Deprimidos
Que los gabinetes de orientación de los centros escolares sean algo más que un despacho sin medios
Que llevamos dos años aviesos no lo duda nadie. Nosotros, occidentales avanzadísimos, con una esperanza de vida bíblica y teléfonos inteligentes nos tuvimos que meter en casa por una pandemia, que es cosa de subdesarrollo o del pasado. Un susto brutal. Y luego a la pacifica Europa, cuando aún guardamos un trozo del muro de Berlín como recuerdo, se nos vino una guerra que ni en El Imperio contraataca hubiera sonado tan inverosímil. Hemos perdido a mucha gente a la que no pudimos decirle adiós y encerrado a unas criaturas que, en pleno frenesí de crecimiento, niños o adolescentes se conformaron con ver a los amigos por las ventanas reales o virtuales y convivir con la familia 24 horas. Se sabe de plagas míticas con menos saña.
Por eso resultan tan sensatos quienes reclaman más ayuda sicológica en los centros de salud y en los colegios. Alguna cicatriz luciremos, por mucho que hagamos gala de nuestra mejor capacidad de adaptación. La salud mental parecía cosa de pijos -tuve un jefe aficionado a la retórica rural extrema que solía decir que en los pueblos el personal no se deprimía, se tiraba al pozo, puro garrulerismo dialéctico- pero afortunadamente ya hemos superado a Aristóteles y sabemos que una depresión mata como lo hace un infarto letal o un mal ictus. Y que debe tratarse. También sabemos que se nos ha vuelto el mundo muy complejo y que los más jóvenes aparte de las lecciones en casa y en el cole, aprenden de la vida por vericuetos digitales que nadie controla. Y quien dice vida dice sexo, discursos, ejemplos de comportamientos. Si en todo este berenjenal no han sido más necesarios que nunca las pautas y consejos de los profesionales del comportamiento y las cabezas, no sé cuándo creeremos que ya toca. Y que los gabinetes de orientación de los centros escolares sean algo más que un despacho sin medios y con, en el mejor de los casos, alguien interesado en echar una mano a la chiquillería. Llevo años echando dolorosamente de menos la sabiduría de Luis García Caviedes, psicólogo de profesión y divulgador taurino y flamenco de vocación. Tuvimos un consultorio en la radio al que todos nos enganchábamos porque siempre era útil. A él y su sensatez he añorado a gritos estos días cuando vi, para mi pasmo, cómo en un telediario de la pública nacional y tras el fiasco de la selección nacional en el Mundial de la vergüenza, se entrevistaba a una sicóloga para aconsejar al personal sobre la depresión post-eliminación. No di crédito. ¿De verdad? Así andamos: dándole bombo a las minucias y pasando por alto las gravedades. Vamos a necesitar toda la escuela de la Cosa, desde Jünger a Basaglia, pasando por el sevillano Jesús Palacios, si nos seguimos tratando como a púberes mimados, egocéntricos e incapaces de discernir entre el espectáculo y la realidad.