Postdata
Rafael Padilla
Neopuritanismos
El lunes se cumplieron tres siglos del nacimiento de Kant, quien definió la Ilustración como una mayoría de edad, como un “atrévete a saber” (sapere aude). También se cumplían años de la muerte de Cervantes, el más alto corazón de la Europa barroca. Alguna vez hemos contado aquí el entierro multitudinario de Kant, ocurrido en Königsberg un 28 de febrero de 1804. Por aquellas fechas, el pensamiento de Kant ya estaba deslizándose, inadvertidamente, desde un individualismo razonable, desde una libertad un tanto solitaria y heroica, hacia el egotismo irrazonado y hostil de los nacionalismos, que formulará su alumno Fichte cuatro años más tarde.
Berlin, al recordar este origen impensado del nacionalismo en la doctrina de Kant, señalaba también la vida propia que adquieren las ideas, una vez fuera del ámbito de quienes las crearon. Lo cierto es que los Discursos a la nación alemana de Fichte son una aplicación a distinto individuo (la nación), de una libertad personal, convertida en arbitrio subjetivo. De modo que el tratado Sobre la paz perpetua que había postulado Kant unos años antes (1795), con todo el pintoresquismo nacional que recorre el XVIII, desde Montesquieu a Herder, se convertirá en un cruce de hostilidades de carácter sobrehumano (la nación como usurpadora del individuo y sus derechos), al readaptarse a Fichte. Hay algo que olvida Berlin pero que Heine señala de modo expreso: la sangre que derramó Robespierre tiene su origen en Rousseau y su defensa de la nación al modo de Esparta; vale decir, la nación como superior al individuo, que se encuentra en su Discurso sobre las ciencias y las artes, de 1750. Por los mismos días de Fichte, Constant llamará a esto la “libertad de los antiguos”, para contraponerla a la “libertad de los modernos” donde la nación no puede ignorar ni contravenir los derechos individuales. Por ejemplo, el derecho a pensar y actuar de distinta forma, inaceptable para la nación de Fichte y el derecho “espartano” de Rousseau.
Con todo esto se quieren señalar dos cosas, por lo demás obvias: el antiquísimo discurso de las naciones, fuente del nacionalismo, tiene menos de trescientos años. Añadida a esta evidencia, se halla otra no menos clara: el nacionalismo es una novedad, de origen ilustrado, que obra contra la ilustración y la propia libertad del individuo, tal como lo concebía Kant. Es una novedad que actúa desde la unanimidad espartana de Rousseau, contra el individuo señero –sapere aude–que el propio Kant había formulado en otro sentido. En un sentido, digamos, solemne y razonable.
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