Alto y claro

José Antonio Carrizosa

jacarrizosa@grupojoly.com

Infantilismo

La pandemia está siendo un catálogo de ejemplos de hasta qué punto hemos renunciado a ser adultos

Donde más le ha costado al presidente de la Junta aflojar un poco en el dogal sanitario que todos llevamos puesto desde hace ya nueve meses ha sido en los bares, a pesar de que sabía que el sufrido gremio de los hosteleros no se lo iba a tomar nada bien. Van a ser unas Navidades a medio gas, que no olvidaremos en nuestras vidas. Decir que van a ser las más tristes es mucho decir, porque estas fiestas tienen de sí una carga melancólica que sólo los más pequeños de la casa son capaces de eludir. Pero son Navidades al fin y al cabo y eso es sinónimo en nuestra cultura de salidas y entradas, reuniones todo lo multitudinarias que uno de pueda permitir y consumo, también todo el que uno se pueda permitir. Era lógico que las autoridades sanitarias abrieran algo la mano para permitir una vida que se parezca lo más posible, dadas las circunstancias, a una normal. Así, el comercio recupera sus horarios normales, las limitaciones a la circulación entre municipios, al principio, y entre provincias, un poco más tarde, se eliminan, el toque de queda se retrasa y las comidas y cenas familiares en los días más señalados se podrán hacer hasta con diez personas.

Pero los bares, no. Los bares tendrán que seguir echando la persiana a la seis de la tarde y tan sólo en los días más próximos a las fiestas los dejarán volver a abrir dos horas y media por la noche para poder dar algunas cenas. Juanma Moreno, cuando explicó el jueves las medidas para que estas semanas que vienen no se conviertan en la tercera ola y nos pille desprevenidos y con la vacuna sin poner, lo dejó claro. No lo dijo con estas palabras, pero se le notó todo: las horas de la sobremesa, con el relajo que proporcionan los vapores etílicos acumulados desde la primera cerveza a la copa de balón, son una bomba de efecto retardado en la que el virus tiene facilidades para desmadrarse. En Sevilla lo hemos dado en llamar el tardeo y se había convertido en una de las formas favoritas de ocio de los grupos de amigos los viernes o los sábados: empalmar el tapeo con el copeo hasta que llega la noche y partir de ahí cortar o prolongar según el cuerpo aguante.

Que haya que imponer por la fuerza una especie de ley seca para que la tarde no se convierta en un peligro de salud pública refleja el infantilismo con el que tendemos a comportarnos y lo que les gusta a los políticos tratar a sus administrados como niños pequeños a los que no se les puede dejar tomar sus propias decesiones. Esta pandemia está siendo un catálogo de ejemplos de hasta qué punto hemos renunciado a nuestra condición de adultos responsables. Algún día lo pagaremos, si es que no lo estamos pagando ya.

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