La crónica económica

Joaquín / Aurioles

Inflación y paro

LA inflación está en su nivel más alto desde que se publica el Índice Armonizado de Precios al Consumo, y los parados han aumentado en casi 250.000 durante el primer trimestre del año y en más de 15.000 los que se registraron en las oficinas de empleo durante el mes de mayo, uno de esos meses en los que tradicionalmente se suele producir lo contrario. Es el fantasma de la temida combinación de desempleo e inflación que acabó con los años dorados de la macroeconomía keynesiana, cuando allá por los 60 la denominada curva de Phillips postulaba que se podía elegir entre inflación y paro. Como es lógico, los políticos de la época elegían reducir el paro, lo que obligaba a aceptar el coste de una mayor inflación, hasta que, de repente, tras la crisis del petróleo de 1974, el intercambio dejó de funcionar y el estancamiento de la economía y el aumento del desempleo comenzaron a convivir con el de la inflación, dando lugar a una situación bautizada como estanflación. El diagnóstico fue el de crisis o perturbación de oferta y sus consecuencias magnificadas por el empeño de los gobiernos de la época en aplicar recetas de demanda, es decir, políticas fiscales y monetarias cuya principal consecuencia fue el agravamiento del problema de la inflación y la situación de quiebra técnica por endeudamiento excesivo de algunos países, si es que los países pudieran quebrar.

La más importante de las enseñanzas extraídas de la experiencia fue que utilizar terapias de demanda para tratar una crisis de oferta puede dar lugar a situaciones catastróficas. También se pudo aprender que una moneda débil provoca inflación, que la inflación reduce la competitividad y que cuando se pierde competitividad termina aumentando el desempleo. Esto es lo que últimamente andan considerando en EEUU, donde crece la preocupación por las consecuencias inflacionistas de un dólar débil y porque comienza a apreciarse que la crisis de las hipotecas y las turbulencias financieras estaban enmascarando un shock de oferta de grandes proporciones. Según este enfoque, en el trasfondo del problema no está tanto en el endeudamiento de los hogares o la caída del consumo, como el desabastecimiento de algunos mercados estratégicos, como el del petróleo, los metales o los alimentos, y que las drásticas reducciones en el tipo de interés de oficial del pasado mes de enero pudieron ser precipitadas.

Aquí no tenemos un problema de debilidad de la moneda, sino más bien lo contrario, aunque en el caso de España bien podríamos decir que si la peseta siguiera existiendo, dado nuestro diferencial de inflación con respecto al conjunto de la Zona Euro y lo espectacular del déficit por cuenta corriente, estaría atravesando un mal momento. Lo que no va a impedir la fortaleza del euro es que la economía española refleje durante los próximos meses los síntomas propios de una economía afectada por el síndrome de moneda débil y que se espere, según el pronostico del Instituto Flores de Lemus, de la Universidad Carlos III de Madrid, que la inflación se mantenga por encima del 4,5% durante todo el verano y el aumento del desempleo durante lo que queda de año.

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