Deprimidos

Que los gabinetes de orientación de los centros escolares sean algo más que un despacho sin medios

12 de diciembre 2022 - 01:46

Que llevamos dos años aviesos no lo duda nadie. Nosotros, occidentales avanzadísimos, con una esperanza de vida bíblica y teléfonos inteligentes nos tuvimos que meter en casa por una pandemia, que es cosa de subdesarrollo o del pasado. Un susto brutal. Y luego a la pacifica Europa, cuando aún guardamos un trozo del muro de Berlín como recuerdo, se nos vino una guerra que ni en El Imperio contraataca hubiera sonado tan inverosímil. Hemos perdido a mucha gente a la que no pudimos decirle adiós y encerrado a unas criaturas que, en pleno frenesí de crecimiento, niños o adolescentes se conformaron con ver a los amigos por las ventanas reales o virtuales y convivir con la familia 24 horas. Se sabe de plagas míticas con menos saña.

Por eso resultan tan sensatos quienes reclaman más ayuda sicológica en los centros de salud y en los colegios. Alguna cicatriz luciremos, por mucho que hagamos gala de nuestra mejor capacidad de adaptación. La salud mental parecía cosa de pijos -tuve un jefe aficionado a la retórica rural extrema que solía decir que en los pueblos el personal no se deprimía, se tiraba al pozo, puro garrulerismo dialéctico- pero afortunadamente ya hemos superado a Aristóteles y sabemos que una depresión mata como lo hace un infarto letal o un mal ictus. Y que debe tratarse. También sabemos que se nos ha vuelto el mundo muy complejo y que los más jóvenes aparte de las lecciones en casa y en el cole, aprenden de la vida por vericuetos digitales que nadie controla. Y quien dice vida dice sexo, discursos, ejemplos de comportamientos. Si en todo este berenjenal no han sido más necesarios que nunca las pautas y consejos de los profesionales del comportamiento y las cabezas, no sé cuándo creeremos que ya toca. Y que los gabinetes de orientación de los centros escolares sean algo más que un despacho sin medios y con, en el mejor de los casos, alguien interesado en echar una mano a la chiquillería. Llevo años echando dolorosamente de menos la sabiduría de Luis García Caviedes, psicólogo de profesión y divulgador taurino y flamenco de vocación. Tuvimos un consultorio en la radio al que todos nos enganchábamos porque siempre era útil. A él y su sensatez he añorado a gritos estos días cuando vi, para mi pasmo, cómo en un telediario de la pública nacional y tras el fiasco de la selección nacional en el Mundial de la vergüenza, se entrevistaba a una sicóloga para aconsejar al personal sobre la depresión post-eliminación. No di crédito. ¿De verdad? Así andamos: dándole bombo a las minucias y pasando por alto las gravedades. Vamos a necesitar toda la escuela de la Cosa, desde Jünger a Basaglia, pasando por el sevillano Jesús Palacios, si nos seguimos tratando como a púberes mimados, egocéntricos e incapaces de discernir entre el espectáculo y la realidad.

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