Que digo yo que algunos de nuestros jóvenes genios pecan de pacatos. Puestos a, entre risas y cervezas, buscar un seudónimo, elegir el nombre tótem español (Carmen de España y no la de tal) y un apellido, que además de ser nombre de un general habitual en el callejero franquista, es una palabreja que sólo le quedaba bien a Paco Umbral... Pues ¡haber subido la apuesta, señores míos¡: Carmen Mola Mazo. Y todos flipando.

El asunto del premio Planeta, y el descubrimiento de la identidad de los creadores de una de las sagas novelísticas más vendidas en España, ha tenido su miga. Y su gracia. Y casi es bienvenido porque, puestos a desmontar identidades o incluso nombres falsos, reconforta que se haga en ese terreno, el de la ficción, donde las mentiras son parte del pacto entre autores y lectores. Se agradece que hayamos debatido sobre novela negra (con premio millonario de fondo, es verdad), porque más enojoso resulta escuchar sobre el buen funcionamiento de la sanidad pública (los panes y los peces, por lo visto, menos sanitarios pero estamos mejor que nunca) o la independencia del poder judicial y su defensa numantina por quien no mueve un dedo para mover del CGPJ a los jueces amigos.

Las novelas de Mola (S.A.) son agresivas, impactantes, sin filtros: de la estirpe de las que provocan espanto y hasta pelín de asco. Magistralmente hábiles. Escoger como protagonista a una policía destrozada por la desaparición de su hijo, cuando era un niño, y llevarla al límite de fundirle los plomos al llamado instinto maternal, era un salto sin paracaídas que les ha salido de cine. (O les saldrá). Tanto como para haber propiciado, con el citado premio planetario, no sólo la fractura del secreto mejor guardado en el mundo editorial español (de la italiana Elena Ferrante seguimos sin saber la identidad) sino además una fuga, a tres, de un sello a otro. De los grandes, ambos. Un duelo de titanes donde una (escritora y lectora periférica, stricto sensu) imagina a Gary Cooper y a Jonh Whayne midiéndose las cachas. De las pistolas, preciso. Tampoco ha dejado de tener su salseo el cabreo de algunas con lo que -en lugar de un seudónimo más- han sentido como estafa. Ahí, honestamente, debo matizar: me parece magnífico que, tras siglos de tener que esconder talento e ingenio de mujeres bajo nombres de hombres, ahora resulte más eficaz (ergo comercial, imagino) hacer lo contrario. Justicia prosaica, si me lo permiten.

Aunque, tal vez, lo que más haya lastimado al personal no sea tanto que tras una mujer habiten tres guionistas sino la biografía que su ex editorial le hizo a la criatura. Madre abnegada y tímida que se convierte en Mr. Hyde a la que toca una tecla del ordenador. El sueño húmedo de un dircom, también pacato. Porque insisto: Haber tenido ovarios: Carmen Mola Mazo.

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