La ciudad y los días

Carlos / Colón

Drácula y la salamanquesa

13 de junio 2015 - 01:00

LA muerte de Christopher Lee y el artículo sobre John Wayne publicado el domingo pasado por el compañero José Abad me invitan a recordar en qué cines nos encontramos con los dos actores. Así ustedes descansan de la zarabanda de los pactos y yo cumplo mi función de "hombre cine", versión sevillana de los "hombres libro" de Farenheit 451 que preservaban la memoria de los libros quemados en un futuro cada vez más parecido a nuestro presente.

Los sevillanos descubrieron a Christopher Lee en el Florida, primero con La maldición de Frankenstein en noviembre de 1958 y después con Drácula en mayo de 1960. Vinieron después El perro de los Baskerville (Llorens, enero de 1961), El sabor del miedo (Pathé, enero de 1962) o El terror de los Tongs (Coliseo, junio de 1963). Pero el verdadero reino de Christopher Lee fueron los cines de barrio y sobre todo los de verano. A Drácula le iban las obesas salamanquesas que se paseaban por sus pantallas y las bromas de un público siempre interactivo.

En su edad de oro -entre los años 50 y 70- llegó a haber unas 50 salas de verano repartidas por el centro (Alameda, Santa Catalina, San Leandro, Alfonso XII, Almirante, Ideal, Gran Poder, Prado, San Sebastián), El Porvenir (Albéniz), Nervión (Alexis, La Gloria, Gran Plaza, Rex, Ciudad Jardín, Oriente, Real Cinema), Triana (Alfarería, Emperador, Evangelista), las Rondas (Osario, Andalucía, Pio XII, Miraflores, Capuchinos, Flor, Ronda, Campoamor), la Macarena (Arrayán, Hiniesta, San Luis, Santa Marina), el Tardón (Astoria, San Gonzalo, Santa Cecilia), Los Pajaritos (Capitolio, Maite, Gran Trébol), Santa Teresa (Sinaí), San José Obrero (San Pagés, Venecia), Juan XXIII (Candelaria), Los Remedios (Gran Vía, Guadalquivir) o Bellavista (Montecarlo).

Cierren los ojos y recréenlos quienes los disfrutaron. Imaginen quienes no los conocieron el modesto lujo, en aquellos veranos sin veraneo, de las películas bajo las estrellas, entre damas de noche y buganvillas, los puestos de chucherías que añadían a las películas el dolby estéreo del crujido de pipas, las selectas neverías que ofrecían pipirranas, ensaladillas y tomates "aliñaos", y los efectos especiales del gamberro que gritaba "¡una rata!" desatando un pánico de gritos, piernas alzadas y señoras de pie sobre las sillas. Allí reinó Lee, el vampiro que salía de su ataúd de celuloide así que caía la noche sobre los cines de verano.

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