes ganadores, por no habernos preparado mejor para aprovechar la fruta caída.

Pregunta a casi cualquier universitario tanto de EEUU como de España, por qué está en la universidad, y te dirá: "Para poder conseguir un buen trabajo". No hay nada mal en querer esto, ni siquiera si un buen trabajo significa un trabajo bien pagado. El mal es tenerlo como único objetivo. La universidad (tanto o más en España que en EEUU), al convertirse en una especie de formación profesional, fomenta esta monometa. Se ocupa en producir licenciados hábiles, no cultos. Enseña maneras de hacer dinero, no cómo vivir con él. En España, para un graduado de Derecho, de Medicina, de Empresariales, de Ingeniería e incluso de Magisterio es casi de rigor hablar con desdén de aquellos que han elegido estudiar las puras Humanidades, como si éstos hayan derrochado el dinero del Estado. Qué pena que aquellos que estudian por el simple placer de conocer y apreciar la herencia de la humanidad, no acabaran siendo la gran mayoría de la clase media alta. Quizás, con la cultura aprendida, pensarían dos veces antes de desperdiciar su dinero en coches de lujo, bodas extravagantes, vacaciones prefabricadas, tecnología flamante, ropa de marca, y los caprichos de sus niños.

Digo pensar dos veces, porque yo, licenciado en Literatura Inglesa, siempre pienso dos veces antes de desperdiciar mi dinero, pero lo hago de todas formas. No me obsesiono en lo que me gustaría comprar, o en lo comprado, porque no gano lo suficiente para comprar lo que verdaderamente quiero. Sólo con la fortuna de Bill Gates podría ejercer el consumismo a mi nivel exigido. No me queda más remedio que aspirar a una vida sencilla. O tener más dinero que sea posible gastar, o tener precisamente lo justo para cubrir el alimento sano, un sitio seguro para dormir, y los recursos y el tiempo libre para que mi familia y yo podamos realizarnos en todos los sentidos, salvo el económico. Para mí, éstas son las dos únicas recetas para alcanzar la felicidad.

Me marché de EEUU a Europa, precisamente España, para huir del consumismo, pero sigo estando en su radio. ¿A dónde voy ahora? ¿Cuba? ¿Tengo que aguantar una dictadura, supuestamente comunista, para saber lo que es vivir con escuelas, hospitales, alimentación y seguridad, pero sin que haya tanta confusión entre la felicidad y la comodidad, entre la calidad y el lujo? Yo también vivo bajo un dictado. Aunque no impuesto, no por eso es menos imponente. Lo elijo pasivamente, porque sus valores son los valores por defecto en nuestra sociedad. Están envueltos en cintas, lazos y papel festivo. Por muy decepcionado que me hayan dejado sentir una y otra vez, sigo iluso, ansioso, avaricioso ante ellos, como un niño chico en su cumpleaños.

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