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La ciudad y los días

Carlos Colón

La Macarena en Hungaroring

CUÁNTOS se habrán ido de Sevilla como el emigrante de Juanito Valderrama, llevándose una estampa " que me ampare aquella que está en San Gil"? ¿Cuántas ausencias habrá consolado, y cuántas distancias salvado, una foto de la Macarena en los duros años de la emigración? ¿Ante cuántas fotografías suyas no se habrá llorado, tan lejos del barrio que le dio su apellido? No hablo de oídas: durante los quince años que vivimos fuera de Sevilla la Macarena alumbró nuestra casa desde la mesita de noche de mi madre; como iluminó el exilio interior de Cornelia, la de calle Torres, en forma de modesta estampa en blanco y negro discretamente puesta bajo el cristal de su mesita de noche.

Y esto no es sólo cosa de sevillanos que vivan fuera de Sevilla. Ya he contado como el guionista Tonino Guerra se llevó una foto de la Esperanza que acabó en la cabecera de una cama de hospital de la Georgia soviética. O como deslumbró -más bien alumbró- a Antonioni, el maestro que se despidió del cine y de la vida filmando el documental La mirada de Michelangelo, un conmovedor canto al poder de las imágenes (no dejen de verlo: está incluido como extra en la edición de Fnac de La aventura). En él, enfermo y casi ciego, Antonioni acaricia con sus dedos-ojos el Moisés de Miguel Ángel en la soledad de la iglesia de San Pietro in Vincoli. Sobre esta experiencia escribió: "Ahora, este instante, sin miedo, ahondo con sumo respeto el por qué del mundo; y mis manos dolidas, casi paralizadas, acarician hasta la adoración la belleza (…) en la espera de abandonar este confinamiento, traspasando el umbral místico de la creación". A quienes vimos a Antonioni contemplar ensimismado a la Esperanza en su camarín, y le oímos decir qué fácil era sentir sólo con verla esa esperanza que toda su vida había buscado, nos gusta pensar que esa larga contemplación de la Macarena fue un peldaño en su búsqueda del por qué del mundo.

No, no es sólo cosa de coplas y exageración nuestra este poder de la Esperanza. He aquí que, hace unos cinco años, un chico catalán vino a ver la Semana Santa; que al presenciar la salida de la Esperanza -de la que su madre es devota- quedó marcado por ella para siempre; que desde entonces, como su vocación era ser piloto de carreras, nunca corrió sin llevar una foto de la Esperanza en su casco; y que hoy, en su debut en la Fórmula 1 como el corredor más joven de la historia, esa foto de la Macarena correrá con él en el circuito de Hungaroring, en Hungría. Es Jaime Alguersuari, el joven piloto que lleva a la Esperanza en su casco " que le ampare aquella que está en San Gil".

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