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Los partidarios de las esencias usan la cultura como arma para proyectar la fantasmagoría de un pueblo amenazado

Erróneamente atribuida a tres de los más siniestros integrantes de la jerarquía nazi, el inefable ministro de Propaganda, el orondo mariscal del Aire o el máximo responsable de las Escuadras de Defensa, la famosa frase en la que no estos, sino un venerado protomártir de los inicios del movimiento, decía echar mano de la pistola cuando escuchaba la palabra cultura es en realidad una variación -el original hablaba de "quitar el seguro de la browning"- debida a la pluma de un oscuro poeta y dramaturgo laureado por el hitlerismo que cayó después en el más justo de los olvidos. Es una frase resultona y ha sido con frecuencia invocada para poner de manifiesto la barbarie de los camisas pardas, pero lo cierto es que el orden nazi, en buena medida heredero de los usos autoritarios del militarismo prusiano, no dejó de celebrar la genuina Kultur -nórdica, popular, ajena a las veleidades cosmopolitas- por oposición a la corrompida Zivilisation de sus rivales, recogiendo una antinomia que venía de antiguo y fue muy jaleada durante la Gran Guerra. Aunque caracterizado por un racismo extremo, el casticismo militante de la Alemania imperial, vinculado al humus del que nació la "revolución conservadora", no era desconocido en otros países del continente, especialmente en la archienemiga Francia donde las ideas reaccionarias estaban muy vivas y darían sustento, tras la humillante derrota del 40, al ignominioso régimen colaboracionista. Con razón se ha dicho que la dictadura franquista, que tomó elementos decorativos del fascismo italiano pero nunca simpatizó, quitando a cuatro germanófilos, con el paganismo nazi, tuvo un reflejo más cercano en el nuevo Estado de Pétain, que había sido embajador ante el primer gobierno de Franco -a quien conocía desde los años veinte- y era como el general gallego un nacionalista acérrimo, obsesionado con restaurar los valores eternos de la patria. Ambos fomentaban la natalidad, la familia, la religión y el folclore, celebraban el apego a la tierra de las comunidades agrarias y defendían su pureza no contaminada -"nuestra nación renacerá", decía el himno oficioso de Vichy- por elementos extraños o extranjerizantes. La reivindicación de la vida rural, el adoctrinamiento de la juventud y la salvaguarda de la tradición autóctona frente al pernicioso influjo foráneo, fueron la base de la "revolución nacional" del pétainismo, que se arrogaba la representación de la verdadera Francia. En la misma Francia, en España y en el resto de Europa, los actuales partidarios de las esencias no sólo no desconfían de la cultura, sino que la usan como arma para proyectar la recurrente fantasmagoría de un pueblo amenazado.

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