RELOJ DE SOL

Joaquín Pérez Azaústre

Maradona

LE han dado tanta bola a Maradona que al final se ha creído lo de Dios. Supongo que a cualquiera le sucedería lo mismo: si la gente de más de medio mundo se pasa la vida entera refiriéndose a ti en plan divino, que si Dios para arriba, que si Dios para abajo, que si la mano de Dios, al final te lo crees. La culpa, claro, no es de Maradona, por más que nos demuestre cada día que sí es una persona cualquiera, al contrario de lo que piensa Calamaro, que también es de este mundo, aunque sólo sea por la repetición.

No hay nada tan terrenal como la reincidencia, que es lo que tienen las canciones de Calamaro y el rock duro de Maradona, empeñado en vivir su propia historia hecha de redenciones y caídas, de paraísos y de varios círculos infernales que él ha ido cruzando con pericia. Los abismos que ha vivido Maradona, entre los que destaca ese amparo isleño que una vez le diera Fidel Castro, con ese tatuaje con la cara del Che en uno de sus hombros, están al alcance de cualquier mortal: sólo hay que salir cualquier día a la calle y mirar las aceras, los portales, los huecos, ese espacio exacto de la respiración dentro de los cartones. Lo explicaba muy bien el protagonista de Matar al Nani: "Pero a veces qué borde se pone la vida". La diferencia es que Maradona hace que la vida se le ponga borde y lo hace a conciencia, y después le saca los dientes. Maradona necesita sacarle los dientes a la vida cuando todo le va bien, que es casi nunca, porque ya está empeñado -y lo va a conseguir- en ser el otro extremo de Pelé, que es un político, mientras que Maradona es un provocador que nunca ha sabido echar el freno.

La calle está llena de gente que no ha sabido echar el freno. Se han bebido la vida, como contaba Marcos Ordóñez de Ava Gardner en ese hermoso libro sobre los días felices de la actriz en Madrid. A Ava, al final, la salvó su belleza, mientras que a Maradona ya sólo le salva su dinero, quizá porque al final la diferencia con otros ángeles caídos, con mucha peor suerte, es que a nadie le ha interesado sostenerles lo suficiente como para poder seguir viviendo de ellos. Es muy fácil ahora darle mucha caña a Maradona, que ya tiene bastante con este 4-0 estratosférico que le ha metido Alemania y lo ha devuelto a su sitio. Habría que preguntarse por esos otros tantos pelotudos tan empeñados en elevar de rango espiritual a un hombre cualquiera, hasta corriente, que seguramente habría sido feliz con un poquito menos de talento en los pies y entrenando el equipo de los chicos del barrio.

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